ESTACIÓN EN CURVA
Escribir poesía es un acto de audacia, cosa de valientes. Reseñarla o pretender reseñarla, pura insensatez. Yo no suelo cometer ese pecado, pero leí este breve poemario de un tirón y algo me impulsó a escribir una nota.
Como ya nos advirtiera Paul Éluard, el poeta del amor y de las labiales, “la poesía es contagiosa” y ay de aquél que pretenda escapar de ese contagio. La poesía carece de certezas. Tal vez podría definirse como una tentativa por apuntalar incertezas.
El poeta es el dominador del lenguaje, su malabarista, el mago que saca conejos de la chistera, persigue asociaciones imposibles de palabras, indaga en emociones y sensaciones indefinibles, trata de asir y expresar lo inexpresable, aquello que sólo se encuentra en tierra de nadie, en los territorios del sueño y del espíritu. Lanza, en suma, redes a los abismos desconocidos y pretende recogerlas y entregárnoslas cargadas de visiones iluminadoras.
Veamos:
Es una angustia caduca
que crece, sin que uno se dé cuenta
a las siete de la tarde
del domingo más inocente,
cuando se vacían las plazas,
se devalúa el tiempo
y sólo necesitas
a los que no están.
DOMINGO A LAS SIETE
Estábamos hechos
para destruirnos
pero yo
fallé.
Maldita la hora
en la que gané
la guerra
que ya has olvidado.
ARMISTICIO (POR OMISIÓN)
Y lo que parece ser hilo conductor y motor vocacional:
Uno comienza
a ser
el día que decide
arrancarse
todas las costras
de lo que quiso ser.
Y sangra.
PRIMEROS PASOS
A un poeta no lo definen la perfección de sus versos, sus rimas o su ritmo, aunque esa belleza o esos logros sean más que ensalzables. Pero lo verdaderamente valioso, lo que da fuste a su obra es haber logrado un aliento poético, una voz poética, como creo que es el caso aquí.
Siempre me han fascinado las estaciones ferroviarias. Las viejas, claro. Con sus cúpulas de acero y sus estructuras décimononicas. El trajín de la gente en esos marcos… La antigua estación de Atocha en Madrid, las Gare du Nord y de l’Est en París, la de Amberes, con su espectacular y barroca fachada. Incluso la antigua de mi ciudad, una estación terminal, sustituida ahora por una cosa plana de hormigón, asfalto y gravilla, tan expresiva como un ladrillo al sol.
Está el tema de lo curvo. Nuestro tradicional aprecio de lo recto, de las personas rectas, nos hace desconfiar de lo curvo, a pesar de que sabemos que la línea recta, por ejemplo, no siempre es el mejor camino entre dos puntos. Alguien escribió un notable poema, una elegía a lo curvo.
A mí me gustan las personas curvas,
las ideas curvas,
los caminos curvos,
porque el mundo es curvo
y la tierra es curva,
y el movimiento es curvo;
(…)
A mí me gustan los mundos curvos;
el mar es curvo,
la risa es curva,
la alegría es curva,
el dolor es curvo;
las uvas: curvas;
las naranjas: curvas;
los labios: curvos;
y los sueños: curvos;
Jesús Lizano es ese alguien.
Asumo que este atisbo de aproximación apenas les ha dicho nada sobre el poemario. Y para protegerme de mis torpezas, invoco al gran poeta cubano Lezama Lima: “La grandeza del hombre es el flechazo, no el blanco”, revelación que he convertido en credo personal.
Así pues, tendrán que leer el libro.
Nada más ilógico que una estación en curva.
Ni más poético.
No olviden este nombre: Alejandro Salse Batán.
ESTACIÓN EN CURVA
Alejandro Salse Batán
LeTour1987 (2016)
94 páginas
15 x 23 cm.
ISBN 978-84-945994-1-5.
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