ajedrez, diciembre 22, 2010

TÉCNICA DE LA COMBINACIÓN DE MATE

Prólogo del libro TÉCNICA DE LA COMBINACIÓN DE MATE
(primer volumen de la ENCICLOPEDIA DE LA TÁCTICA)
A. Gude, Ediciones Tutor, 2003 (2ª ed.)

El ajedrez es imaginación.
DAVID BRONSTEIN

Considero la partida de ajedrez
un problema analítico que siempre
tiene solución.
ALEXANDER JALIFMAN

El dinamismo que caracteriza el ajedrez actual, el ajedrez que se ha jugado en la última década del siglo XX y que, según todos los indicios, va a seguir jugándose al comienzo del nuevo milenio, ha relegado la estrategia a un papel indefinible.
La estrategia, por supuesto, existe y su autoridad planea sobre toda la partida. Sin embargo, el concepto de la partida como una unidad en la que un plan estratégico podía ser trazado y aplicado a lo largo del juego está hoy superado por los acontecimientos. Pero no es una noticia. Porque desde los años cuarenta los mejores maestros del ajedrez soviético fueron introduciendo un mayor dinamismo en el juego, según el cual las compensaciones heterogéneas (mejor posición o iniciativa a cambio de material, posiciones asimétricas, etc.) constituyeron una tentativa eficaz para transformar la era estática imperante en las cuatro primeras décadas del siglo XX. Botvinnik encabezó esa tendencia y demostró su superioridad proclamándose campeón mundial en 1948. Pero fueron, sobre todo, Geller y Bronstein primero, y luego, en la generación de los sesenta, Spassky, Tal y Stein (con Fischer, por supuesto, en Norteamérica) los paladines más brillantes del movimiento. En la actualidad, Kasparov, sin duda el número uno del mundo, es el principal representante de una forma de jugar que mina, desde la apertura, el juego del rival, creando presión y complicaciones continuas y sus más destacados escoltas son Alexei Shirov y Alexander Morozevich.
Kasparov precisamente realizaba en Internet, a propósito de la confrontación (en mayo de 1999) entre la selección de Israel y el programa de juego Junior, unas reveladoras declaraciones: «La verdad es que no importa lo buena que sea la posición después de la apertura, no importan los errores posicionales que haya podido cometer la computadora en un inusual orden de jugadas: el destino de la partida se decidirá, la mayoría de las veces, en las complicaciones tácticas. Parece estar muy claro ahora que el factor táctico juega en la partida un papel mucho más importante de lo que antes creíamos.»
La estrategia se refiere a los grandes planes, a la visión global de la partida, al tantas veces mencionado qué hacer en contraste con el cómo hacerlo. Pero sucede que las acciones ultradinámicas del juego actual hacen que en plena apertura se busque torcer por todos los medios el previsible destino de la partida y ambos jugadores suelen enzarzarse en una lucha cuerpo a cuerpo que no podría ser más perfectamente identificable que como táctica en el pleno sentido del término.
Hoy en día, la estrategia puede comenzar incluso antes que la partida: el jugador prepara aperturas y variantes y trata de adecuarlas a su estilo de juego. Desde el momento que decide qué tipo de partida desea y se propone jugar, está de algún modo condicionando el transcurso invisible de la partida: llevar la lucha a un plano meramente posicional, a un terreno de juego complicado con posibilidades mutuas, ceder la iniciativa, apoderarse de ella a toda costa… Todas esas actitudes son más estratégicas que psicológicas, porque lo que decida a priori el jugador se traducirá en cierta medida sobre el desarrollo del juego, trasvasándose ideas y planes en función de la apertura y de la variante concreta elegidas.
¿Cuál es el objetivo de este libro? Hay, desde luego, un objetivo y muy preciso: la técnica de las combinaciones de mate, el mate, que es, por definición, el objetivo último de nuestro juego. Está claro que sería absurdo pretender reducir a modelos o temas típicos todas las combinaciones de ajedrez, cuando precisamente la combinatoria de partidas y jugadas de ajedrez es algo que tiende al infinito. Hace más de medio siglo que el matemático Kraichik nos informaba de que si la cantidad de átomos de que se compone el universo es del orden de 1070, el número de partidas posibles del ajedrez es de, aproximadamente, 10 120. Así pues, ¿quiénes somos los mortales para pretender reducir el ajedrez a modelos?
La tentativa por extraer las combinaciones temáticas y su reducción a modelos no es, sin embargo, una empresa insensata. Está claro que, al igual que el arquitecto o el pintor estudian (incluso con intensa dedicación y minuciosidad) los materiales básicos que emplearán en sus obras y que eso no coartará su capacidad creativa, sino que, por el contrario, le dará consistencia, no menos lícito es para los jugadores de ajedrez estudiar la materia prima con que operan: la capacidad de juego de las piezas, las tramas que pueden crear, las posibles estructuras típicas.
Voy a cometer el pecado de renunciar a la tercera persona («el autor considera», «cree el autor»), por estimar que crea una barrera retórica entre usted y yo. Así que, mea culpa, me arriesgaré a que alguien lo considere políticamente incorrecto.
Los temas combinativos, la táctica y el ataque han sido objeto de estudios valiosos, entre otros, los que han llevado a cabo autores como Bondarevsky, Vukovic, Voellmy, Tal (a propósito del ataque), Euwe, Pachman, sobre medio juego y táctica en general, o sobre combinaciones específicas, destacando sobre todo Richter (con diferencia, el mayor y más hábil divulgador de posiciones brillantes), Romanovsky, Kotov y Bronstein, con especial mención para la excepcional obra de Lisitsin Estrategia y táctica (y que, pese a su título, es un tratado exclusivo de táctica). También es justo reconocer la valía del autor argentino Roberto Grau, cuyo Tratado General de Ajedrez es obra que ha nutrido a generaciones de ajedrecistas latinos. Sin embargo, no creo que hasta ahora se hayan realizado tentativas por dilucidar y desmontar los mecanismos de mate, por llegar a su núcleo y mínima expresión, así como por reducir a modelos tanto las imágenes de mate como las combinaciones típicas. Al menos, no con los mínimos requerimientos de exigencia metodológica. Ese esfuerzo se ha realizado aquí, con mayor o menor acierto, y, teniendo en cuenta las dificultades que plantea un trabajo de investigación, por más tamizado y pulido que esté por el tiempo, apelo a una cierta benevolencia, porque los arcanos del ajedrez son tan difíciles de aprehender como de expresar. Toda clasificación somete a limitaciones y más en el tema que nos ocupa, pero la necesidad de sistematización de la obra exige ese esfuerzo por reducir y estructurar las combinaciones de mate, a fin de poder acercarnos con cierto sentido pragmático (¡odiosa palabra!) al estudio de las mismas.
Los ejemplos clásicos son imprescindibles, porque clásico es aquello que perdura por su excepcionalidad y excelencia. Sin embargo, me he preocupado especialmente por consignar en este libro los ejemplos más significativos de la segunda mitad del siglo XX y, en particular, de la última década, los años noventa, porque sólo así podrá el lector hacerse una idea clara del tipo de ajedrez y de posiciones que se juegan. En cualquier caso, todos (lectores y autor) debemos ser conscientes de que, puesto que el ajedrez es eterno, la mayoría de los temas y de las combinaciones se repiten, por más que en cada caso puedan tener determinadas particularidades, variaciones o algún que otro rasgo original.
Tampoco he querido limitarme a los ejemplos meramente esquemáticos, porque en la variedad y en la diversidad está la riqueza del juego y el lector debe aprender a valorar las variaciones sobre un tema, los matices, las ideas en suma que confluyen en el tablero: las que alejan una posibilidad hasta convertirla en imposibilidad y, sobre todo, aquellas que hacen posible que el bosquejo de una idea se convierta en un camino de juego real, creativo y eficaz.
Unas palabras sobre los conceptos talento e intuición. Usted, amable lector, no debe tener en cuenta ningún juicio negativo acerca de su capacidad de juego que eventualmente pueda salir del «experto» de turno de su círculo. Cuando era un niño de ocho o nueve años, al vigente campeón mundial de la FIDE, Alexander Jalifman, no lo admitieron en el Palacio de Pioneros de San Petersburgo, según él mismo confiesa, porque «carecía del suficiente talento». Esto, lejos de desanimarlo, fustigó sus resortes y sus energías y en el verano se dedicó a estudiar intensamente ajedrez. Tres meses después, volvió a solicitar su admisión en la sección de ajedrez y esta vez el examen reveló que ya «tenía el suficiente talento», algo que Jalifman cuenta con ironía y que me parece sitúa la perspectiva del dictamen talento en su justa medida. ¿En qué consiste ese don maravilloso que puede adquirir en tres meses un niño de ocho años? Naturalmente, cuando alguien le diga que tiene talento, también debe desconfiar. O mejor aún: debe huir de ese alguien como alma que lleva el diablo.
Los juicios de este tipo nos llevan a otro concepto querido por muchos maestros de ajedrez: la intuición. Si un jugador destacado tiene un acierto «incomprensible» en una posición difícil, a menudo se apresura a explicarlo diciendo que actuó movido por la «intuición». Porque la palabra intuición tiene muy buena prensa. Incluso en una actividad tan racional y especulativa como, por definición, el ajedrez. Sin embargo, intuición no pasa de ser un concepto poco menos que místico. «Percepción clara, instantánea, de una idea o una verdad, tal como si se tuviera a la vista, y sin que hagan falta razonamientos para ello.» (Fam) «Facultad para comprender las cosas al primer golpe de vista, o darse cuenta de ellas cuando aún no son evidentes para todos.» No hay que ser muy listo para comprender que el tipo intuitivo es alguien maravilloso. ¡Comprender las cosas al primer golpe de vista! Contra eso, ¿qué pueden oponer la razón y el estudio? Cuando Kasparov (o Karpov, o Anand, o quien sea) dice que realizó tal y cual movimiento «por pura intuición» ¿debemos creer que sus conocimientos ajedrecísticos han surgido de la nada, por generación espontánea? ¿O deberemos recordar las decenas de miles de horas que le ha dedicado al estudio y práctica del ajedrez? Sin embargo, esta magnífica intuición no impide (a los jugadores que la poseen en más alto grado) cometer graves errores, en cuyo caso nunca se nos explican sobre la base de la intuición. Debemos concluir, por tanto, que la intuición sólo es una plataforma de lanzamiento para las grandes jugadas, pero que no nos preserva de cometer auténticas pifias. La ingenuidad es un grave inconveniente para vivir, y explicar una jugada (o una serie de jugadas) sobre bases tan etéreas o ciberespaciales como la intuición, es como atribuir las cosechas o el flujo de las mareas a vaivenes del azar.
Tratar de abordar (y descubrir) los misterios del ajedrez es asunto difícil y peligroso, porque los misterios del ajedrez son arcanos que sólo unos pocos maestros conocen y han podido expresar a través de sus partidas, y pretender explicar tales misterios supone que tales misterios te han sido revelados y que, por tanto, puedes a tu vez revelarlos. Pero si abandonamos por un momento el territorio de la magia, la adoración y la hechicería, entonces estaremos en condiciones de poder discernir que cosas como, por ejemplo, los mecanismos de mate y las combinaciones típicas pueden ser desmontados en sus elementos y explicados con cierto nivel de coherencia al jugador de a pie, que es un ser inteligente y apasionado por el ajedrez y que tiene «talento» e «intuición» al menos en la misma medida que quienes se los atribuyen como una iluminación de no se sabe qué guerra de las galaxias. Me refiero, naturalmente, a su inteligencia, a su capacidad analítica y de estudio, a su interés, a su fuerza de voluntad y a su espíritu de lucha. Esas sí son cualidades admirablemente terrenales y, sin embargo, envidiadas por los dioses, si es que los dioses juegan al ajedrez.
Imaginación, sí. Fantasía, toda la del mundo. No a conceptos tan veleidosos y etéreos como intuición y talento, que relevan de la filosofía idealista. Sí, por último, a la inteligencia, cuyo ejercicio sigue siendo un valor a toda prueba, de altísima cotización, y que, cultivada por el hábito del estudio y el análisis autocrítico, además de una activa práctica ante el tablero, garantiza todo tipo de éxitos en ajedrez.
Si usted le dedica el tiempo suficiente al estudio de la estrategia y de la táctica, aprenderá sobre ajedrez infinitamente más que si se limita a seguir el papanatismo generalizado de los devoradores de novedades teóricas, empeñados en almacenar datos y sutilezas de improbable aplicación práctica: esos estudios son una tarea colosal, lamentablemente dilapidada porque se pierde en su propia y fútil inmensidad.
A pesar de su considerable volumen, este libro contiene pocas palabras, escaso texto teórico, pero, en cambio, puede ofrecerlo, por qué no decirlo, muchas magníficas combinaciones y muchísimas jugadas maravillosasm, la mejor producción de los mejores artistas de nuestro juego. Estamos hablando de arte mayor, puesto que, al decir de muchos, las combinaciones son la quintaesencia del ajedrez. Espero que disfrute con ellas y les saque provecho, porque no me cabe duda de que su capacidad táctica alcanzará un muy alto nivel tras la lectura del libro. Si descubre usted errores o puede aportar referencias más precisas sobre determinadas posiciones del texto, sus aportaciones serán más que bienvenidas.
Unas últimas palabras acerca del efecto interactivo que, desde hace algunos años, sacude a la sociedad y seduce a los didactas, instituciones y medios de comunicación. En esta época de rabiosa interactividad, me gustaría recordar que, hasta la fecha, la humanidad no ha inventado nada más interactivo que el libro. Desde ese fascinante objeto y alimento mental que es un libro, el autor reclama la atención del lector y, una vez conseguida (puesto que lo está leyendo), apela a todos sus recursos intelectuales y emocionales para retenerla y captar su complicidad. De esa dialéctica entre el texto y la posible complicidad del lector nace una empatía que todo autor pretende dure hasta ¡por lo menos! la última palabra del libro. ¿Hay algo más interactivo?
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