Recientemente, Editora Solis ha publicado este ensayo sobre la presencia del ajedrez en las letras modernas, del que transcribimos aquí la introducción al segundo capítulo, Novela.
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NOVELA
Un gran poema, una novela clásica
nos asedian, asaltan y ocupan
las fortalezas de nuestra conciencia.
Ejercen un extraño, contundente
señorío sobre nuestra imaginación
y nuestros deseos, sobre nuestras
ambiciones y nuestros sueños más
secretos. Los hombres que queman
libros saben lo que hacen.
GEORGE STEINER
Lenguaje y silencio
Las novelas que hemos elegido para incluir en este libro son, como cabría suponer, las que nos han parecido contar con mayores méritos cualitativos. En algunos casos, la labor de selección no ofrecía la menor duda, pero en otros sí nos ha costado tomar una decisión.
Así, por ejemplo, descartamos un valioso título, Atlas de un maestro de ajedrez, de Luis Herráiz, especie de biografía novelada del gran Tartakower, porque nos pareció que, más que literaria, era una crónica, una suerte de periodismo histórico.
En otros casos, como El ajedrez viviente de Marte, de Edgar Rice Burroughs, el creador de Tarzán, porque el abigarrado ajedrez que se nos describe es un tanto grotesco, ya que, en esencia, es una especie de caza al hombre en el planeta rojo, eso a pesar de que, en un párrafo inicial, resulta prometedora, puesto que refleja la vanidad del ajedrecista aun en las partidas más intrascendentes.
Como de costumbre, Shea acababa de ganarme al ajedrez, y yo, también como de costumbre, había recurrido a la dudosa satisfacción que podía proporcionarme el acusarle de debilidad mental, llamando su atención por enésima vez sobre la afirmación, convertida en teoría por algunos científicos, de que los grandes ajedrecistas suelen hallarse entre niños menores de doce años, adultos que pasan de setenta y personas de mentalidad deficiente; teoría que olvido con ligereza en las raras ocasiones en que gano.
También hemos descartado una novela reciente, La partida final, de John Donoghue, porque aunque el autor tituló los capítulos con nombres de apertura de ajedrez, el manido tema de los campos de concentración nazis, por un lado, y la falta de un entramado ajedrecístico nos disuadieron de incluirla.
Hay diversos tipos de ficciones en los títulos seleccionados. Por un lado, están las novelas que, como las dos de Pérez-Reverte (La tabla de Flandes y El tango de la guardia vieja) y El Ocho de Katherine Neville pueden considerarse de aventuras, con elementos de folletín y cómic, lecturas ligeras y entretenidas para lectores interesados en historias vivaces y dinámicas. No es casualidad que estas tres novelas hayan sido auténticos bestsellers.
Por otro lado, están las intrigas de serie negra o de suspense, como Deuda saldada, de GermánBielefeldt, El peón envenenado, de Ricardo Alía, Gambito de alfil de rey, de Carmelo Lozano, La Variante Lüneburg, de Paolo Maurensig, La posición de Philidor, de René-Victor Pilhes, Gambito, de Rex Stout y El retorno de las cenizas, de Hubert Monteilhet. Dentro de este subgénero, es muy atípica y meritoria Tributo a Caissa, de Martín Arriaran. En este apartado destacaríamos Amphitryon, de Ignacio Padilla, que nos introduce en un fascinante y complejo entramado de sombras, trueques de personalidad y códigos medievales, con una escritura elegante y precisa.
La épica por la supremacía en el tablero está presente en La torre herida por el rayo, de Fernando Arrabal, Victorias morales, de David Lovejoy, Alfiles de ajedrez de Rezvani, y Gambito de Dama, de Walter Tevis. Destacaríamos aquí La Defensa Luzhin, escrita por un joven Vladimir Nabokov, en la que ya exhibe su maestría y conocimiento del juego. Muy interesante es Los jugadores de ajedrez, de Frances Parkinson Keyes, basada en la vida de Morphy, pero con elementos ficticios que la hacen literariamente atractiva.
La historia y figuras históricas son el tema de Peón de rey, de Pedro Jesús Fernández, La diagonal de Alekhine, de Arthur Larrue, La máquina de ajedrez, de Robert Löhr, El jugador de ajedrez, de Waldemar Lysiak, Teoría de las sombras, de Paolo Maurensig, y Tres peones negros en séptima, de José Luis Torrego.
De tipo existencial o psicológico, en relación con la personalidad de un ajedrecista y sus conflictos se encuentran la ya clásica Relato de Ajedrez, de Stefan Zweig, Europa, de Romain Gary y Tempo, de Camille Bourniquel, las tres de gran calidad.
Difícilmente catalogables son Las casillas de la ciudad, de John Brunner y Las ciudades invisibles, de Italo Calvino, mientras que en Auto de fe, su única novela, Elias Canetti ahonda en un universo fantasmal y expresionista.
En 1984, la famosa distopía de George Orwell, el ajedrez se abre paso dentro del abrumador mundo totalitario que la novela describe.
En el ámbito de lo fantástico se mueven El tablero frente al espejo, de Massimo Bontempelli, y A través del espejo, de Lewis Carroll, continuación ésta de Alicia en el país de las maravillas.
De tipo costumbrista y personal, Don Sandalio, de Unamuno, refleja el interés que don Miguel tenía por nuestro juego, al que se refirió en muchas ocasiones en sus artículos. Parece que, en última instancia, su inicial empatía fue gradualmente transformándose en hostilidad, tal vez porque no logró captar la esencia del juego.
Por último, Las doce sillas, de Ilya Ilf y Evgueni Petrov, es una espléndida sátira de la sociedad soviética, con las correrías de un pícaro en la era estalinista.
Se diría (o nosotros así lo creemos) que sigue pendiente de escribirse la gran novela del ajedrez.
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