Dossier de Diario 16 (dominical) 4.10.1987
Coordinado por Fernando Urías
(vísperas del match Karpov-Kasparov por el título mundial)
Antonio Gude
Spassky: «El ajedrez es como la vida.»
Korchnoi: «El ajedrez es mi vida.»
Fischer, un campeón mítico, corrige: «El ajedrez es la vida».
«Pero el ajedrez no es la vida. Sin corazón, la vida no puede existir», dice un personaje de Tolstoi.
La vida, la aparente carencia de vida, es precisamente la primera impresión que produce Karpov. Introvertido, huidizo, tímido, poco amigo de las demostraciones, su mirada es, no obstante, más profunda y atractiva que la de Kasparov.
Nacido en los Urales, fue víctima de una metáfora cursi del experto Kotov, que le llamó «la perla rara de los Urales», y arrastra este reconocimiento con más pena que gloria.
Todo anverso tiene su reverso, lo mismo que la imagen que difunde Kasparov, que sutilmente contiene una contrapropuesta. El reverso, cómo no, es Karpov, el campeón destronado. Pero un campeón. Si Kasparov es el hombre nuevo, Karpov, según su versión, es la decadencia, el establishment en su peor sentido, el hombre, en suma, listo para el olvido. Y está la imperdonable torpeza de haber perdido el título mundial.
Aquí, una vez más, la verdad resulta ser calderoniana: el color del cristal con que se mira…
A lo largo de su carrera, Karpov se ha refugiado en un ghetto de discreción o, tal vez, de inhibiciones. El ex campeón, pese a todo, posee una notable fuerza de carácter, que le ha permitido afrontar todos los desafíos. Una enorme ansia revanchista le convierte en temible. Se transforma, así, en una suerte de fiera acosada que no perdona a su enemigo.
Kasparov siempre le ha reprochado a Karpov la influencia en el poder, sus excelentes relaciones con Baturinsky primero, luego con Sebastianov, ambos presidentes de la Federación Soviética. El campeón olvida que la historia (y el poder) están siempre del lado de los vencedores. Los vencedores son el poder mismo. La vinculación de Karpov con el PCUS es notoria, pero también Kasparov fue, hasta hace poco, miembro del Komsomol. Terribles daños se le imputan a Karpov: Korchnoi habló de ellos, lo mismo que Kasparov. A la hora de las concreciones, sin embargo, es más difícil determinar cuál es la culpa de Karpov, como no sea la de pasearse triunfalmente por la escena mundial, a lo largo de diez años.
Anatoli Karpov está lejos de ser un monje o un idealista. Lo mismo que Kasparov, invierte en Occidente. Precisamente no hace mucho que estalló un escándalo, a raíz de la querella presentada por Karpov contra Helmut Jungwirth, subdirector de una cadena de radio alemana, por supuesta malversación de fondos destinados a la adquisición de colecciones filatélicas, terreno en el que el ex campeón pasa por poseer una auténtica fortuna.
En su libro, Kasparov trata de presentar a Karpov como un pelele. «Según testigos presenciales, sus manos temblaban y estaba increíblemente dispuesto a aceptar las tablas», escribe, al hablar de la partida decisiva en el primer match. El sistema nervioso de Karpov, sin embargo, parece un engranaje más sólido que el de su rival.
Tenacidad, venganza, ambición. Tales son los factores psicológicos que esgrimirá Karpov en esta dura pelea de gladiadores. Por no hablar de su estilo, basado en un ajedrez diáfano, lógico, implacable en la ejecución estratégica del plan. Un ajedrez que recuerda al de Capablanca, su ídolo.
Karpov ha perdido, pero ahora quiere ganar. Pondrá en ello su alma. Lo que los demás llaman vida seguramente no es, para Karpov, más que un penoso paréntesis entre partida y partida.
Aun con negras, Karpov sigue jugando.
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Dioni Fernández 21:01, octubre 19, 2013
Karpov es un genio del ajedrez posicional.