ajedrez, febrero 9, 2011

B vs B y la mujer misteriosa

David no venció a Goliat

Hay un jugador de ajedrez que sacudió como nadie el tablero damasquinado de las 64 casillas. Su nombre: David Bronstein. En los años cuarenta irrumpió en la escena internacional con una imaginación desbordante y un insuperable poderío competitivo. Dos cualidades que no siempre van de la mano.
Su padre había sido gerente de un molino industrial. Con un punto de ingenuidad y más papista que el Papa, animó a los obreros a reivindicar sus horas extra, ¡en plena era estalinista! Así que el terrible Iosif hizo que lo deportaran a algún paradisiaco lugar de la interminable Siberia. ¡Ancha es la estepa!
Han pasado unos cuantos años. Bronstein/padre ha sido liberado para quedar preso en un mundo sin perspectivas para él: deambula, perdido, por Moscú, mientras Bronstein/hijo empieza a ser famoso (aunque tiene que buscar a diario un lugar donde dormir).
Bronstein/hijo forma parte de la sociedad deportiva Dinamo (¡un refugio en el KGB!), donde hace jogging con Lev Yashin, la Araña Negra. Le sugieren que se dirija al todopoderoso ministro X, presidente honorario del Dinamo. La conversación se desarrolla en estos términos:
–¿Qué puedo hacer por usted?
–Verá. Mi padre, etc.
–¿Dónde está ahora?
–En Moscú.
–¿En Moscú?
–Sí.
–¿Vivo?
–Sí.
–Entonces, ¿qué quiere usted de mí?
Una y otra vez le recuerdan al gran maestro de ajedrez: «Cuando usted perdió con Botvinnik el título mundial…» Bronstein se encrespa: «Yo no perdí con Botvinnik. El resultado final fue empate a doce.» Marcador fatídico para el aspirante al trono que, a falta de dos partidas, dominaba por un punto.
Bronstein sentía la presión del entorno, la simpatía generalizada del establishment por su rival, que se había integrado a las mil maravillas en la sociedad soviética, ofreciendo incluso sus victorias a Stalin, a mayor gloria del ajedrez y de su país. Pero Bronstein también tenía grandes apoyos: generales, ministros, la simpatía general del mundo, millares de incondicionales y… ¡un nuevo amor! Una mujer que bebía por él los vientos y presenciaba sin falta las partidas desde las primeras filas.
Tal vez una de las claves haya que buscarla en la indiferencia de la mujer misteriosa hacia los éxitos ajedrecísticos de David Bronstein. «¿Te gustaría que fuese campeón del mundo?», le preguntó él. «Me es indiferente.»
Sí, tal vez fue una de las claves.
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