El profesor George Steiner (nacido en 1929) es una de las grandes eminencias actuales de la cultura. Filósofo, crítico literario y ensayista brillante, autor prolífico, sus obras constituyen hitos para entender el mundo actual, la literatura y las convulsiones históricas del siglo XX, como ‘Extraterritorial’ (1972), ‘Una idea acerca de Europa’ (2005), ‘Los libros que nunca escribí’ (2008), etc.
Lo que a nosotros más puede interesarnos es su tenaz afición al ajedrez. Escribió, por ejemplo, CAMPOS DE FUERZA, sobre el match Fischer-Spassky de 1972, que presenció físicamente, como otros intelectuales de la talla de Arthur Koestler.
Steiner confiesa que juega a diario con su maquinita de ajedrez (suponemos que la tendrá actualizada) y que en los grandes cafés europeos de Praga, Viena u Odesa, donde todavía se respiran las tensiones de la historia, sigue ejerciendo de mirón de las partidas de ajedrez que normalente se juegan en esas bellas mesas de mármol…
En el artículo LA EUROPA DE STEINER (Blanco y Negro Cultural, 22.5.2004) fue entrevistado por Isabelle Albaret y Olivier Mongin.
He aquí un extracto:
–¿Podemos explicar la creación artística o hay que entenderla como un misterio, el fruto de una fe?
—Volvamos al concepto mismo de creación, que debería llenarnos de un asombro permanente e infinito. Hay trabajos de psicología y neuropsicología muy interesantes, pero que hasta ahora no explican nada. Picasso va andando por una calle. Otro niño, montado en un triciclo, lo atropella. Sonriendo, el pintor le da la vuelta a la escena del triciclo y pinta el toro con cuernos grandes. Nadie puede explicarlo. Se habla de sinapsis, del arco eléctrico que, en Platón, es la metáfora. Tal vez. Pero para mí el creador , el gran creador, infunde precisamente la alegría del misterio. Esto puede ocurrir de un momento a otro, en cualquier parte. En el Bronx, entonces el barrio más pobre de Nueva York, una madre y sus dos hijos vivían en un apartamento sin agua corriente. La madre trabajaba todo el día en una lavandería. El padre había desaparecido. El niño lloraba y gritaba todo el día, y su hermana, que no podía aguantarlo más, le compró por unas monedas un juego de ajedrez. A loso cinco años, en esa habitación miserable, Bobby Fischer era ya el mejor jugador de ajedrez del mundo. El niño no sabía que era un juego que podían jugar dos personas: él jugaba contra sí mismo. Treinta años más tarde, tuve el privilegio de escribir un largo artículo sobre el match que Fischer disputó con Spassky. Spassky me dijo una noche: «Para él yo no existo.» No hay nada que pueda explicar esta explosión del cerebro, como la de un gran compositor, en un niño de esa edad. Rossini, a los nueve años, componía cuartetos exquisitos.»
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