otros temas, febrero 9, 2011

Mentiras, malditas mentiras

Lo que no te mata te hace más fuerte. ¿Quién diablos –perdón, señores– es el autor de esta máxima, tan repetida en todas partes, cine incluido? ¿Fue el canciller Otto von Bismarck, Friedrich Nietzsche, la sabiduría popular o una lagarterana que pasaba por el pueblo, y un periodista de la época del telégrafo lo contó a su periódico?
Definitivamente, parece que fue Nietzsche.
El actor David Caruso se lo dice a un papanatas Nicholas Cage en un remake de ‘El beso de la muerte’. El vecino te lo dice, si sales de una gripe. Y tu jefe cuando vas de vacaciones. Pero lo cierto es que es mentira. ¿Eres más fuerte después de haber perdido una pierna en un accidente? ¿Lo eres cuando tu mujer te ha plantado, quedándose con la casa y el coche, tras 15 años de matrimonio? Porque tú no estás muerto, pero como si lo estuvieras.
Mentira, pues. Y sabemos que las mentiras, está vez sí conforme a la sabiduría popular, son de tres clases: la mentira, la calumnia y la estadística. El político británico Benjamin Disraeli lo decía mejor o más bonito: «Hay tres clases de mentiras: las mentiras, las malditas mentiras y la estadística.»
El ministro de propaganda (¡e instrucción!) de Hitler, el inefable Joseph Goebbels decía que «una mentira mil veces repetida se convierte en verdad». Lo había aprendido de un teórico rival político, el revolucionario Vladimir Ilich Lenin. Pero ¿de quién lo había aprendido éste? ¿O es que la frase era realmente suya?
Más que una frase, toda una tesis, que la realidad ha endosado como certera.
Recuerden, si no, aquella infame calumnia que le lanzó un venenoso periodista a Pablo Iglesias, diciendo que mucha solidaridad y socialismo, pero que en tiempos de miseria, «tenía un maravilloso abrigo de piel.» Tanto prendió la especie que el pobre Pablo Iglesias no se atrevía a llevar ropa de abrigo, y en un congreso socialista en París, en pleno invierno y temperaturas heladas, se moría de frío con una simple chaqueta. Pero no hubo modo de desmentir que no tenía «aquel maravilloso abrigo de piel.»
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