literatura, marzo 19, 2014

EL CIELO NADA SABE DE PROTEGIDOS (y 2)

EL CIELO NADA SABE DE PROTEGIDOS
Erich Maria Remarque
(fragmento)
 (…)
      –¿Quiere usted aprender a jugar al ajedrez? –preguntó a Lillian, tras examinar la última jugada de la “Cocodrilo”. Si lo desea, puedo iniciarla rápidamente.

      Lillian apreció temor en aquellos ojos azules. El anciano creía que Régnier no tardaría en morir, tomando en consideración lo mal que jugaba, por lo que temía quedarse de nuevo sin contrincante, y preguntaba por él a todos los que lo visitaban.
      –Se puede aprender pronto. Le enseñaré todos los recursos. He jugado con Lasker.
      –No tengo ni paciencia ni talento para ello.
      –¡Todos tienen talento! Y hay que tener paciencia si uno no puede dormir. ¿Qué va a hacer uno? ¿Rezar? Eso no ayuda. Soy ateo. La filosofía tampoco ayuda. Las novelas policiacas ayudan bien poco. Ya lo he probado todo, respetable joven dama. Únicamente hay dos cosas que ayudan: una es estar compenetrado con otra persona; por eso me casé. Pero mi esposa hace mucho que falleció…
      –¿Cuál es la otra?
      –Solucionar problemas de ajedrez, lo cual es tan abstracto, está tan alejado de la incertidumbre y del temor humanos que llega a confortar. Es un mundo sin pánico y sin muerte. Por lo tanto, ¡ayuda! Al menos por una noche, que es lo que necesitamos, ¿no es así? Sólo poder llegar a la mañana siguiente…
      –Sí, es lo único que desea cada uno de nosotros.
      Por la ventana de aquel angosto cuarto no se veían más que nubes y una ladera nevada. En aquella primera hora de la tarde, las nubes aparecerían gualdas y doradas y se movían inquietas.
      Richter preguntó:
      –¿Quiere que la inicie en este juego? Podemos empezar ahora mismo. Al anciano le refulgían los ojos en su mortecino rostro.
      “Su mirada ansía compañía” –pensó Lillian, y no problemas de ajedrez; ansía que alguien aparezca por la puerta cuando ésta se abre y por el umbral no entra sino el silencioso viento que hace subir la sangre a la garganta y llena los pulmones hasta que uno se ahoga en él.” Luego preguntó:
      –¿Cuánto tiempo lleva aquí?
      –Veinte años. Toda una vida, ¿no es cierto?
      –Sí, toda una vida –contestó Lillian. Y pensó: “Toda una vida, ¡pero qué vida! Los días se suceden en una monótona e infinita rutina, y al llegar al final del año, se juntan todos como si hubiesen sido un solo día; así son de parecidos el uno al otro. Lo mismo sucede con los años, pues todos juntos parecen un solo año. No, no quiero terminar así, ¡no!”
      –¿Quiere que empecemos hoy? –insistió Richter.
      Lillian negó con la cabeza:
      –No tiene objeto; no pienso estar mucho tiempo aquí.
      –¿Se marcha allá abajo? –preguntó Richter.
      –En efecto; dentro de un par de días –contestó. Y se dijo para sí: “¿Qué estoy diciendo? ¡No es cierto!” Pero las palabras resonaban en su cerebro como para no ser olvidadas. Confusa, se levantó de donde estaba sentada.
      –¿Está usted ya curada? –inquirió el anciano.
      Aquella ronca voz sonó engorrosa, como si Lillian hubiese cometido un abuso de confianza. Contestó bruscamente:
      –Me marcho, pero por poco tiempo. Volveré.
      –Todos vuelven –comentó Richter, tranquilizado–. Todos.
      –¿Quiere que le lleve su jugada a Régnier?
      –No tiene objeto. Richter recogió las piezas del tablero.
      –Está mate. Dígale que debemos empezar una nueva partida.
      –Sí, una nueva partida, sí.
           .

2 comentarios

  1. Anonymous 11:45, junio 10, 2014

    Tenga ese libro en su biblioteca. Cualquiera que lo lea será feliz… mientras dure la lectura. Gude escoge muy bien los buenos libros y nos empuja a un bienestar mientras nos adentramos en el «paisaje» del libro.
    ip

  2. AJedrez Utea 00:07, marzo 20, 2014

    Excelente diseño del sitio web, contenido variado.