literatura, agosto 20, 2016

RUMBO A LA GALAXIA BRONSTEIN

RUMBO A LA GALAXIA BRONSTEIN

 

Antonio  Gude

 

 

Si un jugador tiene miedo a

reveses competitivos nunca

creará nada nuevo.

David Bronstein

 

No será éste el artículo que se merece el gran maestro David Bronstein (gran David Bronstein, maestro) porque, entre otras premuras, el cierre de la revista se nos echa encima como una bola de nieve y apenas podremos poner en (des)orden unas cuantas ideas a modo de homenaje mínimo, si bien con el atenuante de máxima admiración.

En la medida en que un filósofo o un artista traza las directrices de una nueva y profunda concepción, se le considera un revolucionario de su tiempo, alguien que crea escuela y a quien, por tanto, seguirán numerosos partidarios. Dudo mucho de que David Bronstein haya creado escuela, porque es difícil instaurar aquello que se inscribe en el aura de lo excepcional, pero no tengo ninguna duda de que con su praxis competitiva, con su actitud ante el tablero y por su vocacional reflexión sobre el fenómeno cultural y sociológico que es el ajedrez, se trata de un revolucionario, de un paladín de nuevas ideas.

Contaba Alfred Hitchcock que cuando llegó a Hollywood cualquier operador sabía exactamente cómo había que rodar, por ejemplo, una caída por la escalera. “Ya sé lo que usted quiere”, le decían. Pero Hitchcock, en realidad, quería algo muy distinto a lo que se hacía todos los días en La Meca del cine. Así, tampoco a Bronstein le han sentado nunca bien los encorsetados moldes del “cómo-hay-que-jugar” de su tiempo, porque Bronstein es un artista y un campeón de vanguardia: un adelantado, con permiso de don Diego de Almagro.

 

 

¿Extravagancia?

A Bronstein no le gusta demasiado que se indague en sus hazañas del pasado, en lo que hizo en tal o cual torneo, porque debe tener la impresión de que de ese modo se vampiriza su existencia y teme que, al convertirlo en objeto de culto, se le encierre precisamente en el pasado, ignorando su presente. Si es así cómo siente, cae en una suerte de superstición, porque puesto que al mismo tiempo le encanta que se investiguen y valoren sus ideas, ¿cómo habría de hacerse, si no nos detenemos en sus creaciones? Por otra parte, cuanto haga ahora (viaje, juegue, hable, escriba) nos interesa más que su pasado, porque todo eso se ha vuelto más atractivo que nunca para su mundo de admiradores, ¡que es todo un mundo!

Se le ha reprochado a Bronstein un punto débil en su personalidad (¡quién pudiera tener sólo uno!): que le gusta argumentar, es decir, discutir. ¿Por qué no habría de discutir, de defender sus puntos de vista y de intervenir en aquellas cuestiones que cree le perjudican, o simplemente porque le interesan? Alguien definió en su día la defensa de los propios derechos como “poesía del carácter”. Pretendemos que ese rasgo de Bronstein no es una muestra de debilidad, sino precisamente de carácter. Hablamos de un temperamento apasionado que, si la ocasión lo requiere, sabe recogerse en su caparazón de junco para oportunamente transformarse en camaleón, piedra pómez o anguila.

¿Es Bronstein extravagante, extrovertido, excéntrico?

Puede ser muchas ex, pero no es ex, sino que es.

 

B.1

 

Si en la posición del diagrama alguien se limita a seguir los principios de un manual al uso, seguramente nunca encontrará la mejor jugada, 11…Ag8!!, después de la cual las negras pueden ejecutar su plan, sea enroque largo (que ahora no es posible por la indefensión del punto f7), sea enroque corto. De otro modo, será difícil evitar un sacrificio concluyente en e6. Para asumir que una jugada tan fea es buena (o quizá la única), hay que tener una forma de pensar independiente, desprejuiciada. Así pues, podemos calificar a 11…Ag8 de jugada muy buena, pero nunca de extravagante. Sucedió en la partida Porreca-Bronstein (Belgrado 1954).

 

B.2

 

Este diagrama refleja la posición de la partida Bronstein-Darga (Interzonal de Amsterdam 1964), después de 36…Txe5!. La posición, en palabras de Bronstein, es rara, pero ¿significa esto que sólo puede encontrarse este tipo de posiciones en la práctica de jugadores excéntricos? No, significa únicamente que hay determinado tipo de jugadores, que son capaces de entrar en posiciones complejas, sin por ello perder su personalidad de ajedrecistas, porque saben que en ajedrez no todo puede ser previsto y calculado, y que una dosis de riesgo es consustancial al mismo juego y aun deseable. Siguió: 37 C4b5 a6? (mejor 37…f4) 38 Dc3 Td5+! (no había tiempo para pensar: Zeitnot total) 39 Rc1 Dxe2 40 Txd5 axb5 41 Dxc5 Da2 42 Cxb5!, y Darga abandonó. Si 42…Da1+, 43 Rd2 Txd5+ 44 Dxd5 Da5+ 45 Re2.

¿Por qué es excéntrico Bronstein? ¿Por qué le gusta jugar el Gambito de Rey? ¿Porque juega 4…Cf6 en la Defensa Caro-Kann? ¿Por qué no juega de forma estereotipada?

En lo que respecta a las aperturas, no creo mucho en la figura de un improvisador, sino en la de un riguroso investigador de formaciones hiperdinámicas, alguien que ha consagrado muchas de sus energías al estudio de ese tipo de estructuras que, por supuesto, conducen en muchos casos a posiciones abiertas en las que su imaginación y fantasía deben manifestarse con cierta naturalidad.

 

RIA.77

 

 

Clasificación

Los intentos de clasificación y definición son muchos. Veremos luego que también lo son las tentativas de descalificación.

Para definir su forma de interpretar el ajedrez, su estilo, se ha mencionado una y otra vez la palabra romanticismo. Ciertamente podríamos decir que Bronstein es un neorromántico porque, sin ignorar la sofisticada técnica que el ajedrez de nuestros días requiere, siempre ha desdeñado el racionalismo y se ha erigido en ardiente defensor de las brillantes concepciones del pasado. Pero no de todas y no de forma sistemática. La mayoría de ellas apenas fueron balizas de referencia, como él ha escrito en alguna ocasión, un punto de partida y, a la vez, un sólido andamiaje de estímulos. Si Bronstein es Bronstein para el ajedrez es porque sus ideas son muchas y poderosas y porque –no lo olvidemos—ha sabido imponerlas en el tablero.

¿Y las listas? ¿Qué dicen las listas de expertos acerca del lugar que ocupa Bronstein en sus preferencias? La tentación de confeccionar listas obedece a un deseo atávico de reafirmarnos a través de nuestros héroes para mirarnos en su espejo, en línea con el mundo ultracompetitivo en que vivimos y en el que todo se supedita a la (supuesta) infalibilidad de las cifras. No es posible responder a la pregunta ¿quién fue (es) el mejor jugador de todos los tiempos?, pero las consultas en tal sentido han arrojado numerosas sorpresas. He aquí algunas de ellas.

En 1970 una encuesta entre conocidos autores (entre los que se encontraban Euwe, Chernev, Evans, Abrahams y otros) arrojó este resultado: 1 Alekhine; 2 Capablanca; 3 Lasker; 4 Botvinnik; 5 Fischer; 6 Morphy; 7 Spassky; 8 Tal; 9 Petrosian; 10 Steinitz.

Irving Chernev, el más prolífico y popular autor de ajedrez en Norteamérica, dio su lista en 1974: 1 Capablanca; 2 Alekhine; 3 Lasker; 4 Fischer; 5 Botvinnik; 6 Petrosian; 7 Tal; 8 Smyslov; 9 Spassky; 10 Bronstein.

En 1978, el Dr. Arpad Elo publicó la suya, basada en coeficientes estadístico-matemáticos, con los que aún hoy se elabora el ranking internacional: 1 Fischer; 2 Capablanca; 3 Botvinnik; 4 Lasker; 5 Karpov; 6 Tal; 7 Alekhine, Smyslov y Morphy; 10 Korchnoi, Reshevsky, Petrosian y Spassky; 14 Bronstein y Keres.

La primera lista de Bobby Fischer data de 1965. Fue ésta: 1 Morphy; 2 Staunton; 3 Steinitz; 4 Tarrasch; 5 Chigorin; 6 Alekhine; 7 Capablanca; 8 Spassky; 9 Tal; 10 Reshevsky. La segunda es de cinco años después, a raíz del Match del Siglo (Belgrado 1970), que enfrentó a la URSS con la selección mundial: 1 Petrosian; 2 Capablanca; 3 Morphy; 4 Reshevsky; 5 Spassky; 6 Botvinnik; 7 Steinitz; 8 Tal; 9 Larsen; 10 Gligoric. Fischer, naturalmente, se autoexcluye. La primera es muy original en relación con las anteriores, pues Morphy (sólo mencionado en una) sube espectacularmente al primer puesto, mientras que en los lugares inmediatos aparecen nombres clásicos, inéditos en las otras listas. En la segunda seguramente hay concesiones. Puesto que Fischer está siendo entrevistado para la televisión yugoslava, incluye a su amigo Gligoric, lo mismo que a Larsen, primer tablero de la selección mundial. Por otra parte, Petrosian (que ni siquiera aparecía en su primera lista) ocupa ahora el lugar de honor y, teniendo en cuenta que días antes Fischer le había vencido por 3-1, ¿dónde se sitúa él? Por último, cabe enfatizar en el hecho de que entre una y otra lista han transcurrido cinco importantes años. Fischer tenía 22 años en 1965.

Una última lista fue sonsacada a Fischer en 1970, presionado o no por las circunstancias ambientales, en el marco del mencionado encuentro. Fueron éstos (jugadores clásicos, en declaraciones a D. Bjelica): Morphy, Anderssen, Steinitz, Tarrasch, Chigorin, Lasker, Capablanca y Alekhine. Actuales: Petrosian, Spassky, Larsen, Tal y Korchnoi.

El problema de las listas, quienquiera que sea el autor, es que son resultado de una extrema subjetivización y que expresan una defectuosa valoración del factor artístico, centrándose total y absolutamente en el deportivo. De otro modo, huelga decirlo, Bronstein ocuparía muy distinto lugar en todas ellas.

Por último, no está de más reseñar una tentativa alucinógena de Raymond Keene y Nathan Divinsky (dos especuladores de mucho cuidado), que publicaron en 1989 en su libro Warriors of the Mind (Guerreros de la mente), en “una búsqueda del genio supremo del tablero”, cuán ampuloso. Para ello procedieron a una alquimia de abstrusas elucubraciones aritméticas (tras haber computado, según ellos, más de 10.000 partidas), y de lo que resulta que Bronstein aparece en 17ª posición, por detrás de Kasparov, Karpov, Fischer, Botvinnik, Capablanca, Lasker, Korchnoi, Spassky, Smyslov, Petrosian, Morphy, Polugaievsky, Geller, Tal, Stein y Keres, e inmediatamente por delante de Alekhine, Sokolov (¿?) y Boleslavsky. Steinitz aparece en el puesto 47 y Rubinstein en el 44. La fatalidad con que los autores aceptan la dictadura de sus propios íncubos mueve a lastimosa compasión, porque ellos mismos se sorprenden de que Alekhine aparezca en 18ª posición, pero “…debemos intentar entender por qué no está más arriba”. También nos conmueve la “brillante” exposición general, que se cierra con esta claridad meridiana:

 

La conclusión real es que Gari Kasparov es el jugador más grande de todos los tiempos. Karpov es claramente segundo y Bobby Fischer tercero.

 

¡Como en la escuela! El que ha saltado más lejos es el mejor; el segundo, 2º, y el tercero, 3º. ¡Enhorabuena!

Bronstein y Smolyan dan, una vez más, en el clavo cuando afirman: “El racionalismo numérico estrangula el aspecto espectacular y artístico, sin el cual el ajedrez no puede vivir.” Tal lo dijo a su modo: “La aritmética es una cosa y el ajedrez otra.”

Un señor llamado Tarrasch es el autor del siguiente aforismo: “No basta con ser un buen jugador; además hay que jugar bien.” Si lo parafraseamos, el resultado sería: No basta con barajar impresionantes fórmulas matemáticas. También es recomendable pensar, siquiera sea de vez en cuando.

 

 

Desvirtuación

Para sus descalificadores, lo más fácil es argüir “falta de sentido práctico”, “barroquismo” o “riesgo excesivo”. Divierte, no obstante, constatar lo incómodo que resulta encasillar a Bronstein. Kotov y Yudovich, en su libro La Escuela Soviética de ajedrez, dicen de él:

 

En su match con Botvinnik por el campeonato mundial de 1951, el joven gran maestro demostró un alto nivel de juego. La puntuación final de 12-12 no fue simplemente un éxito personal. Dejó más claro que nunca a los aficionados de todo el mundo que la escuela soviética está haciendo progresar la teoría y la práctica ajedrecísticas y sigue produciendo nuevos jugadores de calibre mundial.

 

A continuación, los autores dejan la palabra a Szabó, quien se concentra en los jugadores soviéticos en general, y sólo la retoman para concluir que Bronstein encaja perfectamente en ese retrato robot del ajedrecista soviético, si bien finalizan con una tenue alabanza.

 

Jugando con verdadera imaginación creativa, Bronstein se ha convertido en uno de los mejores grandes maestros.

 

También resulta interesante lo que de él dice Botvinnik, en su monumental obra Partidas selectas:

 

David Ionovich Bronstein era, indudablemente, una figura pintoresca entre los grandes maestros. Brillante maestro del ataque, dotado para hallar ideas originales, llegaba al match por el campeonato mundial a los 27 años, habiendo apartado de su camino a maestros tan famosos como Keres, Smyslov, Boleslavsky y otros. La situación en nuestro encuentro era favorable a él ya que, como he advertido, en tres años yo no había jugado ni una sola partida de torneo. Hay que advertir que Bronstein, que era inferior en experiencia y comprensión posicional, no perdió el match, pero surge la pregunta: ¿por qué no superó a un rival tan desentrenado?

 

De modo que “figura pintoresca”, “inferior en experiencia y comprensión posicional”… hasta el supuesto halagado “brillante maestro del ataque” encierra un sutil menosprecio, puesto que si sólo se es maestro del ataque, queda descartada la maestría en las restantes fases del juego. En otros puntos del libro se insiste en aspectos negativos de Bronstein, tales como “clara debilidad en los finales”, “falta de objetividad”, “insuficiencia de carácter”, “inclinación a extravagancias, “optimismo infundado”, “debilidad en comprensión posicional” (bis), “errónea estrategia de apertura”, etc.

La respuesta a la cuestión que plantea Botvinnik no parece difícil: lo verdaderamente milagroso sería que un jugador con tantos defectos pudiese ganar a un perfecto campeón. Por otro lado, el hecho de que éste llevase tres años sin jugar torneos no excluye que hubiese planificado una espléndida preparación, algo que revestía un carácter obsesivo para Botvinnik, y de lo cual existen numerosos testimonios, incluidos los suyos propios. También hubo partidas de entrenamiento con tan significados jugadores como Flohr, Ragozin y Loevenfish, entre otros.

Pese a todo, unas tablas (unas simples tablas, que tuvo al alcance de la mano) le habrían bastado a Bronstein para proclamarse campeón del mundo. No fue así, pero aun tras haber perdido la penúltima partida, hay que tener bien presente que Botvinnik no pudo ganar el match. Y esto sí que es incomprensible, dadas las fallas técnicas tan notorias que el titán monolítico había detectado en su imperfecto oponente.

La forma en que le escatima posibles y merecidos halagos choca todavía más, si tenemos en cuenta que Botvinnik –aun a pesar de su peculiar soberbia— tenía el hábito de destacar ciertas virtudes de sus más caracterizados rivales, cierto es que sin entusiasmo. No en el caso de Bronstein.

Tras los análisis a 57 Ag5, en la mencionada 23ª partida del match, así comenta el desenlace:

 

Después de 40 minutos de reflexión, las negras abandonaron. La última partida acabó en tablas y pude retener el título de campeón del mundo.

 

Con tal flagrante sequedad zanja el campeón un comprometido encuentro que por fuerza debió darle muchas malas noches e incontables pesadillas. La historia, como es sabido, la escriben los vencedores, pero en este caso ni siquiera se trata de un vencedor, sino de un “conservador” del título.

 

 

¿Desaparecido?

También se da por descontado, y así se nos lo cuenta siempre, que a partir de 1958 desapareció de la escena el ajedrecista David Bronstein. Tonterías. Bronstein jugó innumerables torneos: algunos sin éxito, pero triunfando en muchos otros. No hay lugar aquí para una rememoración detallada de su rica trayectoria. En los años sesenta jugó, en numerosas ocasiones, como los dioses, si es que los dioses juegan al ajedrez. Hay ejemplos mil de sus momentos inspirados.

Para entrar en calor, comencemos por una partidita rápida, disputada en 1961. Spassky conduce las piezas negras:

1 d4 f5 2 e4 fxe4 3 Cc3 Cf6 4 f3 exf3 5 Cxf3 d6 6 Af4 Ag4 7 Ac4 e6 8 0-0  Cc6 9 h3 Axf3 10 Dxf3 d5 11 Ab5 Ad6 12 Tae1 Rd7 13 Axd6 cxd6 14 Txe6! Rxe6 15 Cxd5! Cxd4 16 De3+ Rxd5

 B.3

 

   17 Tf5+! (1-0). Si 17…Cxf5, 18 c4++. ¿Qué les parece? No está mal, sobre todo si consideramos el tiempo con que se jugó la partida: 1 minuto/jugador, lo que hoy se llama bullet.

En el torneo de Miskolc 1963 fue segundo, detrás de Tal.

 

B.4

 

En esta posición (partida Brzózka-Bronstein, después de la jugada 48 de las blancas) todo el mundo pensaba que el empate se acordaría de un momento a otro. Bronstein, sin embargo, pensaba de otro modo y lanzó aquí su trueno del infierno: 48…Txb3+!!. Un sacrificio que desafía todas las leyes de la lógica y del universo de valores materiales. Siguió: 49 Rxb3 (si 49 axb3, 49…a2 50 Axa2 Txa2 51.Td2 Ta1, y la torre negra mina la retaguardia enemiga) 49…Tb6+ 50 Rc2 Tb2+ 51 Rc1 Te2 52 Td1 Txe3 53 Tg1 Tc3+ 54 Rd2 Txc4 55 Ac2 d5 56 Tb1 d4 (los peones negros son ya una amenazadora falange) 57 Ad1 Tc3 58 Tb3 e3+ 59 Re2 Tc1 60 Txa3 c4 61 Ta7+ Rd6 62 Aa4 Th1 63 Td7+ Rc5 64 Tc7+ Rb4 65 a3+ (el último recurso: si 65…Rxa4, 66 Txc4+ y 67 Txd4) 65…Rc3 (ahora ya no hay salvación, pero seguramente tampoco la había después de 48…Txb3+) 66 Ab5 Th2+ 67 Rf1 d3 68 Txc4+ Rd2, y las blancas abandonaron, pues si 69 Rg1, 69…e2 70 Rxh2 e1D. Keres comentó: “Una obra de arte de Bronstein, en un final que fue muy admirado en Miskolc, y no sólo allí. ¡Casi mágico!”.

Del Interzonal de Amsterdam (1964), por ejemplo, fue eliminado y no pudo pasar a la fase de Candidatos por la burocracia FIDE (cupo de jugadores de un mismo país), que no por su resultado (6º de 24 participantes, a un punto de los vencedores), ni mucho menos por su juego, que fue espléndido. Sólo perdió una partida, con Larsen, primer clasificado, una partida maravillosa en la que Bronstein llevó todo el tiempo la iniciativa y que debió haber ganado.

 

B.5

 

Aquí podemos ver la posición de la partida Bronstein-Nikolaievsky, después de 35…e4. Seguramente todo el mundo jugaría 36 Te3, para después ocuparse del caballo de c7, pero las blancas se decidieron por 36 Txc7!, y después de 36…Txc7 37 Axc7 exf3 38 Axd8! Axc3, quedó claro que las blancas habían jugado cómo hay que jugar: con elegancia y obviando los golpes innecesarios. No era posible 38…Txd8 por 39 Ae6+ y 40 c7, ganando. Dos jugadas más: 39 Ae7 Ad4+ 40 Rf1, y las negras abandonaron. Sucedió en Tbilisi 1966-67 (34º Campeonato de la URSS). La partida fue distinguida con el premio de belleza.

Volvió a la carga en el Interzonal de Petrópolis (1973), bien es cierto que de rebote, como consecuencia del fallecimiento de Leonid Stein. Aun sin preparación, volvió a ser sexto, pero esta vez con menos jugadores (18) y menos plazas en disputa. Estuvo espléndido con blancas (+7 =2 -0), pero falló estrepitosamente con negras (+0 =5 -3). Como pequeña compensación, consiguió el premio de belleza por su brillante victoria sobre Ljubojevic, que por entonces se hallaba en el apogeo de su carrera. A la partida se le encontraron refutaciones, pero aun así repitió premio, siendo considerada la mejor del año por el jurado de Informator. Lo curioso del asunto es que Ljubojevic creía haber preparado a fondo una variante “especial” de la Defensa Alekhine y resultó que Bronstein la había jugado decenas de veces en Kiev, cuando era un muchacho.

Un argumento más en favor de que por entonces Bronstein tenía aún mucho qué decir. El gran maestro norteamericano Robert Byrne, excelente comentarista del New York Times, recopiló en un libro 64 partidas de la década de los sesenta, entre las cuales aparecen tres de Bronstein, las tres ganadas por él, incluida una miniatura con Smyslov. En una de ellas introduce una anécdota personal del Memorial Alekhine (Moscú 1971). En posición muy complicada, Bronstein le propuso talas y Byrne, bajo la rutina protocolaria de los torneos, respondió mecánicamente: “¿Cuál es su jugada?”. “No tengo la menor idea”, dijo Bronstein, dejando a su rival en blanco. “No se preocupe. Ya pensaré en algo.” Finalmente, se acordaron las tablas. La historia le sirvió a Byrne para ilustrar el sentido del humor de nuestro hombre, advirtiendo, a renglón seguido, que su ajedrez no tenía, en cambio, nada de cómico.

Entre 1976 y 1978 Bronstein ganó seis o siete torneos internacionales y fue injustamente desconvocado para el zonal URSS de ese último año.

 

 

Futuro

Pido excusas al lector por haber intentado escribir un artículo sobre Bronstein. No se puede. Demasiado por decir, demasiados cabos sueltos, que acaso intentemos atar en nuevas singladuras a la galaxia Bronstein.

Recordando al gran poeta Rustavely cabría preguntarse: “¿Cómo explicar los altos hechos y el gran coraje de David?”, por más que él se refiriese a otro David y a otros hechos. Como es palmario, las explicaciones arrojan, las más de las veces, abundante coto de penumbra.

Después de 1958 Bronstein “sólo” participó en un centenar largo de torneos, escribió varios libros de ajedrez, fue columnista de Izvestia durante veinte años, tomó parte en torneos mixtos con temibles ingenios electrónicos (que con frecuencia ganó), pronunció docenas de conferencias, viajó por todo el mundo y se batió por sus ideas, además de inventar un nuevo reloj y de vivir con una intensidad que cualquier podría envidiarle.

   En el año largo en que hemos tenido el privilegio de verle con frecuencia en España, no deja de decirnos: “Por favor, no diga que soy un genio. Eso me molesta. No me ponga en un pedestal.” Con sus modestas armas (la palabra, la discusión) el gran jugador siempre ha luchado contra los encasillamientos en ajedrez. No le gusta la dictadura del resultado, ni tampoco el sistema Elo. En cuanto a resultados deportivos, los mal pensados creerán que eso se debe a que no le han sido favorables. Se equivocan: pocos jugadores pueden presentar un palmarés tan brillante en el siglo XX.

Puede que no comprendamos lo que ha significado Bronstein para el ajedrez, alguien cuya extraordinaria fuerza de juego rebasó los confines de la corona mundial para entrar en otra dimensión: la de las ideas (repita conmigo: i-d-e-a-s, algo tan quimérico hoy como el Santo Grial, no sólo en ajedrez, en cualquier área de la realidad).

Antes que Fischer fue Bronstein quien propuso un sistema de matches eliminatorios (aún vigente) en la carrera hacia el título mundial. Fue Bronstein el principal abanderado del ajedrez semirrápido y fue Bronstein quien más avalanchas de propuestas ha lanzado, en favor del ajedrez-espectáculo, por no hablar de la desmitificación del ajedrez “solemne” y “trascendente”.

Resulta triste constatar que los doce puntos de Botvinnik (mi reino por un empate) tuvieron un peso equivalente a un millón de veces los doce puntos de Bronstein en la balanza deportiva. Pero no será así en la perspectiva histórica desde el futuro, ni en la evolución del ajedrez, que es a la vez su exigencia de espectáculo. Si un día llevamos el ajedrez al Yankee Stadium o a Maracaná, no será igual ofrecer al público frías evoluciones técnicas para controlar un punto débil que someter a su consideración las luchas intensas, las emociones plenas de tensión y “sangre” de las grandes batallas artísticas y dinámicas. Entonces recordaremos que el cerebro que bosquejó ese mundo maravilloso de un ajedrez creativo, futurista y espectacular, atractivo para el público, se llamaba David Bronstein.

Bronstein.RIA

Artículo publicado en Revista Internacional de Ajedrez, nº 77 (febrero 1994), pp. 40-47.

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