ajedrez, diciembre 2, 2016

LA PARTIDA INACABADA DE LEONID STEIN (1)

La partida inacabada de Leonid Stein - Antonio Gude

LA PARTIDA INACABADA DE LEONID STEIN

Adrian Mijalchishin, Viktor Kart

París, julio de 1973. Mientras almuerzan en un hotelito de la Rue du Bac, los autores se enteran por Le Figaro de que el célebre gran maestro Leonid Stein ha fallecido, a los 38 años. ¡Algo absolutamente increíble! Acabábamos de estar con él, nos había segurado que, por una vez, estaba preparándose seriamente para el Interzonal de Brasil, y en una reciente entrevista había declarado que al fin se sentía realmente dispuesto a luchar por la conquista del campeonato mundial.

Pasar una noche de torneo jugando a las cartas en compañía de una botella de brandy era algo normal para él. Un hábito por el que alguna que otra vez fue castigado. No fue admitido, por ejemplo, en el Campeonato de Ucrania de 1958, por haberse aplicado celosamente al naipe durante las semifinales. Sin embargo, en víspera del viaje a Inglaterra de la selección soviética para el Campeonato de Europa de equipos nacionales, parecía encontrarse en plena forma. En el Club Central de Moscú contaba un buen montón de chistes a sus colegas. Se le notaba optimista y con muestras de una envidiable buena salud, a pesar de su desprecio por las dietas deportivas (una actitud, por cierto, que tantos estragos causó entre otros grandes jugadores de su misma generación).

Unas horas antes de la salida, Stein tenía un fuerte dolor de cabeza y, a las seis de la mañana, acudió al médico de guardia del Hotel Rossia. Por supuesto, allí no había médico alguno. La enfermera le dio unas pastillas, pero el dolor se resistía a desaparecer. Entonces, y sin solicitar ayuda facultativa, la enfermera decidió administrarle una inyección. Unos minutos después, Stein ya no estaba. La inyección, obviamente, no era lo que el caso requería. Incluso a este elemental nivel, el sector sanitario soviético había demostrado, una vez más, su incompetencia. La muerte de Stein no le hizo las cosas más fáciles al mundo del ajedrez. Uno de los autores discutió con Genna Sosonko, amigo suyo, acerca de la muerte de Stein. “¿Por qué Leonid se murió tan pronto?”. Sosonko respondió: “La causa probablemente debamos buscarla en el sobresfuerzo mental que llevaron a cabo los jugadores de su generación y, en general, el que desarrollan todos los ajedrecistas profesionales.” Esto es cierto. Pensemos en Capablanca, en Alekhine, Keres, Petrosian, Tal, Stein, ninguno de los cuales llegó a los sesenta.

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Una partida de billar

¿Por qué mencionar a Stein al lado de estas celebridades? No sólo a causa de sus resultados (tres veces campeón soviético y vencedor de los supertorneos de Moscú 1967 y 1971, y por entonces los supertorneos sólo se veían cada cinco años), sino también a causa de su talento. En este punto, Stein debe ser considerado uno de los más grandes. En nuestros días los jóvenes apenas recuerdan a Stein y todo el mundo admira el juego rápido de Vishy Anand. Pero Stein aún jugaba más rápido. Se dice que lo hacía a la velocidad de sesenta jugadas por hora y que invertir quince minutos en una partida era algo totalmente normal para él. No hay que decir que este tren de alta velocidad llevaba a sus oponentes a caer en un doble Zeitnot, inducidos a una rápida derrota por su temible rapidez de juego. Más tarde, a fines de los sesenta, se hizo mucho más racional y, a veces, ¡incluso él mismo llegó a caer en apuros de tiempo! Su estilo, nos parece, era similar al de Anand. Veía –o, para ser más exactos, intuía—la próxima jugada de su adversario antes de que éste la hubiera ejecutado. Con este instinto innato veía todo el tablero, no sólo partes de él, captando la esencia de la posición de un vistazo. Y como en el caso de Anand, a veces su fantástica visión percibía innumerables variantes concretas, aun omitiendo alguna ocasional celada. Stein era un jugador nato, aficionado a todo tipo de juegos: dominó, cartas, billar. Pero el ajedrez era su pasión. En los torneos, su velocidad le permitía disponer de mucho tiempo para estudiar las partidas de los demás (de las que extraía numerosas ideas útiles para su propio repertorio de aperturas), y mucha gente recuerda su característica forma de mirar las otras partidas, situándose detrás de uno de los jugadores y lanzando una mirada peculiar por encima de sus hombros. A veces, y aunque parezca mentira, cuando su propio oponente se sumía en una reflexión extraordinariamente prolongada, ¡hasta se las arreglaba para jugar una partida de billar!

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Avatares

La carrera de este genio del ajedrez no fue un lecho de rosas. Stein nació el 12 de noviembre de 1934 en un pueblo del oeste de Ucrania, llamado Kamenets-Podolski, y creció en el seno de una humilde familia judía. En 1941, durante el comienzo de la guerra, su familia fue evacuada a Uzbekistán y vivió en el sur de Tashkent, donde murió su padre, en 1943. Después de la guerra, Stein y su hermana mayor se trasladaron a Lvov con su madre, que comenzó a trabajar en la cafetería de una escuela. Señalemos una extraña coincidencia. Muchos eminentes ajedrecistas de este siglo crecieron sin padre: Botvinnik, Korchnoi, Petrosian, Fischer, Spassky, Stein, Kasparov… La lista continúa. Durante el período más difícil de sus vidas tuvieron que crecer sin el apoyo natural de un padre. Por diferentes razones, sin duda todos ellos fueron de algún modo dañados en su corazón. ¿Podría ser ésta la causa de un amor incondicional por el ajedrez?

El mayor de los autores (Kart) recuerda, como si fuera ayer, el 2 de septiembre de 1948. Club de Ajedrez de Lvov. Un adolescente delgado y mal vestido, con una visible nariz, observa atentamente a los jugadores y tan pronto como uno de ellos termina una partida, se ofrece a jugar. Sus ojos irradian entusiasmo.

Su madre, que debía cuidar de dos hijos, pretendía darles, naturalmente, lo mejor dentro de sus posibilidades, empezando por una buena educación. La niña, de hecho, estudió con éxito medicina, pero Leonid fue un problema. Sólo estaba interesado en el ajedrez. En los sesenta se interesaría prácticamente en todo, especialmente filosofía y Freud, y acabaría graduándose en periodismo por la Universidad de Lvov. Su madre desaprobaba categóricamente el inútil ajedrez. En consecuencia, le prohibió a su hijo que jugara y le pidió al presidente del club local que no le permitiese la entrada bajo ninguna circunstancia. Pero Stein, por supuesto, no podía ser contenido. Estudió en el Palacio de Pioneros con el maestro Gorenstein, con quien más tarde mantendría una difícil relación. Dos personas tuvieron gran influencia en su formación: Geller y Sokolsky, un bien conocido entrenador éste y autor de libros sobre aperturas, quien solía dar conferencias y seminarios en el club de Lvov. Después de los campeonatos de Ucrania y de la Unión Soviética, le mostraba las partidas a Stein, analizándolas cuidadosamente. Según Stein, esta enseñanza, esta auténtica escuela fue de un valor incalculable para él. Pero el desarrollo de Stein tuvo altibajos. Hasta 1950 no consiguió ningún éxito. Entonces se produjo un pequeño salto adelante, cuando, como miembro del equipo juvenil de Ucrania, participó en el Campeonato de la URSS. A continuación vinieron cierto estancamiento, problemas escolares, trabajo en la factoría Lvov Pribor y el ejército: servicio militar en Azerbayán y Zabaikal. En el ejército soviético sólo podías sobrevivir si estabas preparado para cualquier eventualidad, y esto tuvo un efecto positivo en Stein: comenzó a jugar con menos ligereza de ánimo y se proclamó campeón de las Fuerzas Armadas, lo que no era un mal resultado. Pero su juego rápido y una visión superficial no bastaban para sacar a la luz su enorme talento.

Después del servicio militar, a los 24 años, Stein regresó a Lvov. No era prácticamente nadie y tuvo que volver a su trabajo en la factoría. No le gustaba trabajar solo en ajedrez. Nunca tuvo un libro de ajedrez en casa (es decir, nunca hasta los sesenta, cuando de repente se interesó sobremanera en los libros de ajedrez). En una ocasión, uno de los autores (Kart) fue invitado por el entonces famoso gran maestro a su casa, después de un torneo en Argentina, a fin de mostrarle las partidas, con una copa de coñac. El coñac fue rápidamente bebido, pero las partidas requirieron más tiempo, porque resultó que ¡en la casa no había ningún tablero de ajedrez! Esto nos permite recordar una anécdota de Capablanca, según la cual mientras preparaba una conferencia para la radio no encontró en su casa piezas ni tablero. ¡Los genios son así! Este tipo de actitud indudablemente habrá contribuido a que el genio de Stein no se desarrollase por completo, pero ésas eran su forma de ser y sus opciones vitales.

Geller

En ocasiones la fortuna estaba al lado de Stein. No se había clasificado en las semifinales del Campeonato de Ucrania, pero de repente su antiguo entrenador Gorenstein declinó tomar parte y Litvinov, de Odesa, también tuvo que cancelar su participación, de modo que su plaza fue ocupada por Stein. Comenzó en la tercera ronda (¡!), pero al final consiguió el tercer puesto, junto con el título de maestro, y se clasificó para las semifinales del Campeonato de la URSS, donde compartiría el tercer puesto con Nei, aunque perdería el desempate. Esto no era importante. Lo principal es que se había convertido en un miembro del equipo ucraniano, encabezado y entrenado por Efim Geller. La ayuda de Geller tuvo un enorme efecto sobre Stein, lo mismo que el trabajo colectivo del equipo, de modo que en 1959 estaba listo para el asalto a la élite del ajedrez, lo que se produciría a comienzos de los sesenta. Bajo la influencia de Geller, su repertorio de aperturas cambió drásticamente. Stein comenzó a jugar la Ruy López y la India de Rey y fue en estas aperturas donde, a partir de entonces, se sentiría como pez en el agua. No era precisamente un teórico y por esta razón no puede decirse que contribuyese a enriquecer la teoría de aperturas. Pero sí era un gran improvisador y, como ya hemos dicho, un jugador nato. De nuevo, el más veterano de los articulistas recuerda un detalle de la Spartakiada ucraniana, cuando entrenaba al equipo de Lvov. Stein se preparaba de una manera muy original. Veamos en qué consistía su “preparación”. “Poco antes de la comida acudía a la habitación del entrenador y hablábamos de ajedrez. De repente caía bajo su mirada un ejemplar de Shajmatny Bjuletien o de Shajmaty Riga. Echaba un vistazo, se detenía en algún punto y musitaba cosas como ‘muy interesante’ y se iba a comer. Después, poco antes de empezar el juego, daba un paseo, pensaba acerca de la partida inmediata y solía decir cosas como: ‘Tal y tal es una idea interesante. No está claro si es o no correcta, pero voy a probarla hoy’.” Así es cómo preparaba sus partidas, sólo en su cabeza. Un planteamiento que espantaría a los profesionales de hoy.

(continuará)

1 comentario

  1. Juan Ramón Jerez López 18:17, diciembre 02, 2016

    Extraordinario artículo.