El GM Drazen Marovic, uno de los más brillantes autores actuales, ha publicado una serie de libros de muy alto interés en los que ha tratado de ahondar en los contenidos esenciales del ajedrez y transmitir sus conclusiones de forma muy didáctica. A continuación, transcribo unos fragmentos del prólogo a Secretos de las transformaciones en ajedrez (La Casa del Ajedrez, 2008).
Al escribir este libro, mi intención era contribuir a esclarecer la esencia de la partida de ajedrez, sus interminables valores cambiantes, la continua metamorfosis de los tres elementos de que está compuesta: material, espacio y tiempo.
Al hablar de material, nos referimos a las piezas y los peones, mientras que el espacio está delineado por el propio tablero, y el tiempo se manifiesta como una ventaja en desarrollo e iniciativa. Quería, en cierto modo, completar lo que escribí en mis libros anteriores, publicados por esta misma editorial. En Comprender el juego de peones en ajedrez, se estudiaban estructuras elementales de peones. Juego dinámico de peones en ajedrez se ocupaba del centro y de su sutil vínculo con la formación de peones, mientras que Secretos del ajedrez posicional se concentraba en la fuerza y debilidad de las piezas en su relación con el espacio. Analizar estos elementos fundamentales que integran la partida de ajedrez, nos permitió agudizar nuestra conciencia ante «las profundas conexiones entre la calidad del espacio, las piezas que en él actúan, y el tiempo, que abarca el tablero y sus piezas en un todo inseparable». Este libro examina su interrelación, el constante cambio a que están sometidos y sus continuas transformaciones.
Aunque, por el hecho de existir, peones y piezas nos recuerdan continuamente su valor nominal, su único valor real depende exclusivamente de lo que están haciendo en el tablero. Podemos hablar de su valor teórico o nominal, pero sólo en acción, en una posición muy concreta, en una muy concreta relación de piezas y en un espacio muy concreto adquieren las piezas su verdadero valor.
Su propiedad esencial es su constante mutación. Aquí debo recordarle al lector el hecho de que el material es la energía potencial del ajedrez. Con el sacrificio de una pieza, bien se gana material, bien se asume la iniciativa, que conducirá a diversas formas posibles de superioridad. Las mismas relaciones de inestabilidad rigen la iniciativa y la ventaja espacial. Dependiendo la una de la otra, se incrementarán o debilitarán, extrayendo fuerza la iniciativa de la ventaja de espacio y viceversa. Dominar espacio y desplegar la iniciativa a menudo van de la mano. El territorio conquistado refuerza el poder ejercido por las unidades en acción. Las piezas son más poderosas cuanto más espacio disponen para maniobrar y sus posibilidades activas se multiplican hasta que se produce una nueva metamorfosis, cuando la iniciativa permite ganar directamente o cuando se transforma en material o en algún otro tipo de superioridad. El ciclo de transformaciones sólo finaliza cuando uno de los elementos fundamentales adquiere una abrumadora superioridad. En la práctica, las metamorfosis sólo terminan cuando la partida termina.
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Por desgracia, la manía de los torneos rápidos, junto con la progresiva reducción de la velocidad de juego, se acusa en la calidad de las competiciones actuales. A menos que estemos practicando un debate frenético y exploremos minuciosamente las tendencias de apertura, cada vez hay menos material en que elegir (se refiere a ejemplos didácticos útiles). Las partidas importantes para muchos temas de teoría general son cada vez más escasas. Respaldados por un número de oportunistas y jóvenes de pocas miras en las filas de los jugadores profesionales, dispuestos a tirar piedras contra su propio tejado, nuestros sabios dirigentes dicen que acortar el límite de tiempo es la mejor forma de ganar posiciones en las poderosas pantallas televisivas. Se olvidan de que la fascinación por nuestro juego sigue viva desde hace siglos no porque se jugase al Blitz, sino por la gran calidad de las partidas de ajedrez clásico y, en particular, de las correspondientes al ciclo por el Campeonato Mundial, que han destruido con el celo de la crasa ignorancia y de una mentalidad provinciana. Tratan de convencernos de que jugar más rápido y utilizar más las manos que el cerebro es lo que realmente importa y lo que hará que el ajedrez pueda competir con la gran familia deportiva.
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Este último párrafo me recuerda una anécdota entre los grandes maestros Vladislav Tkachiev y Eduard Gufeld. Tkachiev le dijo al último: «Si hubiese un campeonato mundial de Blitz a dos minutos, yo sería el campeón.» Gufeld, cuyo sentido del humor es bien conocido, le contestó: «¿Y por qué no hacemos un campeonato mundial a ver quién pulsa más rápido el reloj?»
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Anonymous 13:51, marzo 31, 2014
Amen al ùltimo párrafo, todos los que tenemos 2 dedos de frente pensamos lo mismo, pero desgraciadamente en la FIDE practicamente nadie los tiene.