ajedrez, octubre 28, 2010

SOLTIS EN SU SALSA

SOLTIS EN SU SALSA

Prólogo al libro EL VERDADERO VALOR DE LAS PIEZAS EN AJEDREZ
Andrew Soltis
Editorial Tutor, S. A., Madrid 2008, pp. 7-10

Todas las unidades del ajedrez tienen,
en el lenguaje de la Bolsa, dos precios:
el valor paritario y el valor de cotización.
El valor paritario representa el absoluto,
y el precio día a día el valor relativo.
RUDOLF SPIELMANN

Para hablar de un libro no es imprescindible hablar de su autor, e incluso parece superfluo si éste es famoso. Pero en el caso que nos ocupa resulta necesario, porque Andrew Soltis es prácticamente un desconocido para el público hispanoparlante, pues su presencia en el mercado editorial en castellano se salda con apenas un par de títulos recientes.
Nacido unos años después, Soltis (1947) pertenece a la generación de Bobby Fischer (1943), de la que también formaron parte John Grefe (1947) y los nuevos estadounidenses Walter Browne (de origen australiano, 1949), Lev Alburt (Ucrania, 1945) y Roman Dzindzihashvili (Georgia, 1944).
La generación anterior estaba integrada por nombres impresionantes: Arthur Bisguier (1929), Larry Evans (1932), William Lombardy (1937), Anthony Saidy (1937) y los hermanos Byrne (Robert y Donald, 1928 y 1930), bajo la sombra nada paternal del gran veterano Samuel Reshevsky.
Para visualizar el contexto, no está de más recordar que, entre 1957 y 1966, Fischer ganó, con gran autoridad, todos los Campeonatos de Estados Unidos (salvo el de 1961-1962, en el que no participó). Por otro lado, habían llegado al país Pal Benko (1928), una auténtica figura, y Edmar Mednis (1937). A fines de los setenta se iniciaría la diáspora soviética, con América como destino principal. Los primeros en desertar fueron los grandes maestros Anatoli Lein y Leonid Shamkovich. Siguieron Sergei Kudrin e Igor Ivanov. Entretanto, iba surgiendo una nueva generación: los Jim Tarjan, Ken Rogoff, Bernard Zuckerman, Kim Commons, Mark Diesen, John Peters, Michael Rohde, Ron Henley, Norman Weinstein, Michael Valvo, Nick de Firmian…
Campeón juvenil de Nueva York en 1964 y universitario de EEUU (1969), entre 1967 y 1972 Soltis participó, en cinco ocasiones, en el Campeonato Mundial de Estudiantes con la selección norteamericana, con buenos resultados. En 1971-1972 ganó el torneo internacional de Reggio Emilia. Entre 1967 y 1974 ganó cinco veces el Campeonato del Marshall Chess Club, un resultado muy meritorio, teniendo en cuenta que en esas ediciones participaron numerosas figuras, y en ese último año fue también el vencedor del Torneo del Futuro de la Federación de EEUU.
En los años setenta y ochenta hay contadísimas apariciones fuera de su país, donde prácticamente se circunscribe su participación en torneos. Pero entonces se produjo una convulsión en el mundo del ajedrez, que llenó de esperanzas a muchos jugadores: la creación de la GMA (Asociación de Grandes Maestros), que parece haber hecho resurgir el interés de Soltis, quien intentó el asalto a la Copa del Mundo. Pero sus tentativas de 1988 (los abiertos masivos de Belgrado y Moscú) y 1989 (Palma de Mallorca) no fructificaron y los malos resultados debe haberle disuadido de seguir esforzándose en el tablero internacional. En los noventa no despliega ya una actividad propia de un jugador profesional: sus participaciones escasean y su Elo decae. Así, tras los abiertos de Chicago (1992), Reno (1994) y Nueva York (1994, 1995), Soltis deja el ajedrez de competición, con sólo algunas apariciones esporádicas posteriores en torneos exóticos.
Su trayectoria competitiva no es, por tanto, extraordinaria, pero sí lo suficientemente buena como para hacerle acreedor al título de gran maestro, que le fue otorgado en 1980. Jugador de ataque, elegante, con buenos conocimientos teóricos, tiene en su haber significativas victorias sobre Gligoric, Larsen, Quinteros, Igor Ivanov, Murey y Romanishin, entre otros.
Pero si su carrera ante el tablero no es tan impresionante como la de algunos grandes maestros de elite, Soltis emprendió, desde muy joven, una segunda carrera (que, en realidad, es la más importante en su caso): la de periodista y autor. Para empezar, hay que tener presente que Soltis es periodista profesional. Trabaja en el New York Post (en cuyo diario tiene a su cargo, además, la columna de ajedrez). Pero sus dotes para el periodismo técnico se pusieron de manifiesto, sobre todo, en su magnífica columna de Chess Life, la revista de la USCF. La columna tiene un nombre sugestivo, Chess to Enjoy (Ajedrez para disfrutar) y puede decirse que, junto con la de Benko, es la más prestigiosa de la revista.
Ha publicado numerosos libros, algunos de ellos excelentes, como The Best Games of Boris Spassky (1973), Morphy Chess Masterpieces (1973), American Chess Masters from Morphy to Fischer (1974), The Great Tournaments and Their Stories (1975), Frank Marshall, United States Chess Champion (1993), The Inner Game of Chess: How to Calculate and Win (1994), Soviet Chess 1917-1991 o Bobby Fischer Rediscovered (2003) y, en colaboración con G. H. McCormick, The United States Chess Championship 1845-1996 (1997).
Erudición histórica y técnica y capacidad de comunicación han quedado patentes en estos libros, que muestran a un autor riguroso, sagaz, cultivado y ameno. Esta segunda carrera de Soltis (que, como he dicho, es, en realidad, la primera) no puede ser más brillante. Sin embargo, no toda su producción es encomiable. Como suele suceder a tantos autores, por imperativos alimenticios u otros de la vida cotidiana, escribió una serie de libros sobre aperturas que no pueden recomendarse, por su superficialidad y oportunismo. El ser humano tiene debilidades y necesidades, a las que ni los más grandes artistas e intelectuales han podido sustraerse. No hay más que recordar las concesiones de tantos famosos cineastas (entre ellos nuestro Luis Buñuel), que debieron alternar sus obras maestras con producciones deplorables: ¡la dialéctica de la supervivencia! Por otro lado, si hay un rasgo que caracteriza a los ciudadanos estadounidenses es la indiferencia a justificar sus actividades para ganarse la vida. Seguramente les preocupa menos que a un tigre de Bengala el deshielo del Ártico.
Bien. Lo cierto es que Soltis ha escrito un libro maravilloso. Me gustaría tener un sombrero para quitármelo, pero como no es así, me limitaré a justificar mi opinión sobre el mismo.
El verdadero valor de las piezas propone una auténtica revisión del papel, capacidad y radio de acción de las piezas en ajedrez. Los autores clásicos (desde Tarrasch a Bronstein, pasando por Euwe, Keres, Pachman y otros) nos han enseñado muchas cosas acerca de la actividad de las piezas, de su valor relativo y de la necesidad de desvincular su valor teórico o nominal del valor real en una posición dada. Pero ni siquiera los autores más prestigiosos de la actualidad, como John Nunn, Drazen Marovic o Mark Dvoretsky, han penetrado con mayor lucidez en la capacidad operativa de las piezas, por sí solas o en equipo, ni han llevado a cabo una disección tan implacable de la ductilidad de las piezas y las complejas relaciones que entre ellas y el tablero se establecen.
La forma en que Soltis afronta el papel y función de las unidades ajedrecísticas de combate es muy original y tiene un enorme valor práctico para el jugador. Para empezar, pasa revista a las tablas de valores numéricos que han barajado las más diversas fuentes. El ajedrez no es aritmética, pero el jugador necesita valores a que aferrarse, una referencia orientadora. Contradicciones: si dos piezas menores valen 6 (3+3), ¿por qué no es bueno entregar alfil y caballo por torre y peón (5+1), de idéntico valor teórico, en la apertura? Las piezas tienen muchos valores y valores que son mudables: valor nominal, valor estático, valor de cambio, valor relativo, valor transitorio. A este último ya había aludido Capablanca y significa, por ejemplo, que a medida que se cambian piezas, un caballo se vuelve más débil, mientras que una torre aumenta de valor. La fase de la partida también tiene mucho que ver: ¿qué significan un centro de peones, o peones colgantes, cuando la lucha se acerca al final?
La movilidad de las piezas no es la misma en todas las fases del juego. A medida que progresa la partida, la movilidad aumenta. La razón es clara: la desaparición de piezas y peones deja más casillas libres en el tablero. Siempre ha existido la tentación simplificadora de valorar una pieza en función de su movilidad. Sin embargo, nos dice Soltis, sin objetivos la movilidad no cuenta gran cosa. El autor incluye estudios de otros autores y expertos y aporta ejemplos valiosos y actualizados. El lector se encontrará con muchas sorpresas. Cosas que le parecían evidentes, dejarán de serlo.
Las reglas son resbaladizas, cosa que a estas alturas todo el mundo sabe ya. Pero las decisiones prácticas deben tomarse en base a numerosos factores, no siempre fácilmente cuantificables. El libro trata de responder a muchas preguntas del jugador práctico: ¿Vale la pena ceder la pareja de alfiles para ganar un peón?, ¿es conveniente cambiar torres cuando se tiene la pareja de alfiles?, ¿cuándo tiene sentido entregar la dama por las dos torres? En este último caso, sorprenderá saber que, en las situaciones que se le presentaron, Fischer siempre entregó, con éxito, las dos torres por la dama (Fischer-Bilek, La Habana 1965; Portisch-Fischer, Santa Mónica 1966).
Hay mucho más. El tercer capítulo, por ejemplo, es una revelación. Trata de la extensión o amplitud del tablero. Un tablero de ajedrez nunca será mayor de 8×8=64 casillas. Pero puede ser más reducido. Todo depende del área en que se juegue. Un final de C+P vs C puede estar jugándose en un sector de 6×5 o 4×4 casillas. Cuando sólo hay peones en un flanco, lo normal es que sólo se utilice la mitad del tablero, o incluso menos. La apreciación del valor de las piezas cambia sustancialmente en tales casos. Hay un ejemplo que arroja mucha luz sobre esas relaciones geométricas entre piezas y tablero: al aplazarse la partida Korchnoi-Germán (Interzonal de Estocolmo 1962), las blancas tenían dama por torre y caballo, pero el balance exacto de material era D+D+T vs D+T+T+C, con cuatro peones por bando. Comenta Korchnoi: «Durante el análisis descubrí algo notable: el tablero es, sencillamente, demasiado pequeño para las dos damas, que se entorpecen mutuamente…» La partida finalizó en tablas. Esto da lugar a una figura inédita, vislumbrada por otros, pero prácticamente descubierta por Soltis: la redundancia, que se opone a la coordinación (capítulo 4).
Cambios, problemas de cálculo, relaciones heterogéneas de material (pieza contra peones, torre contra pieza/s/ menor/es/, dama contra piezas), desequilibrios técnicos… Todo eso es tratado con mucha seriedad y sentido didáctico, con un trasfondo histórico de opiniones, que aportan perspectiva.
En cada apartado, el autor menciona datos estadísticos, acotaciones de estudiosos de las bases de datos. Estas referencias estadísticas se han puesto de moda en los libros de ajedrez y han pasado a ser una especie de nueva puntuación, una sintaxis complementaria. Decía el gran estadista Disraeli que había tres clases de mentiras: «las mentiras, las malditas mentiras y la estadística.» Cierto que la estadística es una forma de mentira, porque puede alejarnos de la esencia de las cosas. Pero también es una forma de verdad, porque nos impide ignorar la cruda realidad de los números.
Las cuestiones técnicas que el autor aborda (y a menudo resuelve) son numerosas y estimulantes, muy bien respaldadas por la correspondiente introducción teórica. El jugador competitivo encontrará en estas páginas (con cerca de 400 ejemplos) abundantes claves prácticas y asideros técnicos, que le ayudarán a encauzar sus decisiones ante el tablero. Debemos agradecer al GM Andrew Soltis esta lección verdaderamente magistral.
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