El siguiente artículo fue publicado por la BCM, pero lamentablemente no dispongo de datos preciso acerca de su fecha de publicación. Creo que debe datar de la década de 1960-1970.
Como es sabido, el Dr. Euwe (1901-1981) se proclamó campeón del mundo, al vencer en 1935 a Alekhine. Fue presidente de la FIDE entre 1970 y 1978. Hasta su retiro, desempeñó su tarea de profesor de matemáticas. Estaba considerado un gran teórico de aperturas que, entre infinidad de artículos e informes, dirigía los ‘Schach Archiv’, hojitas clasificables de aperturas, publicadas por Kurt Rattmann en Alemania, muy populares en su tiempo.
El artículo se publicará en dos partes.
¿ESTÁ AGOTADO EL AJEDREZ?
Dr. Max Euwe
en colaboración con el Prof. Walter Meiden
¿Está agotado el ajedrez o pronto se agotará del todo? Esta cuestión se plantea de cuando en cuando, y no sin razón.
Con el rápido desarrollo de la teoría ajedrecística, sobre todo el extenso análisis de las aperturas, la existencia de buen número de línes de juego «tablistas» y, presumiblemente, «agotadas». ¿Qué podemos decir del descubrimiento y propagación de nuevas técnicas en el medio juego, con el consiguiente incremento en la fuerza de juego del aficionado?, y ¿qué de las tentativas de reducir el ajedrez a un conjunto de principios, de forma que pueda ser jugado mecánicamente por programas de ordenador? No parece que haya límites a la posibilidad de que algún día tanta información sobre el juego se acumule hasta el punto de que no sea posible nada nuevo y que, por ejemplo, dos jugadores por correspondencia que dispongan de toda esa información siempre finalizarán en tablas su partida, simplemente situando la posición en el lugar adecuado. El proceso de consulta de libros de referencia es el pan nuestro de cada día en muchas partidas por correspondencia y los efectos del desarrollo de la teoría de aperturas se hacen sentir a los niveles más altos, hasta el punto de que cualquier maestro que se presente en un torneo sin un buen conocimiento de un determinado número de líneas de apertura sufría un hándicap considerable, en relación con sus colegas, pues aunque fuese capaz, durante la partida, de analizar con precisión las posiciones de apertura, el tiempo que eso requeriría representaría una seria desventaja en comparación con un oponente que jugase igualmente bien pero que conociese tales posiciones al dedillo.
Si se descubriese una secuencia razonable de jugadas que condujese inevitablemente a la victoria forzosa de uno de los bandos, eso supondría el fin del ajedrez. O bien si el ajedrez llegase a un punto en que los maestros siempre pudiesen hacer tablas entre sí, eso significaría que el ajedrez se habría agotado. O si la técnica ajedrecística pudiese codificarse de tal forma que una computadora lo jugase de forma más perfecta que el hombre, eso, sin duda sería un anticipo de la muerte del ajedrez.
Se han dado pasos en algunas de estas direcciones, de modo que, sin la menor sombra de duda, el ajedrez se juega hoy de forma distinta a cómo se jugaba un siglo atrás, o incluso hace varias décadas. Pero la cuestión es si estos desarrollos conducen al fin del ajedrez o sólo a una forma diferente de ajedrez, tal vez más rico e interesante.
Una de las amenazas básicas para la vitalidad del ajedrez parece estribar en el rápido desarrollo de lo que se conoce como teoría ajedrecística, es decir, la opinión de los maestros en cuanto a cuáles son las mejores líneas de juego en la apertura, a juzgar por el resultado práctico de tales líneas en matches y torneos, además de análisis teóricos. Al estudiar aperturas, se han recopilado todo tipo de variantes, de forma que al llegar a determinada posición en una línea, a menudo leemos «la teoría dice…» o «en este punto la teoría recomienda…», o «la jugada teórica en esta posición es…». La investigación sobre las aperturas de ajedrez ha profundizado hasta tal punto que la mayoría de los sistemas teóricos han sido completamente (aunque quizá no con absoluta corrección) catalogados y dictaminados más allá de la décima jugada, y ningún maestro se atrevería a sentarse ante el tablero competitivo sin un buen conocimiento de todas las importantes líneas teóricas. Con el paso del tiempo, la teoría seguirá ampliándose, de modo que dentro de cuarenta o cincuenta años puede que todo esté diseccionado hasta la jugada veinte, y que sólo entonces comience el verdadero juego.
Naturalmente, si la partida propiamente dicha sólo empieza entre la décima y la vigésima jugadas, la naturaleza del juego se habrá alterado, y si llevamos este razonamiento hasta sus últimas consecuencias, podría llegar un momento en que el juego empiece realmente tan tarde que incluso podría llegar hasta el final de la partida. Ese sería, ciertamente, el fin del ajedrez.
En sus esfuerzos por encontrar las mejores jugadas o las más correctas, parece como si, en cierto modo, todos los jugadores del mundo jugasen una especie de partida masiva en consulta a velocidad muy lenta, a fin de llegar a la esencia del juego, a la partida perfecta. Si esta gran partida universal, compuesta por las mejores jugadas de cada bando, algún día llega a su conclusión, en ese momento el ajedrez también habrá llegado a su fin.
Podríamos suponer que, en general, el resultado de esta partida, a base de prueba y error, llegue a finalizar en tablas, aunque eso nunca ha sido realmente demostrado. Teóricamente es posible que las blancas ganen, o incluso que las negras pudiesen ganar, en caso de producirse un Zugzwang superior. Esta suposición es, naturalmente, teórica, y en lo que respecta a las posibilidades de ganar de las blancas, la experiencia ha demostrado, miles de veces, que una partida sólo puede perderse a causa de una jugada floja de uno u otro bando. Esto no ha sido demostrado de forma matemática, pero hasta ahora tampoco se ha podido demostrar que las blancas puedan ganar por fuerza. Por otra parte, hay numerosas líneas en las que las tablas parecen inevitables. Por consiguiente, nunca hablaremos de «la muerte del ajedrez» por culpa de una victoria forzosa, sino más bien de «la muerte del ajedrez» por tablas inevitables, una situación que describe el término alemán Remistod (muerte por tablas).
El concepto de una gigantesca partida en consulta es gráfico e imaginativo, pero es irreal e imposible, como veremos más adelante. No obstante, mantengamos la idea in mente por un rato, sobre todo porque esa partida modélica progresa lentamente y no ha pasado de la fase de la apertura, es decir, de esa porción de apertura en la que hasta ahora podemos afirmar rotundamente que ambos bandos han realizado las mejores jugadas.
Siempre es la misma idea: ¡el concepto de línea correcta para ambos bandos! Sólo con el desarrollo de la teoría ajedrecística, ahora, en lugar de una línea correcta, hay varias líneas correctas. Cada apertura correcta tiene una continuación correcta. ¿Hablamos de diez o veinte aperturas correctas? Entonces estamos hablando de otras tantas partidas globales en consulta. Aparentemente, no hay gran diferencia en que hablemos de diez, veinte o un centenar de líneas que conducen, todas, a posiciones igualadas del medio juego. Sólo que, en tal caso, en lugar de cincuenta o cien años, el ajedrez se mantendría inagotable durante, quizá, trescientos o quinientos años más.
Ya se ha partido en esa dirección, pues cuando las jugadas correctas para ambos bandos han sido descubiertas, las inevitables tablas se hacen reales. En la actualidad hay varias aperturas que pueden considerarse casi exhaustas. Tomemos, por ejemplo, la Variante Ortodoxa del Gambito de Dama Rehusado: 1 d4 d5 2 c4 e6 3 Cc3 Cf6 4 Ag5 Ae7 5 e3 Cbd7 6 Cf3 0-0 7 Tc1 c6 8 Ad3 dxc4 9 Axc4 Cd5. Después de perder su match con Alekhine de 1927, Capablanca declaró que la Variante Ortodoxa mencionada significaría la muerte del ajedrez. «Actualmente», dijo, «quizá haya cinco jugadores en el mundo que pueden hacer tablas con negras con la Defensa Ortodoxa. Dentro de veinte años, esa cifra se multiplicará por cinco, y pasado algún tiempo más cualquier maestro podrá hacer tablas con esa línea de juego.» Capablanca propuso salvar al ajedrez cambiando las reglas. Su remedio era muy drástico, pues sugirió añadir dos nuevas piezas, una de las cuales combinaría las jugadas de torre y caballo, y la otra las jugadas de alfil y caballo. Eso requeriría un nuevo tablero de 10 x 10, es decir, un total de 100 casillas, en lugar de las 64 actuales. Parece que la adición de estas nuevas y poderosas piezas darían al juego un carácter más dinámico, de modo que se agudizaría y, seguramente, se acortaría la duración de la lucha, que tendría una mayor violencia. Por otro lado, este cambio dejaría obsoletos a los análisis sobre el ajedrez actual y obligaría a los jugadores a investigar de nuevo, sin poder beneficarse de la información precedente que ha dado al ajedrez la técnica que conocemos. Este tipo de remedio no deja de tener antecedentes históricos, pues ya a fines de la Edad Media el juego se modificó considerablemente, al darle una fuerza de juego mucho mayor a la dama.
(continuará)
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