
Todos sabemos que ignorar un problema no contribuye a su solución.
En el ajedrez actual, y pese a lo que se diga, las trampas (sobre todo el ‘cheating’ tecnológico) están creciendo a pasos agigantados, y que nadie nos pida pruebas porque es del dominio público y el jugador bastante tiene con ocuparse de su partida, mientras lo atenaza la sospecha de que su rival de turno podría estar jugándole una mala pasada.
Recuerdo que ya hace años Miguel Illescas declaró públicamente en una entrevista que le preocupaban bastante más las trampas tecnológicas que aquella tontería de los controles de orina, establecido en su momento, para detectar posibles sustancias tóxicas o drogas que estimulasen el rendimiento del jugador. Tan irritantes como absurdos y que dieron lugar a incidentes indeseables.
A pesar de los numerosos casos de ‘cheating’ tecnológico que han ido surgiendo en los últimos años, y que están dando lugar a una generación de virtuales tramposos, lo que más me sorprende es que nadie parece tomar conciencia aún de la verdadera dimensión de este problema, si exceptuamos algunos grupos en redes sociales y determinados expertos, como Arthur Kogan y algunos otros. Nadie, repito, parece estar suficientemente sensibilizado al problema. Veamos:
1. La FIDE no ha hecho ni hace nada, aparte de algunas normativas o comunicados vagos, que no contienen en sí mismos elementos suficientes de actuación o no son lo bastante eficaces para controlar el problema.
2. Los organizadores de torneos no hacen nada no sólo por evitar las trampas, sino ni siquiera para tranquilizar a los jugadores de que pueden contar con el imprescindible ‘fairplay’.
3. Los jugadores profesionales parecen indiferentes al tema, sobre todo los de élite, como dando por supuesto que a ellos no les incumbe. Sin embargo, no es así. Recordemos, por ejemplo, el caso de los jugadores franceses en la Olimpiada, con Sébastien Feller a la cabeza. Impunidad total.
4. Los árbitros no hacen nada. Sé que hay notables excepciones y a este grupo de grandes profesionales les pido excusas por incluirse implícitamente en esta generalización de la comunidad arbitral. Desde hace décadas, sobre todo por la proliferación de torneos por sistema suizo, los árbitros deben procesar cantidades ingentes de información y por ese papeleo técnico nada fácil ni obvio (por más ayuda que reciban de los programas informáticos) cuentan con mi admiración. Pero esa es su segunda función. En la primera (actuar durante el transcurso del juego) siguen siendo inoperantes, y no sólo en el control de las posibles trampas o tramposos, sino incluso en las consultas técnicas, donde suelen patinar por escasez de conocimientos. La inhibición de los árbitros de ajedrez es una notoria característica que prevalece hoy día. Sin embargo, a veces, un garabato en la planilla (Wesley So en Saint Louis) puede inducir al árbitro de turno a darle la partida por perdida. Una auténtica barbaridad.
¿Qué puede hacerse ante este estado de cosas?
(a) La FIDE y las federaciones nacionales deberían emitir comunicados estrictos para controlar las trampas y exigir a los organizadores de torneos bajo sus auspicios que cumplan determinadas garantías para tranquilidad de los participantes.
(b) Los organizadores (por iniciativa propia y por los medios que sea necesarios) no deberían permitir que ningún jugador abandone veinte veces (por decir un número) la sala de juego, y no sólo controlar los baños o dependencias contiguas, sino impedir la desaparición física de un jugador de la sala de juego (como es sabido, la sala de juego de muchos torneos es en un hotel, donde se hospedan muchos jugadores, lo que significa que el eventual tramposo podría ir a su habitación y servirse impunemente de sus chismes).
(c) Los árbitros y el director del torneo deberían escuchar e investigar cada reclamación o sospecha por parte de cualquier participante. Cierto que eso puede crear una atmósfera de paranoia, pero los responsables de haberla creado son quienes ejecutan las trampas y quienes las permiten, no aquellos que se sienten víctimas. No puede exigirse a nadie que presente pruebas a priori, porque el jugador no está en condiciones de convertirse en detective.
(d) Los sensores o detectores no son suficientes, porque cabe imaginar que, dada la actual sofisticación de estos genios del ‘cheating’, a estas horas ya habrán encontrado antídotos para esos controles.
En resumidas cuentas, creo que es imprescindible una enérgica actuación y determinación en este tema, no sólo estableciendo directrices recomendables, sino exigiendo a quienes organicen torneos que se suponen serios garantías suficientes para poder jugar al ajedrez en condiciones de igualdad y justicia. Y la única forma de empezar a poner los medios para luchar contra esta plaga, contra este auténtico cáncer, es la obligada sensibilización de todas las partes implicadas y un esfuerzo colectivo por erradicarla.
WilliamWaks 19:05, junio 14, 2015
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Legendario.
alex arzaba 22:54, junio 05, 2015
Los Clubes no deben sesionar solo para cuotas de recuperación, sino lo que Ud promueve, de ahí a las Federaciones
agude 10:54, junio 06, 2015
Alex, no entiendo muy bien lo que quieres decir. ¿Puedes explicarlo?