cine, diciembre 1, 2012

DE AQUÍ A LA ETERNIDAD

DE AQUÍ A LA ETERNIDAD
Diciembre de 1941. Días antes del ataque japonés a la base norteamericana de Pearl Harbour.
Un momento de eternidad siempre lo asociaremos con la tórrida (hasta el adjetivo es anacrónico) secuencia en que Burt Lancaster y Deborah Kerr se abrazan en una playa solitaria de Hawai, con las olas envolviendo a sus besos apasionados.
Con un temible 4 estigmatizaba la Iglesia a esta película en la fecha de su estreno (1953): prohibida para todo el mundo, adultos incluidos, por ser altamente peligrosa para la moral católica. ¿Qué era lo que ofrecía? Apenas un discreto adulterio.


 

Cuando Harry Cohn adquirió, para Columbia, los derechos de la novela del mismo título de James Jones, todo Hollywood pensó que se había vuelto loco. ¿Por qué? Porque el novelón (unas 800 páginas) abordaba desde dentro algunos temas escabrosos, como la prostitución y la homosexualidad, además del adulterio, y la censura imperante era más que férrea. Pero Cohn sabía lo que se traía entre manos. Le confió el guión a un tipo muy competente, Daniel Taradash, quien realizó un trabajo impecable para eludir frontalmente los temas espinosos, sugiriendo más que mostrando, en particular, el más delicado: la homosexualidad latente. Y Taradash sugirió, a su vez, a Fred Zinnemann, como director, quien el año anterior lo había bordado con Solo ante el peligro (High Noon).
¿Por qué no aparece, entre toda la tropa estadounidense un solo soldado negro, asiático o hispano? ¿Qué se hizo de la integración? ¿Acaso la película no era en blanco y negro? Creo que, por entonces, la Marina, la US Navy, sólo permitía a los soldados negros alistarse como cocineros o cosas por el estilo, pero no lo he investigado.
Prewitt es un destacado boxeador, que se niega a boxear por haber causado accidentalmente la muerte a un compañero. Como el capitán de su regimiento es un fanático del boxeo, hace que lo presionen con servicios duros y continuos: le aplican el tratamiento. Lancaster trata de convencerle de que ceda y su vida será más llevadera. Diálogo entre ambos:
BL: «Si fueras más inteligente…»
MC: «Sí, pero no lo soy. Lo único que sé es que un hombre que no es fiel a sí mismo no es nada.»
BL: «Puede que fuese así en los tiempos de los pioneros, pero hoy hay que seguir la corriente.»
El personaje que interpreta Lancaster ama el ejército: es su refugio y su caparazón. De esa forma, está instalado en un destino mediocre, y se protege de un relativo ascenso social, que le permitiría llevarse a la «chica» de premio. No sólo ama al ejército, sino su territorio concreto, dentro del ejército. No quiere ser oficial. Quiere seguir siendo sargento mayor, con «mando en plaza», por así decir.
El abusivo capitán será expulsado del ejército (¡qué bonito! No sucede así en la novela: otra vez la censura) y seguramente acabará siendo jefe de ventas en un concesionario de automóviles de alguna ciudad perdida del Medio Oeste.
Alma (Donna Reed) vivirá «adecuadamente», como tantas veces repite, pues aspira a ser una persona adecuada, alguien que pueda ser socio del Club de Campo de su ciudad (aunque más adecuado sería que empleasen la palabra respetable), tras haber perdido al amor de su vida. Incluso se inventa el desenlace de su historia, falseando los hechos (final inolvidable, con una de esas charlas ligeras de circunstancias).
Robert Lee Prewitt (Clift) también amaba el ejército, que había resuelto su desamparo en el mundo, dándole cobijo. Pero no era correspondido, como concluye Alma, al enterarse del tratamiento. Prewitt tenía la grandeza de su nombre propio, pero un alma romántica y empecinada le pierde y le empuja hacia la fatalidad. Por amistad, por lealtad al amigo, es herido. Por un exaltado sentido del deber, caerá en las playas, víctima de su propio ejército.
Todos fracasan. Todos son perdedores. Perdedores todos.
De aquí a la eternidad obtuvo trece nominaciones a los Oscars, consiguiendo ocho. No lo logró, sin embargo, Burt Lancaster, en el papel principal. Un rumor sugiere que era difícil distinguir quién tenía más protagonismo, si Lancaster o Clift y, puesto que ambos estaban insuperables en sus respectivas interpretaciones, la Academia tenía problemas para inclinarse por uno de los dos, así que, en una decisión salomónica, concedieron el Oscar al mejor actor principal a William Holden, por Stalag 17 (Traidor en el infierno).
Harry Cohn no se había equivocado al intuir un enorme éxito.
Qué gran película.
FROM HERE TO ETERNITY
Año: 1953
Director: Fred Zinnemann
Reparto: Burt Lancaster, Montgomery Clift, Deborah Kerr, Donna Reed, Frank Sinatra.
Guión: Daniel Taradash (sobre la novela de James Jones).
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5 comentarios

  1. Antonio Gude 18:29, diciembre 03, 2012

    Armando. ‘Johnny cogió su fusil’, ‘El cazador’ y algunas otras tambiénn lo habían hecho antes de C.E. Pero el mayor alegato antibelicista y antimilitarista que he visto jamás es SENDEROS DE GLORIA, de Stanley Kubrick. Hubiera sido imposible situar la acción en EEUU…

  2. Anonymous 09:55, diciembre 03, 2012

    Aunque, afortunadamente, habíamos dejado atrás el criterio ridículo de cortar escenas de besos, el conservadurismo de aquellos tiempos se distinguía por observar un código de inmoralidad riguroso cifrado en habitar alcobas sucias los sábados y purgar pecados en devotas visitas dominicales a los templos. He de reconocer que no he leído el libro; no obstante, del gusto morboso por escarbar en el lado oscuro de la condición humana se mostró proclive Hollywood ya en aquellos tiempos. Siempre he pensado que el Cine Clásico había abordado todo o casi todo lo tocante a la existencia humana: sólo el actual lo hace con nuevos bríos, sin tapujos y con toda crudeza – en no pocas ocasiones gratuita -; lejos quedaban ya películas de enfoque casi pueril como «El Sargento York» ( 1941 ) cuya visión providencial del personaje – así eran los barnices del Séptimo Arte para enmascarar una realidad más prosaica – movió a miles de hombres a alistarse en los meses anteriores a la entrada de EEUU en la Segunda Guerra Mundial, como así también se pretendía en la película «De aquí a la eternidad» pues la Patria hacía un llamamiento constante a sus hijos, achacable a su constante intromisión en asuntos ajenos: el perfil de Robert E. Lee Prewitt encaja perfectamente con este propósito de animar a las juventudes a procurarse un futuro de gloria y heroísmo sirviendo en el ejército. Menos mal que las sentinas de la política belicista del Tío Sam se pondrían, décadas después, al descubierto: Clint Eastwood dirigía «Banderas de nuestros padres». Saludos. Armando.

  3. elez 16:01, diciembre 01, 2012

    no podía ser otro….el malo

  4. Antonio Gude 15:37, diciembre 01, 2012

    elez. Exite una homosxualidad latente en el capitán del regimiento hacia Prewitt. Al mennos, eso creo. Mucha gente lo percibió así y, creo, en el libro se apreciaba mejor.

  5. elez 14:34, diciembre 01, 2012

    gran película, ¿quien era el homosexual en el libro?