EL TIEMPO DE MICHEL BUTOR
Los diarios nos informan de la desaparición de Michel Butor (1926-2016), no sé exactamente cuándo, ni cómo, ni me intereso mucho por ello. Supongo que hace unos días. Lo que me importa es su vida, no su muerte.
Michel Butor fue adscrito por la crítica seria al movimiento literario Nouveau Roman (nueva novela), surgido en la década de los cincuenta.
Pero como sabemos, los críticos serios no siempre son rigurosos, y Butor no parecía encajar demasiado bien en una escuela literaria obsesionada por la minucia y la descripción, cuyos principales nombres eran Alain Robbe-Grillet, Nathalie Sarraute y Claude Simon Aquí no está de más recordar la anécdota en que el primero de ellos le dijo a Borges que era un admirador suyo, y el autor argentino le respondió: “No me descorazone. Yo escribo más apretado.” Borges sin duda pensaba que describir una mesa en más de cuarenta páginas era, más que derroche un horror.
Admiré a Butor por sus ensayos literarios, en general recopilación de sus conferencias y de sus clases (pues era un excelente profesor de literatura) y, sobre todo, por su novela L’Emploi du Temps (El empleo del tiempo).
En El empleo del tiempo, un joven francés es contratado por la agencia marítima de una ciudad inglesa y nos va contando, en primera persona, sus experiencias de adaptación a esa ciudad, su trabajo, sus relaciones personales. Una escritura clásica e introspección psicológica podrían llevarnos a referentes anteriores. Pero no es así. La estructura es renovadora y el tono marcadamente personal. Tenemos, pues, el empleo del tiempo por parte del protagonista, y también el empleo del tiempo por parte del autor: escrita en dos tiempos, uno el presente y otro, dos años atrás, en forma de diario, cuando nuestro hombre llega a Bleston.
Le gustaban los viajes, que siempre encontraba estimulantes y que, según él, le permitían «ver desde el otro lado de la frontera».
Si Butor era un renovador en su forma de concebir la novela, desde luego no me parece que su escritura tenga mucho que ver con sus colegas de la vanguardia. Era, en cualquier caso, un autor de primera fila y, a quienes sientan curiosidad o no lo conozcan, les recomendaría también Pasaje Milán y La modificación.
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