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En el capítulo 2 (Las columnas abiertas), sección 5, para ilustrar la idea de la explotación de la columna como trampolín de asalto, nos dice:
«Cuando alguien decide que su futuro se encuentra en la carrera diplomática porque se siente capaz de dejar a Lloyd George a la altura del betún, es porque está seguro de sus dotes para la profesión. Pero si lo ha decidido porque, de esa forma, espera poder acceder a los círculos de la clase alta para poder casarse con la hija de un millonario (en dólares), entonces resulta que la profesión elegida no pasa de ser un simple, pero eficaz trampolín hacia la cuenta corriente de su futuro suegro.»
A propósito del centro:
«Si en una batalla envío a un puñado de soldados a luchar por un territorio en disputa, sin haber hecho nada por impedir que el enemigo bombardee la posición, jamás se me ocurriría hablar de conquista del territorio en cuestión. Obviamente, no. Entonces, ¿por qué sí lo hacemos en ajedrez?»
En el capítulo 4, apartado 2, El peón pasado:
«El crítico mediocre zanjaría rápidamente la cuestión, aludiendo a la tesis general de que los peones deben ser detenidos, pero a mis ojos esto es prueba de un pobre entendimiento. El porqué y el cómo son de la mayor importancia, pues igual que sería ridículo escribir una novela sin plantear un entramado psicológico, también lo sería escribir un libro sobre estrategia ajedrecística sin poder aportar las razones de los métodos de acción propuestos.»
En el capítulo 6 (Los elementos estratégicos en el final), para ilustrar la necesidad de las figuras el refugio y el puente:
«En el punto anterior nuestro rey se convertía en uno de esos viajeros legendarios. Pero conviene no olvidar el hecho de que leyenda y realidad son dos cosas diferentes. En las crónicas fabulosas, el viajero atraviesa tormentas y tempestades inauditas y, por increíble que parezca, nunca sufre el menor resfriado, pero en la realidad las cosas son muy distintas.»
En el capítulo 2 de la segunda parte:
«…la acumulación de pequeñas ventajas no es, en modo alguno, el rasgo más importante del juego de posición. Estamos inclinados a concederle a ese tipo de operaciones un papel muy subalterno. La dificultad de este método se ha exagerado considerablemente. No es fácil de entender cómo puede considerarse bello el mezquino almacenaje de valores. ¿No recuerda este procedimiento, en algún sentido, las actividades de un viejo avaro? Y, si es así, ¿a quién podría ocurrírsele que tales actividades tengan algo de hermoso?»
El diálogo con las piezas parece un anticipo de la idea que algunos maestros posteriores desarrollarían con absoluta seriedad, como el campeón británico Jonathan Rowson, en su libro Los siete pecados capitales del ajedrez:
En el capítulo 3 de la segunda parte (El peón doblado), sección 3:
«Exigirles a las piezas sólo una directa actividad atacante lleva el sello inequívoco del movedor de madera. Con buen criterio, una mente ajedrecística sutil les pedirá también a las piezas que realicen maniobras preventivas.»
El capítulo 3 (segunda parte) de Mi sistema se titula El peón d aislado y sus descendientes. Es realmente muy plástica la genealogía que Nimzovich establece en la creación y sucesión del peón central aislado, del que los peones colgantes (peones negros c6+d5 o blancos c3+d4) serían sus hijos, aunque en su terminología son llamados pareja de peones aislados. Por último, los nietos del peón d aislado son los peones colgantes, que para el autor sólo lo son cuando están dispuestos en falange (es decir, peones negros en c5+d5 o blancos en c4+d4). Naturalmente, no por capricho, sino porque la génesis de «hijos» y «nietos» suele producirse a partir de posiciones con peón d aislado:
«Un breve estudio de la historia familiar nos ayudará a entender mejor a un miembro particularmetne problemático de la familia. De su abuelo, los peones colgantes han heredado un rasgo esencial, a saber, una curiosa mezcla de debilidad estática y de fuerza dinámica. Pero mientras que en el caso del peón d aislado se distinguen claramente tanto la fuerza como la debilidad, en el caso de los peones colgantes, ambos ingredientes están enmascarados.»
En su eterna controversia con Siegbert Tarrasch (aunque al reproducir su famoso artículo de 1913 en Mi sistema, advierte que no desea polemizar y que le ha quitado mucha virulencia, lo cierto es que en Práctica de mi sistema, vuelve a arremeter una y otra vez contra las ideas del ilustre doctor), también forman parte activa de su lenguaje aquellas expresiones que, por considerar tópicas y carentes de significado, excluye del suyo propio. Así pues:
«Tampoco son modernas sus expresiones ‘juego libre’, ‘defensa restringida’, etc., porque no tienen una traducción precisa en la filosofía ajedrecística.»
En la partida nº 1 de Práctica de mi sistema:
«El resto de la partida es una masacre, que transcribimos con reticencia, pues no somos de naturaleza sanguinaria.»
No puede negarse que esta forma de expresar un concepto, asociándolo con referentes conocidos de la vida cotidiana, ejerce, por su plasticidad, un notable efecto sobre el lector, ayudándole a asimilar las ideas que se barajan.
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