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El citado Lasker, por ejemplo, para ilustrar su teoría de la planificación, publica en su Manual de ajedrez doce ejemplos, de los cuales los tres primeros son finales (con un máximo de seis piezas), donde, naturalmente, trazar un plan es perfectamente posible.
El cuarto caso (página 191 del libro citado) es la siguiente posición:
Forgács-Spielmann
San Petersburgo 1909
(después de 21 … Re8-e7)
Comentario de Lasker: «Las blancas planean quitar de enmedio a los peones que obstaculizan a las piezas, y penetrar en el campamento negro con la artillería pesada.» En otras palabras, abrir líneas para explotar la situación comprometida del rey contrario, puesto que las piezas blancas tienen clara superioridad espacial y en desarrollo.
La idea, por supuesto, es correcta, pero ¿puede llamarse a eso un plan?
A igualdad material, las blancas tienen una gran ventaja posicional, pues dominan la única columna abierta del tablero, el rey negro está desenrocado, y torre (a8) y alfil (c8) aún no se han desarrollado. En consecuencia, pocas dudas pueden caber de que las negras están prácticamente perdidas. En la partida se jugó 22 f4, y después de 22 … Ad7 23 f5 exf5 24 Axc4 Tg4 25 Te1+ Ae6 26 Dh1 Rd6 27 Th7 Dg8 28 Ab3 Te4 29 Txb7 Tc8 30 Df1 Tc6 31 Txe4, las negras abandonaron.
Líbreme Dios de criticar a todo un campeón como Lasker. Pero si esa es la formulación de un plan, entonces planificar en ajedrez es la cosa más sencilla del mundo. Sin embargo, en la realidad dista mucho de ser así.
En una partida de torneo, el plan que un jugador se traza, por bien fundado y diseñado que esté, se enfrenta a contraplanes y numerosos accidentes de ruta, de modo que en la práctica se trata de tomar decisiones estratégicas, más o menos importantes, como:
- Atacar al rey contrario
- Reforzar los puntos débiles propios
- Atacar las debilidades enemigas
- Lanzar un ataque posicional en tal sector
- Explotar los accidentes posicionales (pieza fuera de juego, crear puestos avanzados, etc.)
Una vez tomada esa decisión, habrá que supeditarla a un andamiaje de planes tácticos, susceptibles de ser corregidos sobre la marcha, porque, créame, es muy posible que a su oponente no le guste el plan que ha elegido y se esfuerce, con uñas y dientes, en aguarle la fiesta.
Volvamos a la gestación del ataque.
Steinitz fue el primero en hablar de las pequeñas ventajas y de su acumulación, distinguiendo las pequeñas ventajas (no duraderas) derivadas de una mejor posición de piezas, de las perdurables, como peón aislado enemigo, mayoría de peones en el flanco alejado de los reyes, debilitamiento de la cadena de peones contrarios, puesto avanzado y dominio de las columnas abiertas. Preconizaba evitar la creación de debilidades en la posición propia y su creación en la del contrario, la ocupación del centro con peones, y también la centralización de piezas.
¿Qué opinaba Steinitz del ataque?
Sólo tras perturbar el equilibrio de la posición, de modo que un jugador obtenga una ventaja no compensada, puede este jugador atacar con intención de ganar.
Más adelante, el primer campeón mundial precisa que (el jugador que posea tal ventaja) debe atacar, so pena de perder la ventaja adquirida.
Lasker, el más convencido alumno de Steinitz (con el permiso de Tarrasch) y su más fiel divulgador, complementaba esa idea con lo que él llamaba principio de ataque, definido así:
En el ajedrez el precepto ético significa lo siguiente: buscar el modo de transformar la ventaja, si se posee, en algo concreto; creer en la existencia de ese medio, y descubrirlo; y si se ha buscado en vano cien veces, continúe buscándolo. Puede ser que la ventaja que piensa obtener sea sólo una ilusión; puede que le engañe su valoración: de ser así, póngala a prueba y mejórela.
Como corolario, del principio de ataque, Lasker habla también del principio de defensa, según el cual quien está en desventaja debe estar dispuesto a defenderse.
No vamos a hacer aquí una disertación acerca del ataque como concepto, en la historia del ajedrez, porque éste es un tratado eminentemente práctico. Así que recalcaremos el valor de las decisiones estratégicas concretas (que podemos llamar planes, aun siendo conscientes de su limitación), y de su aplicación al tablero, siguiend las pautas del ajedrez dinámico que hoy se juega. Sin embargo, algunas visiones nos permitirán transmitir la idea general vigente. Dice, por ejemplo, el GM Gufeld:
Por regla general, la partida que termina con un ataque victorioso se puede dividir en tres fases:
- 1. Desarrollo de las piezas y lucha por la iniciativa
- 2. Dominio y desarrollo de la iniciativa
- 3. Ataque a la posición del rey
Naturalmente, estas tres fases se encuentran cuando el adversario no comete serios errores. Al crear amenazas, el bando activo se apodera de la iniciativa que, por cierto, se puede perder en cualquier momento. Sin amenazas, la iniciativa se agota.
John Nunn, un prestigioso gran maestro y autor de numerosos libros sobre ajedrez, considera en Comprender ajedrez, jugada a jugada, que el ataque es un concepto amplio y difícil de precisar, y que habría que reducir su campo a temas más específicos, como ataques al rey, ataques de minorías, etc. Sin embargo, en el capítulo 2 del libro citado, dice que «hablaremos de ataque en el sentido de acción agresiva con metas concretas, basadas normalmente en amenazas claras y rápidas.»
El citado autor añade que «para que un ataque sea lanzado con posibilidades de éxito, al menos algunos elementos de la posición deben favorecer al bando atacante. La naturaleza de estas condiciones previas puede variar, pero ejemplos son: más y mejores piezas activas, mejor control central, ventaja en desarrollo, debilidades en la posición contraria y un rey enemigo expuesto. No todos estos elementos son necesarios a la vez, pero es muy poco probable que un ataque tenga éxito a menos que algunos de ellos estén presentes.»
Por nuestra parte, en las secciones siguientes trataremos dos temas muy importantes: análisis y cálculo, y el sacrificio posicional, para zambullirnos a continuación en el estudio teórico y práctico de las partidas de ataque.
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Del libro EL ATAQUE EN AJEDREZ, A. Gude, E. Tutor, 2006, pp. 11-19.
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