ajedrez, marzo 21, 2011

¿QUIÉN JUZGA A LOS JUECES?

Gina Montserrat Pérez tenía 34 años (y tres hijos). Su ex marido, Mustafá Said, la mató de 37 puñaladas.
Un jurado popular lo declaró culpable de asesinato, con la agravante de ensañamiento.
Pero hace unos días, el Tribunal Superior de Justicia de Madrid (Sala de lo Penal) rectificó la sentencia.
Amparándose en precedentes de jurisprudencia, dos de los tres magistrados sostienen que no existió ensañamiento, que el número de puñaladas no significa, necesariamente, que la víctima sufriera un sufrimiento mayor o innecesario. Al eliminar la agravante de ensañamiento, el delito pasa a ser un homicidio, y no un asesinato, y supone una rebaja de pena para Mustafá Said, quien finalmente pasará 12 años de cárcel, en lugar de 17.
Hay que decir que, además de las puñaladas, la víctima presentaba otras heridas (luxaciones, contusiones, perforación del labio superior, así como otros cortes).
Es decir que, por tecnicismos legales, un señor que asesta 37 puñaladas a su pareja, además de muchos otros golpes, no es un asesino, ni se ha ensañado con la víctima.
La cuestión de fondo es que los jueces, cuyo cometido es administrar justicia, no parecen servir al fin de su profesión y se mueven en vericuetos técnicos que, por otro lado, no siguen un dictamen objetivo, pues, en este caso (como en otros), el veredicto no ha sido unánime (dos-uno, como en un partido de fútbol).
Durante un tiempo, imaginariamente pensaba que si tenía que depender de una sentencia, hubiese preferido la cualificada de un juez (o jueces), antes que la de un jurado popular, entre otras cosas, porque las personas que integran un jurado, por inteligentes y cultas que sean, se mueven más por impresiones y emociones, que pueden condicionar, de forma muy subjetiva, la sentencia. Recordaba, por ejemplo, al protagonista de ‘El extranjero’ de Albert Camus, Meursault, quien mata a un hombre en una pelea en las playas de Argel. Resulta que, al ser juzgado, todos los detalles de su vida conspiran contra él: su madre se encuentra en una residencia de ancianos y nunca va a visitarla, es antipático, tiene una existencia solitaria, nadie habla en su favor, etc. En otras palabras, el hecho de que no sea simpático y sus vecinos y amigos no lo defiendan lo condenan de antemano.
Sin embargo, a la vista de los hechos (y no me refiero sólo a este caso), las cosas no nos preservan de la absurda forma en que los jueces administran la justicia. ¿Quién los juzgará a ellos y quién puede ser mayor culpable que un juez de haber desatendido al verdadero sentido de su profesión: la justicia, pura y simple?

Ah, y no se lo pierdan, el tal Mustafá alegó que había «actuado» en defensa propia… Después de esto, ¿qué es el surrealismo?, ¿dónde han dejado los jueces de elite el sentido común?
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Nota:
Admito desconocer las consideraciones jurídicas sobre el significado exacto de «ensañamiento», pero la RAE lo define así:

Ensañamiento. Acción y efecto de ensañarse. //Der. Circunstancia agravante que consiste en aumentar deliberadamente el mal del delito.
Ensañar(se). Deleitarse en causar el mayor daño posible a quien ya no está en condiciones de defenderse.
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