Hay nacimientos que imprimen carácter desde la cuna si, por ejemplo, tu madre es rusa, tu padre griego y naces en Kiev. Tal fue el caso de Rossolimo (1910-1975), que deambuló por Europa en busca de su sitio en el mundo. Ya antes de los veinte años, fue, por ejemplo, estibador portuario en Estambul y Marsella. París, luego. Más tarde, América, en busca de la tierra prometida. Parece una película de Elia Kazan. Con el tiempo, en su errática existencia, nuestro hombre llegaría a dominar varios idiomas, convertirse en cinturón negro de judo e interpretar decentemente la concertina (ese instrumento parecido al acordeón). Brillante y táctico en sumo grado en su juventud, Rossolimo conquistó el título de gran maestro en la madurez. En esa fase de su vida, su juego se volvió más sólido, más consistente. Un periodista (y, como bien sabemos, los periodistas pueden ser más molestos que una chinche) le preguntó por qué su ajedrez se había vuelto más conservador. Rossolimo le respondió: «Mire usted, cuando mi contrario me presiona mucho en la partida, aprieto los dientes y me digo para mis adentros: ¡Este tipo quiere que vuelva a los muelles!» Rossolimo fue taxista en Nueva York y cuando sus resultados mejoraron, se convirtió en profesional del ajedrez, creando su propia academia. Fatalmente, se cayó por la escalera de su casa y la caida le ocasionó la muerte. Decididamente, y como dijo el escritor Julio Cortázar, hay escaleras que sólo deben subirse.+
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