Hablemos ahora de la cuestión competitiva.
«La grandeza del hombre es el flechazo, no el blanco», escribió el poeta cubano Lezama Lima. Muchos años antes, el campeón mundial Enmanuel Lasker había expresado una idea similar, aunque de forma más prosaica: «El hombre es responsable de su trabajo, pero no de sus resultados.» Los tiempos que vivimos, sin embargo, no confirman tan hermosas declaraciones de principios. Más bien las contradicen y desmienten. ¿De qué sirve, hoy, jugar una magnífica partida si al final perdemos? ¿A quién se nos ocurrirá explicarle que sólo perdimos porque dejamos colgada una pieza? Y lo que es más evidente: ¿quién nos escucharía?
El jugador de ajedrez, el joven jugador que acaba de salir a la palestra, que se ha lanzado ya al abismo de la competición, debe prepararse, curtirse contra todo tipo de adversarios y circunstancias. Como ya expresamos en TCM, no hay nada que pueda sustituir a la práctica para jugar bien al ajedrez. Docenas de manuales y monografías no bastarán para inculcarle al jugador muchas de las cualidades que se requieren para salir airoso en el ajedrez de competición, y que sólo pueden adquirirse en el combate día a día ante el tablero: espíritu de lucha, concentración, tenacidad, capacidad para absorber nuevas situaciones, persistencia en la defensa, control del ataque, administración de las ventajas materiales, lucha contra desventajas del tipo que sea. Concentración, espíritu de lucha. Sí, ya sé que lo he repetido. Pero por mucho que se repita, será insuficiente. El jugador debe imbuirse de una actitud combativa correcta, que él sólo puede aprender, que quizá puedan inculcarle sus instructores, si es que los tiene, o compañeros de club. Pero quienes mejor se la inculcarán son, sin duda, sus rivales de turno.
El respaldo de conocimientos técnicos es, no obstante, fundamental. Los manuales, las publicaciones técnicas, la reproducción de las partidas magistrales son una herramienta esencial para adquirir un apropiado bagaje de conocimientos. Porque igual de claro está que no es lo mismo salir a jugar desprovisto de conocimientos teóricos, que pertrechado de ellos. El jugador que estudie teoría de aperturas, finales, estrategia y táctica, está en condiciones infinitamente superiores al jugador que pretenda sentarse ante el tablero y luchar a pecho descubierto. Vivimos en un mundo sofisticado. Nadie puede ignorar el enorme trasvase de información que han aportado las nuevas tecnologías. Pero tan importante como la información en sí es saber digerirla y asimilarla. Un jugador puede ser aplastado por el peso de las aperturas que estudia o de las partidas que reproduce. De ese peligro le preserva aprender a pensar en ajedrez.
La palabra que quizá más se use en nuestro juego es análisis. Sin embargo, el jugador no procede a examinar todas y cada una de las jugadas reglamentarias posibles en una posición. Sus conocimientos, su experiencia y su inteligencia le dictan qué jugadas debe considerar y cuáles descartar. En otras palabras, su mente opera de forma selectiva. Cuánto más experto y competente sea el jugador, más fácil y certero le resultará ese proceso selectivo, pero para llegar a ello, debe jugar, estudiar, y volver a jugar tanto como le sea posible.
Acerca del cuestionamiento y la conveniencia de adoptar una mínima distancia crítica, considero que una de las aportaciones más valiosas de Kasparov al jugador de ajedrez es su toma de postura al respecto, cuando afirma: «Crea, sí, pero verifique» (La Defensa Siciliana, Scheveningen, en colaboración con Nikitin).
Los principios técnicos están para cumplirse, pero no ciegamente, no al pie de la letra. Un autor norteamericano, hablando de la competición deportiva en general, alude a lo que él llama exceso de corrección. Viene a ser algo así como dejarse atropellar porque nuestra confianza en las normas (semáforo en verde) nos impide pensar que alguien pueda incumplirlas. Así pues, atropellados con toda la razón de nuestra parte. Los principios y las posiciones deben ser perpetuamente sometidos a cuestionamiento. No hay que dar nada por sentado. Los principios no son inmutables. La vida no es inmutable. El ajedrez ofrece continuamente aspectos insólitos, detalles que invalidan una combinación, o que hacen eficaz una maniobra, en abierta contradicción con las normas.
El jugador debe asimilar cuanto un experto comenta o afirma acerca de cualquier aspecto del ajedrez. Pero también debe aprender a pensar por su cuenta, a ejercitar su mente, a fin de mantener perpetuamente en vela una lucecita cuestionadora.
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