literatura, noviembre 22, 2010

EL MANUSCRITO CARMESÍ

Siguen unos fragmentos de esta novela de Antonio Gala, que ganó el Premio Planeta en 1990, con referencias al ajedrez:

Está escrito en el destino: la dificultad reside en saberlo leer. Hay quienes, mientras aspirar a superar el suyo, son sólo el arma del de los otros: se erigen en dueños del azar, y, a fuerza de combatir desde su vulgar sino, se transforman en los apoderados del ajeno, y juegan al ajedrez en nombre de la Historia, derrocándolo todo, pieza a pieza, hasta inundar de sangre los tableros. Qué irreversible consternación para un hombre comprobar, al final, a la entrada de su Medinaceli, que, cuando resolvía en aparente libertad, estaba siendo utilizado. Porque nadie sobrevive a la tarea para la que nació: todo fue enrasado y medido previamente. Cumplida su misión, sólo ya el poderoso sobre el tablero que fue desalojando el destino –su destino esta vez– le lanza el jaque mate. La vida es una inapelable partida en la que todos los jugadores acaban por perder…
(páginas 28-29)

Moraima y yo, igual que un viejo matrimonio bien avenido cuyos hijos salieron ya del hogar en persecución de su destino –como si no fuese él quien nos persigue–, pasamos las veladas refiriéndonos historias o jugando al ajedrez. Ella suele ganarme. Ayer mismo ha derrotado a mi rey con un simple peón. A veces hace trampas para hacerme ganar, no sea que me sobrevenga el aburrimiento de perder casi siempre, y otras veces soy yo quien hace trampas para intentar ganarle, aunque sin resultado. (301-302).

Las crónicas, no sé si para facilitar su acceso a futuros lectores, o para simplificar las historias, que son siempre inenarrables, reducen cada reinado y cada batalla a una partida de ajedrez. Yo mismo tiendo a ello: tan grande es la pasión del hombre por el juego, que de alguna manera disculpa sus errores con el azar.
Cuando se conquistó Toledo, un sabio, Abu Mohamed el Asal, lanzó un grito de alarma:

Habitantes de Andalucía, espolead vuestros corceles.
Detenerse ahora sería una hueca ilusión.
Los vestidos suelen rasgarse por los bordes,
pero España empezó a desgarrarse por el centro.

Por el centro del tablero –y cada tablero ostenta a los adversarios de un mundo, sea grande o sea pequeño– avanzaron los peones de la partida. Temerarias fueron las apuestas, y la baza, cuantiosa; las jugadas se llamaron irremisiblemente unas a otras: con razón lo que en árabe denominamos «al sak mat» lo denominan los cristianos «jaque mate»: para nosotros significa el rey ha muerto. Tal es lo que en mi partida y en mi tablero ha sucedido. En lo esencial se identifican todos los idiomas.
A veces, en estas noches tan prolongadas que parecen detenerse, cuyas horas son como días oscuros, juego al ajedrez con Bejir o Farax; ríen cuando me ganan, es decir, ríen siempre. Moraima levanta sus ojos de la labor y les regaña: ella, cuando juega conmigo, no juega contra mí: se olvida de hacer el movimiento que le daría la victoria. Sin embargo, con Aben Comisa o El Maleh me niego a enfrentarme: aunque no me hagan trampas, no consigo evitar la sospecha de que me las hacen. Prefiero ver cómo juegan entre sí, y se traban en eternas discusiones, que conducen a un empate final al que ninguno de ellos se resigna. (526-527).

Mi pregunta es: ¿se llamaba España España en el siglo XV? Nadie parece saber, a ciencia cierta, la fecha exacta en que los reinos de Castilla, Aragón y demás pasaron a llamarse España. Incluso lo he consultado con autoridades e historiadores, cuya respuesta puede resumirse en: «¡Uy, de eso habría mucho que hablar!»
+

¿Quieres comentar algo?