El ajedrez formaba parte del equipaje de trovadores o juglares, en vista de la aceptación que el juego tenía en cortes y castillos, y también entre los acomodados burgueses de las ciudades.
Inicialmente, el ajedrez era un juego acogido por las clases elevadas y en numerosas obras se menciona como uno de los recreos típicos de la nobleza feudal. Ya hemos visto que Petro Alfonsi lo incluye en su lista de las disciplinas que debía cultivar el caballero o noble, en contraste con el clero.
Hay un pasaje que se repite en muchos romances de Carlomagno, que nos permite apreciar un valioso cuadro de la vida cotidiana del noble francés, en los siglos XI-XIII, en el que se dice que el ajedrez y las tabas son ocupaciones habituales de sobremesa. Referencias similares se encuentran igualmente en otros romances europeos. Philippe de Beaumanoir, por ejemplo, lo describe en su Blonde of Oxford (c. 1270-1283), y en Robert de Gloucester se hace también una descripción parecida de la vida cotidiana en la corte del Rey Arturo. A propósito de la coronación de este rey mítico, Geoffrey de Monmouth cuenta que «muchos pasaron el resto del día en otras diversiones, como jugar a los dados y juegos similares.»
Blasón de Robert de Caen, I Conde de Gloucester
No son sólo las referencias literarias las que nos permiten constatar la predilección de la nobleza por el ajedrez. Hay datos que tienen carácter histórico. En Flores Historiarum, obra atribuida a Matthew de Westminster (c. 1265), Enrique I permitió a su hermano Roberto, Duque de Normandía, jugar al ajedrez durante la primera parte de su encarcelamiento (1106-1134). En 1390 Juan I de Aragón ordenó al alguacil de Valencia que le facilitase un alojamiento, con un tablero para jugar a las tabas y al ajedrez, junto con las correspondientes piezas. En 1437, el Rey James I de Escocia fue asesinado mientras jugaba al ajedrez.
El ajedrez también era muy popular en Francia. Así, numerosas fuentes mencionan la predilección de los miembros de la Casa de Valois por el rey de los juegos. Louis, Duque de Orleáns (m. 1407) compró un tablero artesanal en 1397, y su hijo, Charles, Duque de Orleáns (1391-1465), el conocido poeta, era, al decir de muchos, un diestro jugador.
La adquisición de conocimientos ajedrecísticos formaba parte considerable de la limitada educación de los hijos de nobles, y hay varios casos en los romances en los que se cita a niños jugando al ajedrez, incluso peleándose a causa del juego. Por otra parte, la preferencia del ajedrez sobre las tabas se consideraba un signo de distinción. Entre otros ejemplos, en la Chanson de Roland se lee que los caballeros se sientan y juegan a las tabas para distraerse, pero que el ajedrez es un juego más sabio y agudo.
Lamentablemente, hay episodios que se repiten en los romances, y no sólo imaginados, sino también reales, en los que el perdedor no acepta de buen grado la derrota. Como el caso de Jeanne, hija de Balduino IX, Conde de Flandes. En 1211 Jeanne se casó con Fernando de Portugal, y cuando venció a éste al ajedrez, su marido le dio un puñetazo. En venganza, ella lo hizo cautivo de 1213 a 1226, negándose a liberarlo. Pero no siempre los encuentros entre dama y caballero eran dramáticos, pues ambos sexos se enfrentaban en términos de igualdad. Lancelot visita a Ginebra en su cámara, con el pretexto de jugar al ajedrez, lo mismo que Tristán a Isolda. en Raoul de Cambrai, Beatrix se enamora del jover Bernier, pero éste es tímido, de modo que ella lo invita a jugar al ajedrez en sus aposentos.
«A primera vista», dice Murray, «esta extraordinaria popularidad del ajedrez en la nobleza feudal parece un tanto increíble. Inconscientemente, contrastamos la situación actual del ajedrez (…) No lo asociamos con vigor mental, concentración y capacidad de cálculo,. atributos esenciales del jugador actual. No comprendemos la razón de su popularidad general en una clase que se distinguía por proezas más físicas que intelectuales, y que se encontraba más a sus anchas en el campo de batalla o en la caza que en los salones.
«La explicación debe encontrarse parcialmente», sigue Murray, «en las condiciones de vida de la nobleza feudal, y parcialmente en la demanda general de nuevas formas de ocupación, resultado de la consolidada organización del feudalismo y el establecimiento de un fuerte gobierno central, en la mayoría de los países del occidente de Europa. Las tres principales características en la vida de la nobleza, durante los siglos X-XII, eran su aislamiento, la ausencia de ocupación regular y la gris monotonía de su existencia. (…) El noble no reconocía responsabilidades. No tenía obligaciones políticas. Era el deber de sus dependientes proveer los alimentos y la labor necesaria para el mantenimiento de su familia.»
Por otra parte, el ajedrez no tenía una seria competencia. Hasta el siglo XII apenas se menciona otro juego que las tabas, y el ajedrez era el único juego que implicaba un ejercicio mental. Cuando las damas lo adoptaron como pasatiempo, la popularidad del ajedrez quedó definitivamente consolidada. La convivencia con la servidumbre hizo que muchos sirvientes estuviesen familiarizados con el juego, pero el ajedrez seguía siendo sello de clase, y el hecho de que un criado supiese jugarlo despertaba sospechas acerca de su identidad. Así, Huon de Burdeos, disfrazado como sirviente de un juglar, es descubierto cuando se jacta de su destreza como jugador de ajedrez.
La incorporación de los burgueses a las ciudades permitió a esta clase tomar contacto asimismo con el ajedrez. Pero no está claro hasta qué punto prendió el juego-rey en la burguesía, y en muchos romances seguía distinguiéndose al noble del comerciante por sus conocimientos de ajedrez. Lo que parece estar claro es que nunca alcanzó a los sectores más bajos de la sociedad. Las condiciones de vida del campesino eran demasiado duras para permitirle practicar juegos como el ajedrez.
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