Madrid, 1994.
El gran maestro DAVID BRONSTEIN
Abajo: DB con Antonio Gude (y su gato).
Cronista de ajedrez de Izvestia durante dos décadas, el 4 de enero de 1988 David Bronstein decidió interrumpir su colaboración con el prestigioso diario moscovita. Razón: en esa misma fecha el comité de redacción vetó la publicación de un explosivo artículo suyo. Hoy, el texto es un documento formidable.
EN EL REINO DE LOS ESPEJOS DEFORMANTES
David Bronstein
A lo largo de varios años, los aficionados al ajedrez, lo mismo que millones de telespectadores de todos los confines del mundo, se han visto arrastrados, voluntaria o involuntariamente, a una lucha sin precedentes en torno a la corona mundial de ajedrez. Con tal de propiciar una situación psicológicamente favorable, en vísperas de la contienda ajedrecística, se han puesto en marcha los más diversos métodos para influir sobre el estado anímico de los rivales, sobre todo por medio de extensas entrevistas autopublicitarias. En mi larga trayectoria en el gran deporte nunca he observado nada semejante, aunque siempre ha sido fácil utilizar los deportes más espectaculares para provocar todo tipo de emociones.
Pasaré enseguida a la defensiva: los lectores podrían reprocharme que yo, como periodista, haya contribuido a sembrar la ilusión de que hoy en día no hay en el mundo del ajedrez más que dos grandes maestros (A. Karpov y G. Kasparov) capaces de evaluar bien una u otra posición, de dar con la jugada acertada, de recordar y aplicar sabiamente la maniobra técnica que cada caso requiere. Efectivamente, me resulta difícil esquivar tal posible acusación, pero me gustaría decir (y debo hacerlo) que he comentado los cuatro últimos matches por el título mundial teniendo en cuenta a los seguidores de ambos grandes maestros, a la vez que procurando mantener la necesaria objetividad a la hora de valorar las jugadas, los planes, las aperturas, el medio juego, el final y los apuros de tiempo.
Pero ésta sólo es una parte del problema. Hay otra no menos importante. Dada la enorme popularidad del ajedrez en el mundo, ha surgido una lucha soterrada entre las federaciones de ajedrez y otros patrocinadores por el derecho a organizar el match por el campeonato mundial. En tales circunstancias, el ganador del concurso suele pagar a la FIDE (Federación Internacional de Ajedrez) una suma enorme, en opinión de lo medios ajedrecísticos, que consiste en un determinado porcentaje del valor total a que asciende la bolsa de premios. He sabido también que, en virtud de una resolución del Consejo de Ministros de la URSS, una considerable parte del fondo destinado a premios pasa a las arcas del Estado. Imagino claramente muchas cajas de excepcionales medicamentos, importados del extranjero para nuestros niños, gracias a estos ingresos en divisas y pido que me comprendan al preguntarme ¿podría hablar abiertamente, en el sentido de que, en ningún caso, dos personas deberían cobrar sumas tan elevadas por jugar al ajedrez? Al mismo tiempo, responderé a su legítima pregunta: ¿por qué he decidido manifestar ahora mi opinión?
Ante todo, debido al intervalo en la lucha entre G. Kasparov y A. Karpov. El próximo match por el campeonato mundial se ha establecido para finales de 1990. Mientras tanto, la vida ajedrecística experimentará importantes avances, muchas cosas sin duda cambiarán y tal vez yo no tenga que comentar más estas extrañas luchas intestinas.
En segundo lugar, porque después del match G. Kasparov y A. Karpov han seguido lanzándose ataques en arrogantes entrevistas, dando inequívocas señales de haber perdido por completo la noción de la belleza intelectual, en el auténtico ajedrez, que es su medio de trabajo y de vida. No me gustaría en absoluto que a ninguno de los lectores se le ocurriera, siquiera por un momento, que las generaciones anteriores de ajedrecistas hayan jugado al azar, sin una seria orientación en el territorio del tablero. Eran otros tiempos, había otros requisitos, la cultura ajedrecística sólo estaba cobrando fuerza y nadie de mi generación, ni de la anterior a la mía, podía protagonizar un juego vago, aburrido, sin luchar por la iniciativa, ya que el público consideraba a los grandes maestros protagonistas del tablero y no trogloditas de categoría mundial.
Sería ingenuo pensar que el propio juego del ajedrez se ha vuelto más complicado en los últimos cuarenta o cincuenta años. El caso es que ha surgido un enorme banco de datos en el que se almacenan todas las partidas que se juegan en el planeta. Esta información se procesa en ordenadores y se aplica a unas u otras recomendaciones de los teóricos, que integran bandos opuestos de entrenadores. Este fenómeno tiene consecuencias negativas en el ajedrez de alta competición, porque destruye cualquier intento de improvisación, niega el pensamiento rápido y la jugada audaz, echando a perder lentamente la propia esencia profunda del ajedrez: la confrontación de ideas en el transcurso de la partida.
Existe, además, una tercera razón por la que he decidido manifestar mi oposición a las actuales competiciones de ajedrez, en las que yo mismo he participado (sin ordenadores y sin enciclopedias voluminosas bajo el brazo). Estos días estuvo en breve visita en Moscú Florencio Campomanes, presidente de la Federación Internacional de Ajedrez. Durante la conversación que mantuvimos en el Hotel Sport, Campomanes me dijo que la FIDE había tomado la decisión de celebrar un nuevo tipo de eventos de ajedrez: torneos de ‘ajedrez activo’ (‘active chess’), en los que cada jugador sólo dispondría de 30 minutos para toda la partida. Sin apenas contener mi regocijo, le pedí al presidente una pequeña entrevista para IZVESTIA.
(continuará)
+
Anonymous 20:01, marzo 21, 2012
¡Pendiente de la continuación, única forma de poder captar toda la esencia del contenido!
Jairo