A orillas del Mar Negro, Odesa evoca para mí la gran escalinata de la ciudad, donde, en una famosa y dramática secuencia cinematográfica, el cochecito de un bebé va cayendo, descontrolado, bajo el intenso fuego cruzado de las tropas locales y los marineros del acorazado Potemkin.
Pero decir Odesa es antes que nada evocar a Geller. Un auténtico monstruo del ajedrez: gran teórico, entrenador, seleccionador del equipo ucraniano en varias Spartakiadas y, sobre todo, portentoso jugador, que fue doble campeón de la URSS y alcanzó el nivel de aspirante al título mundial en varios ciclos.
Geller de cerca
Sólo vi jugar a Geller en dos ocasiones.
La primera fue en Wijk aan Zee, 1977. Un compañero de mi club de La Haya me invitó a acercarnos allí para presenciar la última ronda del torneo. Cuando llegamos, todas las partidas menos una habían terminado ya. Poco después, no quedaban participantes en la sala de juego y, unos minutos más tarde, tampoco espectadores. La ceremonia de clausura estaba a punto de comenzar, pero Geller, con negras, se empeñaba en ganar un final de torres (de tres peones contra dos, todos en el mismo flanco). El diagrama refleja la posición que vimos en el tablero al llegar.
Posición después de 38…Îxe5
La obstinación de Geller tenía su razón de ser. Después de haber hecho rápidas tablas en la última ronda con Kurajica, Sosonko era el líder del torneo, con 8 puntos, mientras que Timman (que había vencido a Tony Miles) le seguía, con 7,5. Geller tenía 7 y el veterano GM ucraniano (por entonces, con 52 años) no quería desaprovechar su última opción de alcanzar el primer puesto.
Y lo consiguió, cuando Juraj Nikolac inclinó su rey, en la jugada 73.
La segunda ocasión fue en el masivo Open de la GMA en Palma de Mallorca (1989), en el que 140 de los 184 participantes eran grandes maestros. Con 64 años a sus espaldas y compitiendo con una legión de lobos y lobeznos, su nombre se perdió en la clasificación final. No eran tiempos para que el ilustre veterano brillase, pero allí estaba, feliz, batiéndose el cobre bajo el luminoso cielo balear.
Campeón de la URSS
Geller, muy fuerte ya por entonces, debuta, en 1949, en el Campeonato Soviético, donde se produce un hecho curioso, pues a falta de una ronda, lidera el torneo, con medio punto más que Bronstein y Smyslov. Tiene que jugar la última partida, con blancas, contra Jolmov. Se plantea una Española y éste elige la inusual Defensa Bird, que Bronstein había preparado para que Jolmov pudiese hacer tablas. Geller no esperaba la sorpresa y no estuvo a la altura de las circunstancias. En un momento dado Jolmov se acerca a Bronstein y, sorprendentemente, le dice que está jugando a ganar, cosa que consigue, con el resultado de que Bronstein y Smyslov finalizan empatados en el primer puesto, mientras Geller sólo puede compartir el tercer puesto con Taimanov. Esta fue la partida fatídica:
1.e4 e5 2.Ìf3 Ìc6 3.Íb5 Ìd4 4.Ìxd4 exd4 5.0-0 c6 6.Íc4 Ìf6 7.Ëe2 d6 8.e5 dxe5 9.Ëxe5+ Íe7 10.Îe1 b5 11.Íb3 a5 12.a4 Îa7! (la clave de la preparación, sin que Geller sospechase nada…) 13.axb5 0-0 14.b6 Ëxb6 15.d3 Íb4 16.Îf1 Ëd8 17.Íg5 Îe8 18.Ëg3 Íe6 19.Íxe6 Îxe6 20.Ìd2 h6 21.Íxf6 Îxf6 22.Ìe4 Îe6 23.Ëh3 Ëd5 24.c3 dxc3 25.bxc3 Íe7 26.f4 f5 27.c4 Ëd4+ 28.Êh1 g6 29.Îab1 h5 30.Îb8+ Êf7 31.Ëg3 fxe4 32.f5 Îf6 33.Îh8 Ëxd3 34.fxg6+ Êg7 35.Îh7+ Êg8 36.Ëxd3 exd3 37.Îxf6 Íxf6 38.Îxa7 Íd4 39.Îf7 d2 40.Îf1 Íb2 41.Êg1 a4 42.Êf2 a3 43.Êe2 a2 (0-1).
Geller tenía 24 años. Nada mal, en cualquier caso, para un debutante en el campeonato nacional más fuerte del mundo.
Al año siguiente gana el Campeonato de Ucrania, y en 1951 mejora su actuación de dos años atrás en el nacional, empatando en el segundo puesto con Petrosian, otra vez a medio punto del campeón, Keres. Y en 1952 vuelve a ser tercero, sólo superado por Botvinnik y Taimanov. Asombrosa regularidad en un campeonato con tantos jugadores ilustres y al que los jóvenes maestros acudían con el cuchillo entre los dientes.
En 1955, aunque pierde cinco partidas, consigue empatar en el primer puesto del Campeonato (+10 =4 -5) con el mejor Smyslov, a quien vence en el match de desempate por 4-3. Detrás de ellos, algunos nombres dan idea de la dureza del torneo: Botvinnik, Ilivitzky, Petrosian, Spassky, Keres, Taimanov…
En los años siguientes, el título le sería esquivo.
Pero la sorpresa surge 24 años después, en 1979, cuando, en la capital de Bielorrusia, se proclama brillante campeón (con 11, 5 de 17, +6 =11), superando en medio punto al joven Kasparov, por delante de Yusupov, Balashov, Makarychev y Vaganian. Geller tenía 54 años.
Su victoria sobre Anikaev fue decisiva, y él cuenta en uno de sus libros el estado de ánimo con que la afrontó:
“Quién sabe cómo habría transcurrido mi partida con Yuri Anikaev si aquella tarde no me hubiese encontrado de un talante agresivo. No es que quisiera ganar, porque ese casi siempre era el caso. Quería sacrificar, quería atacar a toda costa. No ocultaré que el remate de esta partida me reportó una gran satisfacción… ¡y también un premio especial!”.
GELLER
ANIKAEV
47° Campeonato de la URSS
Minsk, 1979
(…)
Candidato al título mundial
Entre 1953 y 1971 Geller participó en seis ciclos de aspirantes al título mundial. Sólo estuvo ausente en el torneo de Yugoslavia (1959).
En Curaçao (1962), un durísimo torneo a cuatro vueltas, finalizó segundo, empatado con Keres, a sólo medio punto del vencedor, Petrosian, que al año siguiente se proclamaría campeón del mundo, tras derrotar a Botvinnik. Hubo un match de desempate para designar al aspirante alternativo, pero fue derrotado por Keres.
En 1965, con el nuevo formato eliminatorio, venció en cuartos de final a Smyslov, pero cayó en semifinales ante Spassky (5,5-2,5), resultado que volvió a repetirse en el ciclo siguiente. Spassky ganó, en ambos casos por 3-0 y 5 tablas, en unos matches en los que la Siciliana Cerrada fue la gran protagonista, y cuyo tratamiento de la apertura y medio juego representarían una referencia canónica para las siguientes décadas.
En 1971 cayó ante Korchnoi (2,5-5,5). Hay que decir que, lo mismo que para Tal, Korchnoi y Polugaievsky eran las bestias negras de Geller. Su score con Korchnoi es de +6 -11 y 16 tablas, y con Polugaievsky, +4 -11 =21.
Su útimo esfuerzo en la lucha por el título empezó en el Interzonal de Petrópolis (1973), donde tuvo una buena actuación, compartiendo el segundo puesto con Portisch y Polugaievsky, pero en el triangular de desempate no se clasificó.
¿Cómo se derrota a los campeones?
El excelente resultado de nuestro hombre en sus confrontaciones con campeones del mundo, le ha permitido comentar sus resultados, con un excelente sentido del humor, en su libro La aplicación de la teoría ajedrecística.
¿Cómo se derrota a los campeones mundiales?
Hay tres condiciones, según Geller. “La primera es que tenga usted la suerte de enfrentarse a ellos, aunque sólo sea en una exhibición de simultáneas. La segunda, que tenga bien presente que está jugando contra un campeón del mundo, por lo que debe concentrar todos sus esfuerzos y todas sus energías en el juego, sin pensar siquiera que existirá un mañana… La tercera es que se olvide por completo de que tiene enfrente a un campeón del mundo, porque correría el peligro de que la personalidad de su oponente le hipnotizase, y a fin de preservar una cierta alegría de espíritu y claridad de ideas.”
Fina ironía. “Tenga bien presente…” y “olvídese por completo…”, perfecto oxímoron que, sin embargo, armoniza y da cuerpo a la actitud necesaria para vencer en tan difícil empresa.
Los resultados (sin contar tablas):
4-1 contra Botvinnik
10-7 contra Smyslov
4-2 contra Petrosian
1-1 contra Euwe y Karpov
5-3 contra Fischer
4-6 contra Tal
6-9 contra Spassky
0-1 contra Kasparov (más tres tablas).
Veamos dos de estas victorias.
FISCHER
GELLER
Torneo de la Solidaridad
Skopje, 1967
Antes de jugarse esta partida, el score entre ambos era de 4-2 (y 2 tablas), favorable a Geller, que había vencido a su oponente en las dos partidas anteriores: en el Memorial Capablanca (La Habana, 1965) y Montecarlo, unos meses antes.
El propio Geller lo comenta así, en su libro La aplicación de la teoría ajedrecística: “Este encuentro provocó un gran interés analítico y competitivo entre los jugadores de ajedrez. Competitivo, porque fue mi tercera victoria sucesiva sobre el gran maestro norteamericano y además, por el número de jugadas, se inscribe en el marco de una miniatura. Tuvo también cierta significación para la teoría y la increíble tensión del juego provocó numerosos trabajos analíticos. Sólo varios años más tarde, tras haberse corregido y refutado unos a otros, pudieron los analistas llegar a una conclusión unánime. Aunque inmediatamente después de la partida me parecía completa y consistente, más tarde la incluiría entre aquellas en las que ambos oponentes se columpian.”
(…)
GELLER
KARPOV
44° Campeonato de la URSS
Moscú, 1976
Comenta Geller, en La aplicación de la teoría ajedrecística:
“Esta partida comenzó, antes de que nos sentásemos ante el tablero, con un interesante duelo psicológico. No mucho antes, había sido el segundo de Karpov en la Final de Candidatos, y había participado en su preparación para el match por el Campeonato Mundial con Fischer, que nunca llegó a tener lugar. En consecuencia, estaba familiarizado con el repertorio de aperturas del campeón del mundo y por esta razón es evidente que él decidió evitar sus líneas habituales, esperando que yo jugase 3.Ìd2, que es mi jugada más frecuente…”
(…)
Suspenso en relaciones públicas
Las sobresalientes cualidades que Geller ponía de manifiesto en el tablero arlequinado no iban a la par con las que mostraba en el trato social.
En las sesiones analíticas colectivas pocos participaban de buen grado, ante su intransigencia y cabezonería. Es difícil delimitar, a veces, la frontera entre la obstinación y la terquedad, pero parece que en el caso de Geller el asunto no ofrecía dudas: era arrogante, rara vez se apeaba del burro y, en general, hacía sentirse incómodo a todo el mundo. En sus primeras confrontaciones con Bobby Fischer, le lanzaba unas miradas, entre maliciosas y despectivas, que todo el mundo interpretaba como este mensaje inequívoco: “te crees un genio, pero no eres más que una mierdecita.”
De carácter difícil (“terco”, dice Spassky; “terco”, dice Tal; genio del mal, dice Korchnoi; “intentaba desplazar a los demás, y por esta razón dejé de trabajar con él”, dice Karpov), las misiones de representación que de cuando en cuando se le encomendaban lo ponían realmente en apuros. Para empezar, no hablaba idiomas, de modo que fuera de la URSS eran los demás quienes “tenían que entenderse” con él, y no al revés, o no parecía que él lo interpretase como un camino de doble sentido.
En la Final de Candidatos de 1971 con Bobby Fischer, a la difícil papeleta de asumir el rol de primer analista de Petrosian, se le sumó la de representarle públicamente. Se entiende que por su condición de excelso teórico y gran amigo, Petrosian se lo llevase a Buenos Aires concediéndole un papel muy protagonista. Allí sucedió un famoso incidente cuando, tras un análisis supuestamente deficiente, Petrosian perdió una importante partida aplazada y Rona abofeteó a Geller en público. ¿Así se trata a un amigo de toda la vida?
En el match Fischer-Spassky de 1972, la cosa fue todavía peor. En Reykjavik, además de segundo del campeón, era su portavoz. En más de una ocasión, en su afán por defender lo indefendible, Geller se puso en ridículo. Los funcionarios de la Embajada soviética hacían de intérpretes, y también debían traducir sus notitas, cuyas objeciones y quejas parecían pataletas de un niño mimado. Contrariado por lo que le parecía un juego muy deficiente de Spassky, decidió exigir que se desmontase la silla de Fischer. Estaba convencido de que contenía algún tipo de agentes químicos o electrónicos susceptibles de influir en Spassky. El resultado fue que sólo apareció un destornillador (probablemente olvidado en el montaje) y dos moscas muertas, lo que hizo decir a un agudo periodista norteamericano: “Claro que sería conveniente una autopsia de las moscas, para descartar que hubiesen sido asesinadas.”
Probablemente, en ambos casos, la misión le fue equívocamente confiada, basándose en el “conocimiento” que Geller tenía de Fischer, de su éxito en las confrontaciones entre ambos. Pero Fischer estaba en la curva de ascenso y, embalado como un cohete estratosférico, el pasado apenas significaba nada en su camino hacia las esferas celestes.
¿Geller portavoz y relaciones públicas? Vamos, hombre. Qué forma tan tonta de calentar la guerra fría del tablero.
Spassky, sin embargo, guardaba un buen recuerdo de él. Decía que ni Nei, ni Krogius, ni Boleslavsky le habían ayudado durante el match, pero sí Geller. No sólo se había desvivido en la preparación, tareas analíticas y demás, sino también sufriendo con él, defendiéndolo a capa y espada.
Creatividad y maximalismo
De lo que no hay ninguna duda es de la pasión de Geller por el ajedrez, de su obsesión ajedrecística, que vivía día y noche. Su viuda contó que a veces se levantaba por la noche cuando se le ocurría, despierto o semidormido, alguna idea teórica, alguna jugada inspiradora.
Respiraba ajedrez y sólo vivía para el mundo del tablero. Esta obsesión dio lugar a un perfeccionismo legendario, que incluso hacía extensivo a las partidas de otros, cuando se cruzaban en su camino. Así, cuenta Sosonko que en una ocasión que perdió una partida con el checo Jansa, Geller (que también participaba en el torneo) le dio una soberbia reprimenda. Sosonko se lamentaba porque, según él, la partida hubiera debido ser tablas. “¿Tablas?”, replicó Geller, “¿qué estás diciendo? Estabas mejor. Muéstrame la partida, muéstramela. Esto es una ofensa a la posición.”
Durante toda su carrera, Geller dio muestras de ser un trabajador incansable, un estudioso muy aplicado en perfeccionar su técnica en todas las fases del juego. Una técnica que llegó a ser excelsa.
Sobre esta capacidad suya de investigación, dijo Mark Taimanov: “Todos los de nuestra generación (Averbaj, Geller, yo y, en menor medida, tal vez Bronstein y Petrosian) estábamos acostumbrados a un trabajo analítico constante y profundo, pero en ese sentido Geller nos superaba a todos.” Ese afán perfeccionista le reportó grandes logros y hallazgos analíticos, como sus conocidas aportaciones teóricas en las aperturas: sus ideas en la India de Rey, el Gambito Geller, la modesta jugada Ae2 contra la Siciliana Najdorf, que explotaba con un virtuosismo insólito.
Pero tenía puntos débiles al competir, en la tensión de la partida, aunque tenían más que ver con aspectos emocionales o psicológicos que con el juego en sí. Ese maximalismo, esa devoradora autoexigencia podía operar en su contra en la competición. Esa búsqueda torturante de la verdad absoluta: no una buena jugada, tenía que ser la mejor. A veces, después de haber jugado, se daba cuenta de que se le había escapado una jugada mejor y eso le producía un efecto depresivo, que tenía repercusión sobre el curso ulterior del juego, sumiéndose en autoinculpaciones y acumulando emociones negativas. Todo eso podía traducirse, además, en graves apuros de tiempo y en aparatosos errores en la conclusión de la partida.
Tampoco reaccionaba bien en los contados casos en que un oponente encontraba un contraataque creativo e inesperado a su ataque, cuyo éxito consideraba garantizado. Esa sorpresa, esa sutil transformación de las relaciones en el tablero sacudía sus emociones. Tenía lo que en boxeo se conoce como “mandíbula de cristal”: no encajaba bien los golpes. Spassky se refirió a este rasgo de Geller como la razón principal de su derrota en sus dos matches de candidatos de 1965 y 1968.
Memoria de un mito
Es curioso que en su magna obra Mis geniales predecesores, Kasparov no dedique ningún apartado a Geller. En los volúmenes 3 y 4, por ejemplo, hay capítulos especiales dedicados a Reshevsky, Najdorf, Larsen, Portisch y Polugaievsky. No así a Geller. Lo considero una laguna importante.
Este muchacho de familia modesta y origen judío, del barrio de la estación ferroviaria, que estudió Economía en la Universidad como becario, acabaría convirtiéndose en hijo predilecto de Odesa, de donde eran originarios otros prodigios, como Sviatoslav Richter y David Oistraj, además de algunos extraordinarios ajedrecistas. Odesa era su mundo. La calle Pushkin, cerca de la playa, era su mundo. Allí todos lo conocían. Allí era querido y famoso.
Fumador empedernido, su figura corpulenta parecía contradecir la condición de artista, pero sus hazañas en el tablero, aun resumidas en pocas líneas, dan fe de su grandeza. Además de lo ya dicho, tomó parte en siete olimpiadas, consiguiendo tres medallas de oro individuales y tres de plata. En la última fase de su carrera ganó los torneos internacionales de Budapest 1973 (por delante de Karpov), Teesside 1975, Moscú 1975 (delante de Spassky, Korchnoi y Petrosian), Las Palmas 1976 y Dortmund 1989, entre otros. En 1991 compartió el campeonato mundial de veteranos con Smyslov, y al año siguiente lo ganó en solitario.
Es legendaria la declaración de Botvinnik: “Antes de Geller no entendíamos la India de Rey.” Pero Botvinnik dijo algo más. Dijo que a fines de los sesenta, Geller era el mejor jugador del mundo.
En su entierro, en Peredelkino, cerca de Moscú, David Bronstein pronunció unas palabras: “A lo largo de toda su vida, Geller buscó la verdad del ajedrez. Y la verdad en ajedrez es esquiva, pero él siguió buscándola.”
Lo dejó escrito Tal, y declaro que no me parece posible decirlo mejor: “Geller había descubierto la esencia secreta del ajedrez.”
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