Título original: Rear Window
Dirección: Alfred Hitchcock
Intérpretes: James Stewart, Grace Kelly, Thelma Ritter, Wendell Corey
Guión: J. M. Hayes
Música: F. Waxman
Año: 1954
Creo que esta noche no podré resistir la tentación de ver, una vez más, La ventana indiscreta, programada en TVE1 a las 22.00 h.
Para meternos en situación, el gran Hitch se descolgó con una magnífica secuencia inicial. Un fotógrafo de acción (de prensa) despierta con una pierna escayolada, que le obliga a pasar unas semanas postrado, hasta recuperarse: el calor de Nueva York y la inactividad pesan, soporíferos, como una losa. La enfermera que viene a cuidarle no es otra que Thelma Ritter, secundaria de lujo. El diálogo que ambos sostienen no puede ser más vivaz y atractivo. Resulta que la novia del protagonista es una chica de la alta sociedad (papel a la medida para Grace Kelly, puesto que ella también lo era) y que, para más inri, trabaja en una revista de modas. La enfermera considera a la chica ideal y hace tentativas de casamentera. Stewart alude a que «hoy se analizan las cosas con inteligencia…» y se encuentra con esta réplica: «¿Inteligencia?», dice la Ritter, «la inteligencia es uno de los grandes males de hoy. Ahora leen libros, se psicoanalizan, sienten lástima de sí mismos y ya no se sabe si se quieren o si preparan una oposición.»
¿Hay un mundo («microcosmos», diría un cursi) más puro y rico en vida que un patio vecinal?
El fotógrafo vive en un apartamento que da a uno de esos enormes patios interiores, con bloques de edificios enfrentados, en los que pueden verse infinidad de otros apartamentos y, lógicamente, los seres que los habitan. La enorme maestría con que Hitchcock nos da pinceladas de esas vidas, de esos pequeños sucesos cotidianos (que, a veces, no son tan pequeños) es sutil, aguda y, sobre todo, interesante, muy interesante. Una pareja de recién casados, una joven bailarina, un compositor en horas bajas, una escultora, una solterona que sufre ensoñaciones de posibles encuentros eróticos que no llegarán a producirse. Hasta un viajante de comercio y su esposa enferma, que ejerce una tiranía sobre aquél propia de la que algunas personas impedidas suelen ejercer sobre sus familiares más próximos.
La cuestión es si se ha producido o no un crimen. Hay indicios que parecen sugerirlo, pero también hay pistas engañosas y otras decididamente falsas…
Las visitas de Lisa a Jefferies, con diálogos deliciosos (la una que desliza insinuaciones promatrimoniales y el otro que las esquiva o refuta como un hábil esgrimista), psicología de personajes sometidos a situaciones que no controlan y que influyen sobre ellos hasta el punto de obligarles a modificar sus opiniones…
Así pues, la ventana interior permite a Jimmy Stewart ejercer de voyeur para distraerse de su corsé de escayola, pero también con un interés humano muy real por sus vecinos. ¿Puede haber algo más desesperante que esa inactividad, para un fotógrafo especializado en captar momentos dramáticos y emocionantes?
Un último apunte (y recomendación) sobre Grace Kelly, cuando ésta, antes de abrir la puerta y en un gesto de coquetería, se vuelve y su glamurosa falda blanca da un plástico giro, resaltando contra la relativa penumbra, como si se tratara de un derviche giróvago.
La película (con un gran guionista y una banda sonora importante, que incluye la canción Lisa) está inspirada en la novela de William Irish (1903-1968), seudónimo de Cornell Wolrich, un estilista de serie negra. No la he leído pero dudo de que contenga ni la décima parte de sutiles toques de la cinta.
Un nombre noruego, Lars Thorwald, para el sospechoso me parece inapropiado en una sociedad cuyas mayorías étnicas son de origen irlandés, italiano e hispano. ¿Tal vez para no ofender la sensibilidad de esas mayorías? Lo considero, por tanto, un defecto menor. Una escapada fácil, maestro. ¡Pero todo lo demás es tan bueno!
Quien vea la película no creo que pueda resistirse a su encanto y se sentirá obligado a volver a verla.
No se pierdan el chiste final.
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