En el verano de 1967, exactamente en agosto, nace en San Francisco lo que se convertiría en uno de los fenómenos sociológicos del resto de esa década y la siguiente: el movimiento hippy. Aquel año la URSS ganaría claramente el Mundial de Estudiantes en Harrachov (Checoslovaquia), con una nueva generación de figuras: Savon, Tukmakov, Gennadi Kuzmin, Gulko, Faibisovich y Podgaets, pero no enviaría, sin embargo, representante al Mundial Juvenil de Jerusalén, en señal de boicot al evento y como protesta por la guerra de los seis días entre Israel y Egipto. Poco antes, entre mayo y junio, había tenido lugar en la capital rusa un acontecimiento ajedrecístico de alto rango, con el que las autoridades soviéticas pretendían conmemorar el cincuentenario de la Revolución de Octubre.
Todos los jugadores importantes del planeta fueron invitados a participar en el torneo de Moscú. Todos, menos los occidentales, por considerar que su presencia sería una especie de contradicción, un agravio en cierto modo al espíritu de la celebración. Y eso a pesar del enorme interés demostrado por Bobby Fischer y Pal Benko, que movieron activamente sus hilos sin lograr la ansiada participación. Tampoco Bent Larsen pudo tomar parte. Cierto que Najdorf era argentino, pero había nacido en Polonia y parece que eso constituía pretexto suficiente, habida cuenta de los muchos amigos que aquél tenía entre sus colegas soviéticos. No faltaba nadie más, excepción hecha del pope Botvinnik y de Korchnoi. Una nómina de 18 grandes maestros de élite, que incluía al vigente campeón del mundo (Petrosian), a dos excampeones mundiales (Smyslov y Tal) y al que conquistaría el máximo título dos años después (Spassky). Junto a nombres, además, del calibre de Bronstein, Geller, Keres, Najdorf, Stein, Portisch, Gligoric, Uhlmann, etc.
Gheorghiu da la campanada
Ya en la ronda inicial se produciría una importante sorpresa, a cargo del joven Florin Gheorghiu, que derrotaba nada menos que al consagrado Efim Geller.
Gheorghiu – Geller
Defensa Siciliana (B79)
Tres años antes de proclamarse campeón mundial juvenil, Florin Gheorghiu ya había conquistado el campeonato de Rumanía, a los 16 años. Cuando se disputó este torneo se encontraba ya en la élite y el año anterior había infligido a Bobby Fischer su única derrota en la Olimpiada de La Habana. Era la primera vez que se enfrentaban estos dos jugadores. Geller nunca más volvería a plantear el Dragón en partidas posteriores con Gheorghiu, entre otras cosas, porque, con blancas, el GM rumano siempre abrió con 1.d4.
(…)
La sorpresa se debió no sólo a la enorme categoría del rival, sino que, además, Geller era un gran teórico de aperturas, en particular de la Siciliana, que dominaba en todos los esquemas. En cualquier caso, más que campanada habría que decir campanadas, pues en la quinta ronda el rumano ganaría a quien finalmente resultaría vencedor del torneo.
(…)
Nota:
Véanse partidas y posiciones comentadas en el artículo original, publicado en la revista PEÓN DE REY nº 132, enero/febrero 2018 (pp. 76-85).
Stein vence y convence
El desenlace de este torneo sumió a muchos en la perplejidad.
No es que Leonid Stein fuese precisamente un desconocido, pues, entre otros éxitos, se había proclamado campeón soviético en 1965 y 1966, pero, con todo, su dominio en el torneo y las decepcionantes actuaciones de los grandes fueron las notas que presidieron la impresión general de expertos y público. Con +6 =10 -1, Stein sumó 11 puntos y se llevó los 2.000 rublos del primer premio, una cuantía insólita en los torneos soviéticos de la época.
Lo más sorprendente, sin embargo, no fue el triunfo de Stein, sino el segundo puesto compartido por dos relativos outsiders, Gipslis y Bobotsov, ambos invictos y con idéntico resultado: +3 =14 -0. El juego de los dos estuvo presidido por cierta aridez técnica, pero es bien sabido que eso a menudo se traduce en excelencia competitiva. Una seguridad, en cualquier caso, que a los expertos les resultó pasmosa.
Y casi tan sorprendentes fueron las pobres actuaciones del campeón y subcampeón mundiales. Petrosian (12º, con sólo el 50% de la puntuación, +4 =9 -4), de quien no se recordaba un torneo en el que hubiese sufrido cuatro derrotas. Spassky se clasificó delante, con un punto más: 8º, con +4 =11 -2.
Los excampeones lo hicieron algo mejor. Smyslov (+4 =12 -1) y Tal (+5 =10 -2), ambos con 10 puntos, fueron 4º y 5º, respectivamente. Como curiosidad, Smyslov sufrió su única derrota a manos de Uhlmann, el último clasificado. Y tampoco estuvo mal Bronstein, a medio punto de ellos (+3 =13 -1).
Stein era sanguíneo, excesivo, jugador y fumador empedernido. Bebedor también. Sus amigos y quienes lo conocieron bien cuentan numerosas anécdotas suyas. En los primeros años de su implicación seria en ajedrez solía jugar partidas de cartas o de billar, y de paso apurándose una copa de brandy, mientras su adversario de turno pensaba. Se le reprochaba esa indisciplina. Pero su tremendo talento innato tapaba todas las bocas. No era muy estudioso, confiaba en su enorme capacidad táctica y en su fino instinto posicional. En la apertura no prestaba demasiada atención a sutilezas o novedades teóricas y, a pesar de eso, rara vez quedaba en desventaja en la fase inicial.
Por cierto, ¿sabían que Stein era otra de las bestias negras de Tal? Pues lo era. Tal nunca pudo ganarle ni una sola partida. Entre 1961 y 1972 disputaron 18, con el resultado de +4 =14 -0, favorable al ucraniano.
(…)
Aquel mismo verano, Alexander Kotov escribió: “Sus recientes éxitos han elevado a Leonid Stein hasta el pedestal del trono ajedrecístico. Muchos creen que, dentro de dos años, el gran maestro de Lvov será quien se enfrente a Tigran Petrosian.” Pero las cosas no sucederían así. A fines de año disputaría su tercer Interzonal (en Estocolmo 62 y Amsterdam 64 la fortuna le hizo un mal guiño). En Sousse un destino adverso volvería a atravesarse en su camino. Y no sería su peor infortunio, porque en 1973, con sólo 38 años, se despediría del mundo en una madrugada fatídica, horas antes de volar a Bath (Inglaterra) para disputar el Europeo de países. Pero esa es otra historia de la que convendría ocuparse detalladamente algún día.
Raymond Keene finaliza su libro Leonid Stein, Genius of Attack con una partida que su biografiado habría ganado a Langeweg… ¡en 1983! Es decir, diez años después de su muerte… Claro que desde la experiencia de ultratumba entre Korchnoi y Maróczy, sabemos que los muertos también juegan. El jugador con blancas era otro Stein, un maestro alemán poco conocido. Un desliz. Quien no haya cometido ningún error que arroje la primera piedra. Y piedra es, precisamente, lo que significa Stein. En la cultura judía, familiares y amigos depositan en la tumba del desaparecido una piedra como prueba de recuerdo y cariño. ¿Por qué una piedra? Las flores son hermosas, pero se marchitan y se pudren. La piedra es duradera, casi un símbolo de eternidad. Leonid Stein tuvo una existencia efímera, pero nos dejó muchas piedras preciosas que perdurarán por siempre en la mente de los jugadores de ajedrez, en tanto el mundo sea mundo.
Nota: En la tabla hay un error: el país del tercer clasificado, Bobotsov, es Bulgaria, no la URSS.
¿Quieres comentar algo?