- Cada vez que le presenten a alguien identifíquese como campeón de su ciudad o de su autonomía. Si algún pesado dice que ha contado veintisiete campeones en su autonomía en los últimos tres años, no se preocupe: las cuentas del ajedrez siempre son así. Si se encuentra en el extranjero, puede llegar hasta subcampeón de España. Si alguien le pide precisiones temporales, no tiene más que pronunciar, con indolencia, alguna cifra confusa del pasado: en el 96 o el 99…
- En los torneos abiertos, por sistema suizo, reclame en cada ronda. Cree confusión: las normas de la FIDE han cambiado, etc. En la gran mayoría de los casos conseguirá que el árbitro cambie su emparejamiento. Con un poco de suerte, hasta conseguirá repetir blancas tres veces consecutivas. En el peor de los casos, obtendrá la certeza absoluta de que su emparejamiento era matemáticamente el único. Recuerde que hoy nadie respeta a quien no protesta.
- Si el torneo es por sistema de liga y en un día determinado no le apetece jugar, argumente motivos religiosos. Usted no es Fischer ni Reshevsky, pero el torneo tampoco es Linares ni Wijk aan Zee.
- Si está en un Campeonato de España y ve que algunos conocidos jugadores hablan de una variante de moda, suelte el bombazo. Mencione de pasada y entre dientes: «Eso está refutado.» Ante los rostros aterrorizados de los «niños de Internet» podrá saborear su terrorismo, añadiendo un poco más de verosimilitud: «No hay más que ver el análisis de Ivanchuk…» Ninguno podrá dormir esa noche, pero no se atreverán a pedirle referencias concretas.
- Cuando los miembros de su club le pregunten en qué puesto se ha clasificado del Campeonato, explique inmediatamente (antes de aclarar el puesto exacto que, de ser posible, ni mencionará) todas las desgracias que se han sumado en su contra, y cómo le han emparejado en la última ronda con el campeón, etc.
- Si ha cambiado de club y se está formando el equipo, pida, con mucha seriedad, que le concedan el primer tablero. No sólo nadie cuestionará su superioridad, sino que le será inmediatamente otorgado. Matará usted, así, dos pájaros de un tiro: por un lado, entró como entran los líderes, en uso del lícito veni, vidi, vici. Por otro, puede permitirse el lujo de perder todas las partidas, pues para eso tiene usted la tarea más ingrata.
- Si pisa la sala de análisis de un torneo y ve grupitos analizando como chinos, con inequívocos ademanes de encontrarse «entre la elite», pase mirando por encima del hombro (¡muy por encima del hombro!) y murmure, como quien no quiere la cosa: «h5», pero sin detenerse. Es muy probable que todos lo cataloguen como un maestro internacional sudamericano, por encima de los 2500 Elo. Otra posibilidad es meter un poco la cabeza (pues de otro modo ni le mirarían) y hacer un gesto desdeñoso con la mano. Entonces es muy posible que sea catalogado como un gran maestro, seguramente ruso.
- En partidas decisivas uno de los trucos infalibles consiste en acudir al torneo en compañía de una hermosa mujer, aunque no siempre es fácil tenerla a mano. La cómplice debe sentarse no lejos de la mesa de juego y ahí se quedará sentada, sin leer, sin hacer otra cosa que mirar fijamente a la partida o a los contrincantes, con actitud de estar muy interesada. Obviamente, el jugador que sabe que su rival está acompañado de la belleza, no sólo sentirá cómo le invade la envidia, sino que cada mirada de la mujer provocará en él la furia de las vibraciones negativas, pues no se le escapa que ella desea que pierda. Y eso le trastornará inequívocamente, por más que decida armarse de filosofía y recordar los tiempos en que leía a Confucio.
- Tampoco está mal inspirar infinitas variedades de lástima a un rival teóricamente superior. Con suerte (¡y astucia!) quizá hasta podamos ganar la partida. Depende de usted. Debe llegar estornudando, tosiendo y con abundante provisión de kleenex, de los que dejará un par de paquetes sobre la mesa. Si el camarero acude, nunca pedirá otra cosa que una infusión y cada vez que estornude pedirá lastimosamente perdón a su oponente. Si el camarero no acudiese, debe dirigirse al público pidiendo que alguien, por favor, le traiga una bebida bien caliente, porque no se encuentra bien. Su contrario irá, poco a poco, sintiéndose culpable. Su conciencia le hará sentir luego un ser vil y abyecto y, por fin, un cerdo, y cada vez jugará peor, hasta que, de salir redonda su interpretación, no tendrá más remedio que perder, jugando todo lo mal que su conciencia le permita.
- Si es usted malo a rabiar, si no se come un rosco en los torneos y si, decididamente, ha comprendido que no es capaz de progresar, diga que es un teórico.
Del libro LA GUÍA DEL PERFECTO TRAMPOSO EN AJEDREZ, A. Gude, Ediciones Tutor
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