Del libro Petrosian vs the Elite, de Ray Keene y Julian Simpole (Batsford, 2006), transcribimos un extracto respecto al tema del título.
«Existe, ciertamente, un mito respecto a las actuaciones de Petrosian en las Olimpiadas y ha llegado el momento de desmontarlo. En las Olimpiadas (o campeonatos mundiales por equipos) Petrosian (en 1966 y 1968) ganó sendas medallas de oro por el mejor resultado en el primer tablero, con el equipo de la URSS. No es una hazaña menor, sobre todo considerando que en tales ocasiones Petrosian debió superar a maestros del calibre de Bobby Fischer, Sammy Reshevsky, Svetozar Gligoric, Lajos Portisch, Vlastimil Hort o Bent Larsen. Se diría que, en representación de su país, Petrosian podía hacer acopio adicional de un mayor grado de determinación, que a veces le resultaba difícil en los torneos individuales. Petrosian era el primer tablero de la mayor potencia ajedrecística de la historia, era consciente de su responsabilidad y estaba decidido a tener éxito. Con todo, y debido en buena parte al ruido del lobby de Bobby Fischer (que siempre encontraba excusas cuando su genio no tenía éxito), a Petrosian no se le reconoció debidamente el inmenso mérito de su proeza.
Muy injustamente, esas medallas de oro, que en cierto modo atestiguaban de las actuaciones más impresionantes de Petrosian durante su reinado de campeón, ha sido a menudo ignoradas al dar cuenta de su palmarés. Y lo que es peor, se ha difundido que Petrosian consiguió las medallas, por ejemplo por delante de Fischer, gracias a un ejercicio de astucia, antes que por maestría puramente ajedrecística. Me gustaría, por tanto, aclarar aquí y desmontar algunas de estas calumnias.
(…)
Era un lugar común por entonces que el orden de tableros del equipo soviético se formaba más o menos así: primer tablero, el campeón del mundo; segundo, el aspirante oficial; tercero, el segundo clasificado en el Torneo de Candidatos; cuarto y primer reserva, dos excampeones mundiales; el segundo reserva, por último, el vigente campeón soviético. Con tal cantidad de recursos humanos, el objetivo era distribuir las posibilidades de juego equitativamente, asegurándose de que no se perdiesen puntos por descuido, en la eventualidad de que alguno de los miembros del equipo se encontrase fatigado, cosa que podía suceder fácilmente. Recuerdo, por ejemplo, que cuando jugué por Inglaterra en Lugano 1968 tuve que jugar la increíble cifra de 17 partidas en dicho evento.
(…)
En la Olimpiada de La Habana (1966), donde Petrosian se hizo con el primero de sus oros individuales, se dijo por todas partes que había eludido la confrontación con su más peligroso oponente, Bobby Fischer. Por otro lado, el propio Fischer, que había estado en la batalla por la medalla de oro, se pasó de la raya en el último momento y perdió ante el nervioso, aunque jugador de talento, gran maestro rumano Gheorghiu, dejando el camino libre a Petrosian.
La verdad, sin embargo, es diferente. Para el match URSS-EEUU, el emparejamiento de la alineación oficial mostraba, en el primer tablero, Petrosian vs Fischer. Yo estaba allí, vi los nombres escritos en las tarjetas y sé lo que sucedió. Y lo que sucedió fue esto: Debido a alguna queja de Fischer, relacionada con los horarios de juego, incompatibles por motivos de culto religioso (una secta de nuevo cuño, a la que recientemente se había adscrito el americano), el equipo USA no compareció y se le dio por perdido el match. Petrosian, por consiguiente, se había anotado el punto, no escondiéndose, sino porque el americano, sencillamente, no se presentó a jugar.
No obstante, por pura generosidad y adhiriéndose al principio de noblesse oblige, la URSS aceptó jugar en otro momento, en un día inicialmente programado como libre. Entretanto, Petrosian se había visto implicado en varios largos aplazamientos. ¡Habría podido ser reticente a jugar, cuando ya se le había adjudicado la partida con Fischer!
(…)
Volviendo a La Habana, en la segunda oportunidad concedida a EEUU, los soviéticos decidieron confiar el primer tablero a Spassky, partida que se resolvería con unas tablas. Lo que no se dice, además de la indudable voluntad de jugar contra Fischer por parte de Petrosian en la cita normal es que, por entonces, se consideraba a Bent Larsen, no a Fischer, la principal amenaza para Petrosian, pues no mucho antes había vencido por partida doble al campeón en el Torneo Piatigorsky (Santa Mónica 1966). Larsen, desde luego, iba a conseguir una fabulosa serie de victorias que casi lo encumbraron a lo más alto.»
(continuará)
El texto anterior fue escrito por Keene. Un libro excelente (300 páginas) que, además de breves comentarios biográficos, contiene 71 partidas bien comentadas, junto con otros fragmentos. Es una pena que este libro no se haya traducido al castellano.
+
Anonymous 13:54, octubre 13, 2011
Por encima de toda consideración, muy apropiadas para enriquecer toda la leyenda que gira alrededor de Fischer, mi preferido,lo que no se puede obviar es que no existe ningún jugador imbatido y además, a Petrosian nadie le regalo el título. Por algo, o mejor mucho, fue Campeón Mundial.
Jairo