8. EL SIGLO XIX
86. STEINITZ
Wilhelm Steinitz (1836-1900), nacido en Praga, llegó de joven a Viena para estudiar en la Escuela Politécnica. Pronto comenzó a frecuentar los cafés de la capital austríaca, cuyo ambiente le deslumbraba, en particular el mundillo del ajedrez, donde pronto se hizo con un nombre. Viena era entonces uno de los grandes centros ajedrecísticos de Europa. A medida que su dedicación al ajedrez aumentaba, los estudios se iban difuminando. Acabó dejándolos, consiguió trabajo como periodista y, de paso, adquirió cierta arrogancia.
En 1862 ganó el Campeonato de Viena y ese mismo año participó en el torneo internacional de Londres, donde decidió establecerse como profesional del ajedrez. En los años siguientes disputó y ganó varios matches, siendo el más importante el que le enfrentó a uno de los más fuertes maestros de la época, Blackburne, al que aplastó por el apabullante tanteo de 7-1 y 2 tablas. Tres años después, su fama había alcanzado una altísima cotización en los círculos londinenses y varios organizadores pusieron en marcha un duelo con Anderssen que resultaría decisivo para su futuro. Steinitz venció al maestro de Breslau (8-6) y desde ese momento fue considerado el campeón mundial oficioso.
En la década de 1860 y principios de la de 1870, Steinitz todavía jugaba como la mayoría de los maestros de su tiempo: aparatosos ataques al rey, juego de gambito, abierto y sin precauciones. Pero se estaba gestando una revolución estratégica, cuyos principios y formulación el maestro checo había ido madurando con sus profundas reflexiones y con su propia experiencia ante el tablero. Además de una serie de experimentos en la apertura, la nueva teoría propugnaba el estudio de la estructura de peones. De pronto, adquirían vida detalles «anecdóticos» del juego sobre los que nadie se había parado a pensar: peones aislados, doblados, agujeros y debilidades permanentes, piezas sobrecargadas… Conceptos todos que más tarde influirían decisivamente sobre jugadores del más alto nivel, como Tarrasch, Lasker, Nimzovich y Capablanca. Pero no sólo eso. Steinitz afirmaba que no se debía atacar si la posición no era superior y que, en tal caso, era obligado hacerlo, so pena de dejar escapar las ventajas estratégicas. En general, lo que entonces se llamó Escuela Moderna (y que, con el tiempo, se rebautizaría como Clásica) preconizaba una racionalización de todos los aspectos del juego, dotándolo de una lógica cientifista.
Desde su columna en el diario londinense ‘The Field’, Steinitz analizó y comentó las partidas más notables de sus contemporáneos. Con dificultad, las nuevas ideas de Steinitz iban imponiéndose. Se declaró enemigo acérrimo de los gambitos y el juego de ataque en general, convirtiéndose en un brillante maestro de la defensa. En general, su aportación teórica fue mas sintética que analítica y nada hacía sospechar que alguien con una existencia tan bohemia pudiese condenar con tal convicción el aventurerismo en el tablero: nunca se debía incurrir en riesgos. Wilhelm Steinitz fue probablemente el primero en concebir y planificar la partida como un proceso que conduce, inevitablemente, a la fase final, excluyendo que pudiese decidirse la lucha en el medio juego y, mucho menos, en la apertura.
Sus triunfos de 1872 (torneo de Londres y match con Zukertort) confirman su superioridad. Al año siguiente empata en el primer puesto del torneo de Viena con Blackburne, superándolo en el desempate por 2-0, con lo que registra una impresionante serie de 16 victorias consecutivas. Aquí surge un lapso en el que apenas juega, excepción hecha de un nuevo encuentro con Blackburne, al que aplasta por 7-0. Pero toma una decisión importante: tras veinte años de residir en Inglaterra, emigra a Estados Unidos.
Una figura emergente comenzaba a hacerle sombra: Johannes Zukertort, también centroeuropeo. Lo había frenado, años atrás, con una aplastante victoria, pero el tiempo había ido pasando, y con su brillante triunfo en Londres (1883), Zukertort había arrastrado a una importante masa de aficionados, que reclamaban su derecho moral a un match con Steinitz por el máximo título. El encuentro se organiza en 1886 y un Steinitz con casi cincuenta años a sus espaldas resulta claro vencedor. Su triunfo lo debe a una estrategia superior y a su gran voluntad de vencer. Defendería luego su título en tres ocasiones (dos encuentros con Chigorin y uno con Gunsberg), conservándolo en los tres caso.
Por esa época desarrolló una gran actividad como jugador profesional, como periodista (escribía la columna de ajedrez del ‘New York Tribune’ y era editor de la revista ‘International Chess Magazine’, y como autor, escribiendo sus dos libros The Modern Chess Instructor y el del macrotorneo de Nueva York 1889, en el que comenta todas y cada una de las 432 partidas del evento. Además de estas actividades, disputaba encuentros, exhibiciones de simultáneas, participaba en la organización de torneos y empleaba gran parte de su tiempo viajando.
La llegada de Enmanuel Lasker acabaría con su supremacía, pues le arrebataría el título en 1894, ratificando su dominio un par de años más tarde en el match-revancha.
La última década del siglo fue un calvario para Steinitz, pues su salud se había deteriorado. Pero aún tendría tiempo, entre otros ramalazos de genio, para jugar una de las partidas más famosas de la historia del ajedrez: la que le ganaría a von Bardeleben en el torneo de Hastings (1895).
Un experto llegó a decir que las teorías de Steinitz tienen para el ajedrez la misma importancia que el descubrimiento del microscopio para la investigación científica.
Luchador nato, polemista y pensador profundo, al final de su vida su carácter fue agriándose ante las penurias económicas y de salud. Murió, en la miseria, en un hospital de Nueva York. Dicen que en sus delirios proclamaba: «A Dios puedo darle peón y salida de ventaja.» Tal vez no sea cierto. Lo que sí es cierto es que había desentrañado casi todos los secretos del ajedrez.
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Anonymous 10:17, julio 02, 2013
El hecho de que Steinitz tuviera que hacer las maletas para emigrar a EEUU no fue una decisión veleidosa: para compensar la vida azarosa e itinerante que tenía, quiso el maestro establecerse en Londres y permanecer allí, quizás hasta el fin de sus días – esto es pura especulación – ; la prueba más fehaciente de ello la representa el hecho de haber trabajado durante nueve años como columnista del «The Field», empero, su carácter problemático y las enemistades que se granjeó en la capital del Támesis culminaron con el cierre temporal de la columna hasta que su director la volvió a abrir para que en ella colaboraran Hoffer y Zukertort; la imposibilidad de encontrar ningún otro medio que lo empleara, compelió al campeón a emigrar a América. Saludos. Armando.