Del dossier de ‘Diario 16’, dominical 4.10.1987, vísperas del match por el Mundial de Sevilla.
Coordinado por Fernando Urías.
Antonio Gude
El cuarto poder ha hecho más de lo indecible por encerrar en categorías míticas a estos dos monstruos del ajedrez: Kasparov, El Bueno; Karpov, El Malo.
El título de su nuevo libro, Hijo del Cambio, define magistralmente la estrategia de Kasparov ante el mundo. Encaramado al carro de Gorbachov, se erige en paladín de la nueva democracia soviética, quiéralo o no el aparatchik. Si lo quiere, las cúpulas bizantinas de San Basilio le convertirían en su apóstol, al tiempo que se granjearía las simpatías de Occidente. Los conductores de la perestroika acabarán por otorgarle sus parabienes.
De la mano de un hombre sin nombre (que bien podría ser Aliev, el todopoderoso miembro del Politburó), Gari Kasparov ha ido modelando una espléndida imagen personal: la encarnación de la democracia, de la modernidad, del hombre nuevo.
Kasparov manipula sabiamente su imagen, transformándose en un mago que deja las piezas del tablero damasquinado para mover, en su propio provecho, las del confuso tablero de la realidad. Un materialismo más fenicio que hegeliano.
El campeón del mundo es extrovertido, deportista, vital. De pobladas cejas y amplísima sonrisa, cada entrevista es para él una apuesta con la vida. Quizá sea un embaucador o quizá no, pero sus ojos se empequeñecen con la risa. Una buena capacidad expresiva y conocimientos de idiomas no le estorban a la hora de las demostraciones, como tampoco su afición por la historia, que le permite protagonizar espontáneos tests para poner de relieve su privilegiada mente.
Acaso el campeón sea simplemente Gari, un joven simpático. Pero veinticuatro años es ya la edad de un hombre y la espontaneidad es algo irrelevante. El ajedrez va camino de quince siglos haciendo camino desde la India a Islandia.
Cuando el padre de Kasparov pasa a peor vida, Klara, la madre del campeón, decide trocar el apellido hebreo de su hijo (Steinberg) por el suyo*, más genuinamente ruso, más adecuado a las conveniencias de este mezquino mundo. Su hijo pasa a ser el Hijo por excelencia, algo que dará total sentido a su vida de viuda. Bajo el signo de Edipo, lo convertirá en campeón, hará y deshará, disponiendo a la perfección los trebejos del entorno.
Algunos expertos han denunciado el «complot» soviético por hacer suyo a un joven de origen hebreo. Sea como fuere, Kasparov se siente a sus anchas en la nueva envoltura de identidad y aquí, una vez más, la capacidad de integración del nuevo hombre es formidable.
Kasparov explica su amistad con la famosa actriz Marina Nejelova por sus naturales inclinaciones de hombre joven hacia la belleza femenina. Marina tuvo recientemente un hijo, pero Gari afirma que no es suyo.
En su primer match con Karpov (el que se inicia es el cuarto) sufrió la tremenda humillación de perder por 5-0 después de 27 partidas. El hijo del cambio nos cuenta lo consciente que era de que, de perder por 6-0, habría protagonizado la derrota más aplastante en la historia del campeonato mundial.
El ajedrez de Kasparov es enérgico, ofensivo, de un poder táctico sorprendente. Nos recuerda a Alekhine, pero también a Fischer, incluso a Tal, todos ellos reyes del ataque. La amenaza directa, la combinación, la chispa y la fantasía conforman su estilo. Posee, en sumo grado, el killer instinct** innato en todo campeón. No le basta con ganar: quiere aplastar, hundir al enemigo.
Dice Cabrera Infante que el ajedrez carece de magia. Disiento. Un sacrificio encadenado de peons de Bronstein es infinitamente más mágico que hacer bailar a una serpiente al son de la flauta. Kasparov no carece de ese tipo de magia.
El campeón tiene un manager para sus asuntos de Occidente. Estipula sabrosas tarifas para sus exhibiciones de simultáneas y vende su nombre a una firma de computadoras de ajedrez.
Se ha detectado la existencia de una visible campaña por captar la disidencia de Kasparov y reforzar, así, el nudo gordiano de los disidentes. El hijo del cambio, por el momento, declara: «La primacía soviética en el ajedrez durará todo lo que el ajedrez dure.»
*Esto no es del todo exacto. La madre de Kasparov se apellida Kasparian, de modo que al adoptar el apellido Kasparov, rusificó aquél.
**Instinto asesino.
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