EL ESTADO DE LA NACIÓN (y 2)
Antonio Gude
La polémica: modalidades a la carta
Si lo inteligente es que los jugadores profesionales promuevan el tipo de práctica más rentable para sus intereses, puede que haya más de una modalidad que les convenga rescatar para navegar en este mundo complejo y sinuoso. Además, hay muchos otros mundos dentro del damasquinado de nuestro juego. ¿Por qué nadie dice, por ejemplo, que ambas modalidades (ajedrez clásico y rápido), por no hablar de otras muchas, pueden perfectamente coexistir? No es posible que idea tan elemental no se le haya ocurrido a nadie. Por otro lado, es evidente que si la libre iniciativa es uno de los pilares sobre los que se asienta la sociedad en que vivimos, cada organizador tiene todo el derecho del mundo a promover en su torneo el tipo de ajedrez que quiera: desde el clásico al rápido, pasando por el avanzado, las exhibiciones de simultáneas, partidas por internet, o las modalidades circenses del Sr. Van Oosterom (Melody Amber).
Quienes quieren subirse al carro de una FIDE que imaginan futurista y televisable, se frotan las manos y se apresuran a declarar que los controles más rápidos no afectan a la calidad del juego. ¿Acaso están diciendo que durante siglos los jugadores han estado perdiendo el tiempo y que las mejores partidas de la historia se habrían producido igual con la mitad, o la cuarta parte del tiempo de reflexión? Los primeros en experimentar la nueva fórmula se están manifestando ya, y en estas mismas páginas. En este número, por ejemplo, la campeona española, Mónica Calzetta se queja del déficit de calidad, en su estreno del tiempo acelerado (Europeo Femenino de Varsovia:1h15 minutos y 15 minutos más para toda la partida + inyección de 30 segundos/jugada) y también Marc Narciso, a propósito del First Saturday de Budapest, quien ya lo había hecho antes, con motivo de su experiencia en el torneo de Badalona (Jaque nº 534). Habrá otras y más variadas opiniones, pero cito las que he visto reflejadas en palabra escrita, que es la que verdaderamente compromete.
Quienes temen que se estropee el impulso de la promoción privada (ese fértil terreno que tan hábilmente ha estado explotando Kasparov durante quince años), esgrimen, en cambio, el tema de la calidad y nos hablan de las «sagradas» tradiciones del ajedrez (¿tan sagradas, quizá, como aquellas que consisten en arrojar una cabra desde el campanario?) Las tradiciones no son sagradas porque sean tradiciones. Pueden ser entrañables, desdeñables o aborrecibles. Pueden abolirse o adoptarse: ese no es, desde luego, un argumento válido.
En el paisaje primaveral tenemos a la vista torneos como el de Zurich (en homenaje a Korchnoi): ajedrez rápido de 25 minutos, con desempates a 5 minutos. Acaba de disputarse el de Dos Hermanas y cuando vea el día este número se habrá celebrado el Memorial Capablanca, festivales ambos de ajedrez clásico.
Del 8 al 11 de junio tendrá lugar una nueva edición de ajedrez avanzado, en su ciudad pionera, León (aunque la idea debe acreditársele a Kasparov), con monstruos del calibre de Anand, Shirov, Lékó y Topalov. Ya saben: el ajedrez con programas de juego y bases de datos, el ajedrez del futuro. Cada jugador dispondrá de 20 minutos para toda la partida, con 10 o 15 segundos adicionales por jugada.
A Mainz se traslada el considerado por muchos mundial oficioso de partidas rápidas (hasta ahora celebrado en Francfort). Este evento, de la mano de uno de los organizadores más imaginativos del ajedrez actual (Hans-Jürgen Schmidt), introduce todos los años novedades o variaciones sobre un mismo tema. Esta vez Kramnik y Anand disputarán un match entre el 23 de junio y el 1 de julio, según la fórmula de 25 minutos/jugador y partida, con 10 segundos adicionales por jugada (esto último porque así lo pidió Kramnik: el año pasado no se añadía tiempo). Además, habrá otras espectaculares manifestaciones, como un encuentro entre Adams y Lékó a 8 partidas, con disposición azarosa de piezas a la manera de Fischer, y otra confrontación entre un programa (o máquina) contra un jugador humano. Por otro lado, y siguiendo una idea del propio Sr. Schmidt, Anand y Kramnik darán sendas exhibciones de simultáneas (20 partidas cada uno) vía Internet, y si usted quiere enfrentarse a uno de los campeones, podrá litigar, ya que se pone en marcha una subasta, a partir de 200 marcos alemanes. Ya se sabe, la burra, desde siempre, se vende al mejor postor.
También el tradicional Open Ordix (a 11 rondas, es decir, partida diaria) integra el mismo festival, con la nada despreciable suma de 45.000 marcos en premios.
En las jornadas ajedrecísticas de Dortmund (12-22 de julio) han confirmado su participación Kramnik y Anand, en un sextangular de superelite (categoría 20 o 21), que los espectadores podrán presenciar en el teatro de la ópera de esa ciudad alemana, con un aforo de 1.200 butacas. En ese marco está anunciado también un open internacional con 300 jugadores.
Por si todo eso fuera poco, en breve dará comienzo el encuentro del poderoso programa de juego Deep Schredder contra el Mundo, siguiendo una fórmula similar a la adoptada en los famosos matches de Kasparov y Xie Jun, entre otros, contra un mundo de adversarios encuestables. Claro que esta vez se tratará de una máquina, no de un ser humano (por campeón que sea) contra otros muchos de su especie.
Siguen proliferando los torneos de fin de semana, aunque no por eso ceden los abiertos clásicos, con partida diaria. Todas éstas son distintas formas de entender la promoción del ajedrez, según que el organizador quiera enfatizar en la calidad de juego, en la tradición, en la espectacularidad o en sus gustos personales. Según que se quiera captar a los medios audiovisuales de comunicación o a patrocinadores oficiales o privados, etc. ¿Quién puede discutir que todo eso es perfectamente lícito y que no lastra en absoluto, sino que enriquece la evolución del ajedrez?
Los mesías de la globalización
El ajedrez, qué duda cabe, está lanzado a la conquista de la realidad. Otra cosa es que alguien pretenda apoderarse del juego rey y utilizarlo en su propio provecho para conquistar la realidad en nombre de aquél, vendiéndonos a los demás –con resabios tan viejos como el mundo– la conveniencia de dejarnos globalizar, siguiendo, eso sí, sus instrucciones al pie de la letra, no sea que nos extraviemos y caigamos en la tentación de pensar por nuestra propia cuenta.
Resumiendo: promoción del ajedrez, sí. Coexistencia de modalidades varias, también. Nada de monopolios ni hipotecas del ajedrez mundial. Menos globalización y más consenso entre los grandes jugadores acerca de la unificación del título mundial. Eso sí que nos interesa a todos, pero no parece interesarles a los interesados y esa dispersión, señores, sí que es nefasta, por más que todos quieran ser campeones, porque esto parece ya una competición para ver quién guarda mejor y más celosamente «su» título, discutiendo, de paso, quién debe inscribirlo en el Registro de la Propiedad.
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(De Jaque nº 537, 2001, pp. 40-42)
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