literatura, marzo 5, 2011

LA DÁDIVA de Nabokov (2)

(…)
Lograba la máxima exactitud de expresión, la máxima economía de fuerzas armoniosas. Después de cavilar sobre las posibilidades, excluir de uno y otro modo construcciones engorrosas, los riesgos y trampas de los peones de apoyo y de luchar con duales. Si no hubiera estado seguro (como lo estaba también en el caso de la creación literaria) de que la realización del plan ya existía en algún otro mundo, desde el cual la transfería a éste, el complejo y prolongado trabajo sobre el tablero habría sido un paso intolerable para su mente, puesto que debería conceder, junto con la posibilidad de realización, la posibilidad de su imposibilidad. Poco a poco, piezas y escaques empezaban a cobrar vida e intercambiar impresiones. El crudo poder de la dama se transformaba en un poder refinado, restringido y dirigido por un sistema de brillantes palancas; los peones se hacían más inteligentes; los caballos se movían con un caracoleo español. Todo había adquirido sentido y, al mismo tiempo, todo quedaba oculto. Cada creador es un intrigante; y todas las piezas que personificaban sus ideas sobre el tablero estaban aquí como conspiradores y hechiceros. Su secreto no se revelaba de forma espectacular hasta el instante final.
Uno o dos toques más de refinamiento, otra verificación, y el problema estaba terminado. Su clave, la primera jugada de las blancas, se ocultaba bajo su aparente absurdo, pero era precisamente en la distancia entre esta jugada y el deslumbrante desenlace donde residía uno de los principales méritos del problema; y el modo como una pieza, como engrasada con aceite, seguía con suavidad a otra, después de deslizarse por todo el campo y lograba introducirse bajo su brazo, cosntituía un placer casi físico, la estimulante sensación de un acierto ideal. Ahora brillaba sobre el tablero como una constelación, una cautivadora obra de arte, un planetario de pensamientos. Todo había alegrado la vista del jugador de ajedrez: el ingenio de las amenazas y las defensas, la gracia de su movimiento concatenado, la pureza de los mates (sendas balas para el número exacto de corazones); cada una de las pulidas piezas parecía especialmente hecha para su escaque; pero tal vez lo más fascinante de todo era el tejido de la argucia, la abundancia de jugadas insidiosas (cuya refutación tenía su propia belleza accesoria), y de pistas falsas cuidadosamente preparadas para el lector.
(continuará)
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