Para mí, un cuento es un texto breve con elementos fantásticos o de fantasía realista, que crea un universo cerrado, a partir de una idea sorprendente.
No pretendo que ésta sea una definición canónica. Es sólo la mía y muy personal.
A diferencia del cuento, un relato es más extenso y realista y no tiene por qué tener una exclusiva idea central. Puede haber matices, más elemento humano y bifurcaciones interpretables (obra abierta) en el desenlace.
Mágico, sombrío, impenetrable, de Joyce Carol Oates, es una colección de relatos de gran calidad. Relatos, según mi propio concepto del género, por una considerable extensión y porque se mueven en territorios emocionales, con predominio de la psicología de los protagonistas.
Sólo me referiré al que da título a la colección.
En Mágico, sombrío, impenetrable, una joven poetisa acude a entrevistar a un anciano poeta consagrado (¡nada menos que Robert Frost!), y la entrevista comienza con un control absoluto del poeta, que maneja los hilos a su antojo, en una exhibición de arrogancia, e incluso de incómoda mordacidad.
La inexperta entrevistadora nos hace disfrutar recordando las definiciones aforísticas del mago Frost, en tiempos anteriores:
Verso libre. “Jugar al tenis sin red.”
Poesía: “Un soporte momentáneo contra la confusión.”
Poesía lírica: “Hielo derritiéndose en una estufa al rojo vivo.”
Amor: “Un deseo irresistible de ser irresistiblemente deseado.”
Sobre las invitaciones a festivales de poesía: “Si no soy yo el espectáculo, no voy.”
¿Qué piensa Robert Frost de su rival Amy Lowell? “Una farsante”.
¿Y de Tom S. Eliot? “Un farsante”.
¿Y de Ezra Pound? “Un farsante”.
Lo mismo Wallace Stevens y otros.
Y declara: “Hablo en voz alta… conmigo mismo. El poema es una cuestión de sílabas medidas, de versos yámbicos, por ejemplo, que producen una obra de… poesía.”
La soberbia del gran hombre se exhibe por momentos. Pero su joven víctima propiciatoria ha hecho los deberes y comienza a tocar puntos sensibles, suscitando preguntas espinosas que llevan a Frost contra las cuerdas. No sería justo desvelar más detalles de este gran relato.
Visto como un debate dialéctico entre dos personalidades dispares, gana aquél a quien contradecían las apuestas: David se impone, una vez más, a Goliat.
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