EL AJEDREZ COMO MITO EN BORGES
La obra de Jorge Luis Borges (Buenos Aires, 1899 – Ginebra, 14 junio 1986) está plagada de referencias al juego rey, al que le dedicó, además, dos famosos sonetos. Como los espejos, los tigres o los laberintos, el ajedrez es uno de los elementos recurrentes que integran la mitología del gran creador argentino.
Antonio Gude
Eterno candidato al Premio Nobel, Jorge Luis Borges tenía excesiva talla literaria para un premio encorsetado en las premisas de lo “políticamente correcto”. Borges era incómodo para las muy correctas autoridades académicas suecas, porque en la realidad era un conservador, que exhibía posturas arrogantes y un tanto cínicas para con las clases humildes, si bien con el tiempo sus posiciones se fueron haciendo más generosas y, a menudo, incluso más democráticas y justas que las de los propios maniqueos, que en todo lugar se hallan, tan diligentes siempre a la hora de señalar la paja en ojo ajeno. En todo caso, su elitismo fue de signo estrictamente intelectual: nunca admiró a los oligarcas, ni sintió la tentación del poder, si exceptuamos el poder de las palabras.
Ensayista genial y paradójico, creador de mundos de fantástica, aunque implacable lógica, poeta de enorme envergadura, adquirió renombre universal a principios de los sesenta por dos hechos independientes entre sí: por un lado, compartió (en 1961) el prestigioso Premio Formentor con Samuel Beckett y, por otro, el famoso autor francés Roger Caillois lo presentó entusiasmado a los círculos intelectuales de París, donde sus brillantes conferencias (la audacia de los temas, su elegancia especulativa, su erudición, su impecable francés) deslumbraron a los mandarines de la cultura. Sus obras fueron publicadas y reeditadas, las revistas literarias le dedicaron números especiales y su éxito no pudo ser mayor. Triunfar como literato en Francia es tanto como triunfar en el mundo entero y la obra de Borges ha sido traducida hoy a una treintena de idiomas, con infinidad de reediciones, recibiendo incontables testimonios de admiración ilimitada.
En España tuvo afinidad, en su juventud, con el movimiento ultraísta, en especial con el novelista y traductor Rafael Cansinos Asséns. De su paso por Madrid deja constancia una placa (Puerta del Sol, esquina calle Carmen), donde se lee: “En esta Pensión Americana residió, en 1920, el poeta Jorge Luis Borges, y en ella escribió sus primeros poemas ultraístas. Ayuntamiento de Madrid, 1997.”
Su primer libro de poemas fue Fervor de Buenos Aires (1923), en el que parece presagiar la desgracia que le acaecería, a partir de finales de los cincuenta, la progresiva e irreversible pérdida de la vista: “y la noche gastada / se ha quedado en los ojos de los ciegos.” (Amanecer). Y en otro poema, un par de años después, “el mar es solitario como un ciego.” (Singladura). Los títulos en cursiva son de un poema, un cuento o un escrito que contiene a la cita. En negrita y en las notas al final del artículo se incluyen los títulos del libro en que aparecen tales textos.
En 1960 escribió otro libro poético, El Hacedor. Acababa de ser nombrado director de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires. Casi un millón de libros: un auténtico paraíso, según su propia concepción del edén, cuando la pérdida de visión le advertía, sin lugar a equívocos, que si había recibido ese enorme don, ese don maravilloso del paraíso en la tierra, también le quedaría poco tiempo para disfrutarlo. Con la ceguera abatiéndose de forma visible sobre él, iniciaba así su Poema de los dones:
Nadie rebaje a lágrima o reproche
Esta declaración de la maestría
De Dios, que con magnífica ironía
Me dio a la vez los libros y la noche.
No mucho después, sólo podía percibir el amarillo, “el oro de los tigres”, como bautizaría a uno de sus libros: “Ahora sólo perduran las formas amarillas / y sólo puede ver para ver pesadillas.”
El doble soneto al ajedrez
Al mismo libro, El Hacedor, pertenecen sus magníficos e insuperables sonetos al ajedrez, sin duda conocidos de muchos lectores. En una interesante entrevista, el autor recuerda, sin embargo, que estos poemas tuvieron que esperar muchos meses antes de que la revista a la que los había enviado se decidiese a publicarlos, y cuando lo hicieron no fue porque los juzgasen de gran calidad, sino ¡porque les habían gustado las ilustraciones de su hermana! Por otro lado, tampoco Borges los consideraba especialmente brillantes. Según él, la adjetivación era evidente: “sesgo alfil”, “encarnizada reina”…
AJEDREZ
I
En su grave rincón, los jugadores
Rigen las lentas piezas. El tablero
Los demora hasta el alba en su severo
Ámbito en que se odian dos colores.
Adentro irradian mágicos rigores
Las formas: torre homérica, ligero
Caballo, armada reina, rey postrero,
Oblicuo alfil y peones agresores.
Cuando los jugadores se hayan ido,
Cuando el tiempo los haya consumido,
Ciertamente no habrá cesado el rito.
En el Oriente se encendió esta guerra
Cuyo anfiteatro es hoy toda la tierra.
Como el otro, este juego es infinito.
II
Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada
Reina, torre directa y peón ladino
Sobre lo negro y blanco del camino
Buscan y libran su batalla armada.
No saben que la mano señalada
Del jugador gobierna su destino,
No saben que un rigor adamantino
Sujeta su albedrío y su jornada.
También el jugador es prisionero
(La sentencia es de Omar) de otro tablero
De negras noches y de blancos días.
Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
De polvo y tiempo y sueño y agonías?
Más allá de lo evidente (descripción de las piezas y demás), unas breves acotaciones: En el primer soneto, “las lentas piezas”, trasladar el sentido del tiempo (la reflexión) a cualidad específica de las figuras es un hermoso giro poético. Lo mismo que “ámbito en que se odian dos colores”, algo que difícilmente puede ser mejor expresado. Cuando acabe la partida no habrá finalizado el juego porque el ajedrez es infinito, “como el otro”. Hay que suponer que el autor se refiere al único juego en rigor más difícil que el ajedrez: el de la vida.
En el segundo hay alusiones a la fatalidad, al destino o a Dios, si es cierto que éste “mueve al jugador”. El Omar mencionado es, por supuesto, Omar Jayyam, el poeta persa autor de los Rubaiyat.
El propio Borges aclara, en unos diálogos con Osvaldo Ferreri:
Yo imagino a las piezas, que creen gozar de libre albedrío, pero luego no, las mueve la mano del jugador. El jugador cree gozar de libre albedrío, pero al mismo tiempo él está dirigido por un dios que, por razones literarias, está regido por otros dioses. Y así se forma, entre las piezas de ajedrez, una serie infinita, una cadena infinita de eslabones. Escribí dos sonetos con ese tema, y en ambos el tema es el mismo: las piezas creen ser libres y no lo son, y los jugadores creen ser libres y no lo son; y Dios cree ser libre, pero no lo es, y el otro dios cree ser libre pero no lo es, y así hasta el infinito.
Referencias poéticas
La mención del ajedrez en su obra poética suele formar parte de una enumeración de agradecimientos a la vida, o bien como una imagen metafórica. Son abundantes los ejemplos del primer caso.
En Otro poema de los dones:
Gracias quiero dar al divino
Laberinto de los efectos y de las causas
Por la diversidad de criaturas
Que forman este singular universo,
(…)
Por el geométrico y bizarro ajedrez,
(…)
En Las causas:
…El ajedrez y el álgebra del persa…
En El hacedor:
…Los laberintos de marfil que urden
Las piezas de ajedrez en el tablero
(…)
La Fama:
Haber visto crecer a Buenos Aires, crecer y declinar.
Recordar el patio de tierra y la parra, el zaguán y el aljibe.
Haber heredado el inglés, haber interrogado al sajón.
Profesar el amor del alemán y la nostalgia del latín.
Haber conversado en Palermo con un viejo asesino.
Agradecer el ajedrez y el jazmín, los tigres y el hexámetro.
(…)
Por último, también en un texto de su último libro, Alguien sueña, se incluye el ajedrez en una enumeración:
¿Qué habrá soñado el Tiempo hasta ahora, que es, como todos los ahoras, el ápice? Ha soñado la espada, cuyo mejor lugar es el verso. Ha soñado y labrado la sentencia, que puede simular la sabiduría. Ha soñado la fe, ha soñado las atroces Cruzadas. (…) Ha soñado el arado y el martillo, el cáncer y la rosa, las campanadas del insomnio y el ajedrez.
En cuanto a las imágenes, en el poema Metáforas de las Mil y Una Noches se lee:
El simio que revela que es un hombre jugando al ajedrez.
Y en Estancia El Retiro:
El tiempo juega un ajedrez sin piezas
En el patio.
En De que nada se sabe vuelve el tema recurrente del ingobernable destino que el ser humano cree controlar:
Las piezas de marfil son tan ajenas
Al abstracto ajedrez como la mano
Que las rige. Quizá el destino humano
De breves dichas y de largas penas
Es instrumento de otro. Lo ignoramos,
Darle nombre de dios no nos ayuda.
También se sirve del ajedrez para definir, precisamente, a la poesía: “Ajedrez misterioso, la poesía, cuyo tablero y cuyas piezas cambian como en un sueño y sobre el cual me inclinaré después de haber muerto.
(continuará)
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