EL CINE en CLAROS Y OSCUROS, de Daniel Perchman
Un par de preguntas de la entrevista conmigo:
DP: Hablemos de ese “museo de la nostalgia” del que hablaba Benedetti y del que alguna vez te he escuchado hablar, ¿quién no podría faltar en el tuyo?
AG: La nostalgia ya no es lo que era…, ese fue el inspirado título que la actriz francesa Simone Signoret puso a su autobiografía. Creo que he tenido tendencia a ser nostálgico –si hay que creer al tópico, la saudade está fuertemente arraigada en el mundo galaico-portugués–, pero trato de evitarlo y de caer en ensoñaciones pasivas. Mi alusión a Benedetti es, en realidad, al par de últimos versos de un poema suyo, “Quemar las naves”. Me hizo recordar de inmediato la gran idea de André Malraux, que plasmó en su libro El museo imaginario, donde comentó todas las piezas de arte que a él más le gustaban. En mi caso, hablaríamos, más bien, de museos imaginarios –que hay que diferenciar del coleccionismo, que se basa en la posesión de cosas concretas–. Ciñéndome a la pregunta, diría que en cuanto a libros, la novela picaresca española del xvii, los cuentos de Borges y Cortázar, Rayuela, Onetti, Alejo Carpentier, Paradiso, Juan Goytisolo, la poesía de Luis Cernuda y Ezra Pound, los ensayos de Octavio Paz, Ulises, los cuentos de Chéjov… En cuanto a cine, La ventana indiscreta, 39 escalones, Vértigo de Hitchcock, La heredera, de Wyler, Pasión, de Bergman, Roma, città aperta, de Rossellini, De aquí a la eternidad, de Zinnemann, El acorazado Potemkin, de Eisenstein, Las diabólicas, de Clouzot, en fin, tantas… Añoro, eso sí, los cines de programa doble y sesión continua, que fueron mi mejor escuela y alimentaron mis sueños.
(…)
DP: Permíteme ahondar en otra pasión que compartimos, el cine. Dime una escena que te emocionem un director al que siempre vuelvas, una película que podrías ver una y otra vez sin cansarte.
AG: Secuencias emocionantes, en singular, no sé… Cuando Montgomery Clift toca Silencio el día que muere su amigo Maggio, en De aquí a la eternidad. O, digamos, el reencuentro entre Noodles y Deborah, cuando aquel sale de la cárcel, con el restaurante abierto para ellos solos y la orquesta toca Amapola, con el inesperado contrapunto de la violación… En cuanto a directores, incluso los que más me gustan no me gustan siempre , así que en mi caso se trata, más bien, de películas concretas. Eso me pasa, por ejemplo, con Bergman o con Kubrick o Fellini. Algunas películas suyas me encantan, mientras que otras no las soporto. He visto unas cuarenta veces La ventana indiscreta, pero creo que ya me he saturado. Érase una vez en América me encanta y podría verla muchas más veces. Tiene secuencias realmente maravillosas y uno se felicita porque hayan quedado atrás los tiempos del Código Hays, pues la película habría sido un subproducto, con la dulcificación del mal o al abortarse el éxito del gang. Hay que ver cómo películas que en su estreno fueron el no va más, con el tiempo han ido perdiendo todo su carisma… Pienso, por ejemplo, en Psicosis, mientras que otras, como Vértigo, que pasó casi desapercibida en su momento, hoy los expertos la incluyen en algunas listas como la número uno. Lamento el dudoso criterio de las cadenas de distribución, que llevan a la televisión infinidad de veces películas horribles y hay verdaderas joyas que no ves ni por asomo. La barrera invisible, de Kazan, con el atractivo tema del antisemitismo soterrado, recibió un Oscar y no la ve nadie en circuitos comerciales, o La tierra de la gran promesa, de Wajda, cine con mayúsculas.
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