Farley Granger, ‘Extraños en un tren’, ‘La soga’ y ‘La carta robada’ de Poe
La reciente muerte de Farley Granger (1925-2011) hace inevitable recordar dos películas de Hitchcock, La Soga (1948)y Extraños en un tren (1951), que dieron celebridad al actor, convirtiéndolo en auténtica estrella. Descubierto por Samuel Goldwyn, Granger tenía una fuerte personalidad, tanto fuera como dentro del plató. Siempre declararía, por ejemplo, que él nunca había aprendido a actuar, no era un actor, que lo habían convertido en estrella por su atractivo físico. En el plano personal, se negó frontalmente a los enjuagues que le proponían los productores de Hollywood, matrimonios de circunstancias, para disimular su condición de gay. Posteriormente, se fue de La Meca del cine, porque nunca se había encontrado a gusto, apareciendo ocasionalmente en Broadway, con suerte dispar.
Extraños en un tren, basada en una novela de Patricia Highsmith, plantea una partida de ajedrez, en la que los protagonistas se intercambian (unilateralmente, cierto es) sendos crímenes, a fin de eludir la senda principal que permite descubrir todo asesinato: el móvil. La belleza de esta película, sus imágenes, su ritmo, el suspense creado por Hitchcock ha sido suficientemente alabada y Granger tiene buena parte de culpa en el éxito de la misma. La soga, que es anterior y debe ser (hablo de memoria) una de las primeras películas americanas de Hitchcock, es otro ejercicio de ajedrez intelectual. En el film, Granger y otro compañero, ambos estudiantes, quieren desafiar a su profesor (James Stewart), planteando una especie de reto dostoievskiano implícito: la ejecución de un invitado al que todos esperan y que no llegará a la fiesta. ¿Qué ha pasado con él? La arrogancia del reto radica, precisamente, en que el cadáver está, de cuerpo presente, en el mismo salón, sin que nadie se percate de ello (siento haberlo revelado, pero si el lector no la ha visto a estas alturas, ya ha perdido el derecho al suspense), es decir que los asesinos pretenden realizar un crimen perfecto. ¿No es eso otro ajedrez, con claves ocultas y, a la vez, reveladas en cierto modo? Y esto nos lleva, a su vez, al cuento de Edgar Allan Poe, La carta robada, donde el importante sobre que contiene la misiva es buscado exhaustiva e infructuosamente por los interesados, policía y detectives. Sin embargo, la carta en cuestión está a la vista de todos, en el rellano de una chimenea hogar… Al igual que en una partida en la que una genial combinación está a la vista (y, al mismo tiempo, oculta por su dificultad) de ambos jugadores…+
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