911. RUBINSTEIN
Akiba Rubinstein (1882-1961) fue el menor de una familia de doce hijos. Nació en Stawiski, en la frontera polaca, pero entonces territorio ruso. Su padre murió poco antes de nacer él, y Akiba fue educado por sus abuelos, que le dieron una formación ortodoxa, basada en las tradiciones talmúdicas.
A los 16 años aprendió a jugar al ajedrez y, junto con el estudio del Talmud, se dedicaría desde entonces a practicar el juego rey.
En 1901 se trasladó a Lodz, el gran centro industrial del país. Allí disputó dos matches con Salwe, el maestro polaco más destacado. Empató el primero (+5 =4 -5) y ganó el segundo (5-3 y 2 tablas). Su carrera internacional comenzó en 1907, con su primer puesto en el torneo de Carlsbad, donde fue primero, por delante de Maróczy, como también lo fue en Lodz 1908. En 1907-1908 ganó el Torneo Panruso de Lodz. En San Petersburgo 1909 compartió con Lasker el primer puesto. En San Sebastián 1911 fue segundo, detrás de Capablanca, pero superando a Schlechter y Tarrasch, y ese mismo año también fue segundo en Carlsbad, aunque empatado con Schlechter. Por otra parte, ganó los matches disputados por esos años: a Marshall (en 1908), por 4-3 y unas tablas; a Mieses (en 1909), por 5-3 y 2 tablas, y a Flamberg (en 1910), por 4-0 y unas tablas.
1912 fue el año de Rubinstein, pues además de un torneo menor en Varsovia, ganó cuatro torneos importantes: el de San Sebastián, por delante de Schlechter; el de Bad Pistyan, también aventajando al maestro vienés; el de Breslau, empatado con Duras; y el de Vilnius, en el que derrotó por partida doble a Alekhine.
En esos seis años (1907-1912) Rubinstein se había enfrentado a los diez mejores jugadores del mundo y tenía un resultado favorable contra todos ellos, a excepción de Maróczy, de modo que eso le indujo a retar al campeón mundial, Lasker, a un match por el título. Tras largas negociaciones, el encuentro quedó programado para el otoño de 1914, pero antes de que hubiera podido reunirse la bolsa de premios (2.500 dólares), tuvo lugar el gran torneo de San Petersburgo, en el que Rubinstein fracasó estrepitosamente. Eso le dejó sin el crédito necesario ante el mundo del ajedrez y, antes de que pudiera aportar nuevos argumentos o éxitos, estalló la Primera Guerra Mundial. En 1918, al finalizar la contienda, derrotó en un breve match a Schlechter (2-1 y 3 tablas). Entretanto, habían aparecido en el panorama dos nuevos aspirantes al título mundial: Alekhine y Bogoljubov. Rubinstein esgrimió contundentes argumentos ajedrecísticos ante estos maestros, pues, en 1920, venció en match a Bogoljubov (5-4 y 3 tablas), y en el torneo de Triberg (1921) también superó a éste, consiguiendo el primer puesto. Por último, en el gran torneo de Viena (1922), conquistó igualmente el primer premio, por delante de ambos rivales.
Capablanca, que había ganado el Campeonato Mundial en 1921, fue retado por Rubinstein. Se acordaron los términos del match, pero Rubinstein, que tenía ya 40 años, no consiguió reunir los fondos para el premio. A partir de ese momento, la carrera de Rubinstein fue declinante y de sus veinte torneos restantes, sólo consiguió ganar dos: Marienbad 1925, compartiendo el primer puesto con Nimzovich, y Rogaska Slatina 1929. Aunque logró importantes segundos premios en Baden-Baden 1925 (detrás de Alekhine) y en Budapest 1929 (detrás de Capablanca), sus mejores años habían pasado.
Además del natural deterioro por la edad, durante la Gran Guerra Rubinstein había pasado calamidades, que le dejaron importantes secuelas físicas y psíquicas. En 1930 jugó, por Polonia, en la Olimpiada de Hamburgo, que puso el broche a su vida ajedrecística, con una espléndida actuación, del 88,2% de los puntos (+13 =4), invicto, su canto del cisne, con el que contribuyó decisivamente a que su país conquistase la medalla de oro. En 1932 se retiró del ajedrez, pero su situación económica era muy precaria, por lo que un grupo de admiradores y amigos creó para él un fondo de ayuda.
Siguió analizando aperturas, publicó algunos artículos, e incluso entrenó a Albéric O’Kelly, futuro gran maestro, y otros jugadores. Pero no escribió ningún libro.
Rubinstein era un gran estudioso de las aperturas, a las que realizó considerables aportaciones teóricas, en particular, al Gambito de Dama Rehusado. La variante conocida como Merano, es, en realidad, invención suya. También era un gran experto en finales, de modo especial en los de torres. Era un refinado jugador posicional, al que no le gustaban las sorpresas, ni los giros tácticos inesperados. Por otro lado, mostraba una vulnerable estabilidad psicológica, que se ponía especialmente de manifiesto tras una derrota, en cuyo caso normalmente le costaba recuperar la confianza en sí mismo. Eso, sumado a su notoria timidez, que le acompañó durante toda su vida, fueron factores negativos para la consistencia deportiva de un juego, por lo demás excelso en el plano estratégico. Nadie mejor que Richard Réti lo pondría de relieve: «Las partidas de Rubinstein son estructuras perfectas, de las que no puede desplazarse ni una sola piedra.»
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De HISTORIA DEL AJEDREZ, por A. Gude.
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Anonymous 05:36, julio 31, 2013
Magnífico artículo sobre este excelso maestro. No caben más comentarios. Saludos. Armando.