No, no es una gran maestra rusa, ni ucraniana.
Nina Berberova (San Petersburgo, 1901 – Filadelfia, 1993) fue una escritora que vivió con plenitud en el siglo XX. Amiga de Pasternak, Gorki y Prokofiev, según la nota del editor, «supo retratar el desencanto y la desolación en obras de contenido lirismo, como ‘La acompañante’, ‘La peste negra’ o ‘La resurrección de Mozart’.» Sigue un extracto de su autobiografía (página 38):
Nada está escrito de antemano, antes de que suceda; somos nosotros quienes creamos el futuro. Recuerdo un sueño relacionado con esta cuestión, en el que aparecía Dostoievski. Estoy jugando al ajedrez, hay mucha gente en la estancia. Dostoievski está a mi lado y observa el tablero con atención. Le digo: «Fiodor Mijailovich, ¿ve usted?, en el juego del ajedrez todo se puede calcular de antemano y con exactitud. Si hacemos esta jugada conocemos las veinticinco o treinta siguientes, hasta el final de la partida. Si desplazo este peón, pongo en marcha un encadenamiento de causas y efectos. Sin embargo, no podemos prever qué sucederá en la vida humana. Por mucha cantidad de información que nos suministren respecto a dos personas, no conseguiremos decir hoy lo que harán mañana. La ley de la causalidad no puede aplicarse al hombre.»
Sonrió. Guiñó un ojo, permaneció callado durante un instante. Luego dijo:
–Sí, es verdad, no cabe la menor duda. Por supuesto, podemos prever veinticinco o treinta jugadas, pero sólo a condición de que el techo no se hunda durante la partida o de que uno de los jugadores no sufra un ataque de apoplejía. Si eso ocurre, el juego de ajedrez se parece a la vida, en la que no existen leyes sociales, ni leyes biológicas, ni la posibilidad de que ni siquiera las mentes muy agudas puedan adivinar la configuración del futuro.
–¿Cómo? ¿No hay leyes sociales ni biológicas? ¿Es posible?
–Exacto. Cuando dos personas se conocen, no las hay. Y tampoco en el acto de la creación, respondió. Esas leyes no son válidas en ninguno de ambos casos.
Mi adversario me come un peón. De repente, descubro que Dostoievski tiene unas manos pequeñas, finas y cuidadas.
Berberova y Dostoievski debían haber luchado por el título mundial en el más allá. ¡Veinticinco o treinta jugadas! ¡Qué envidia sentirían Kasparov o Morozevich al leer esto!
NINA BERBEROVA
Circe Ediciones, 1990
Traducido del francés por Ana María Moix
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