ajedrez, enero 19, 2017

Un prólogo para Bobby Fischer

Un prólogo para Bobby Fischer

El siguiente texto fue un miniprólogo incorporado al tercer volumen de la serie Bobby Fischer 1968-1992, publicada por Ediciones Eseuve en 1993.

Soy el mejor jugador del mundo y estoy aquí para demostrarlo.

Las palabras de la cita, pronunciadas en Buenos Aires en 1971, en vísperas de su match con Petrosian, parecen seguir reflejando, dos décadas después, la profunda convicción con que Bobby Fischer afronta todas sus luchas ante el damasquinado.

Con la entrada en escena de Fischer, el ajedrez comenzó a ganar la batalla de la realidad. “Un hombre providencial”, como diría Matanovic. Si a partir de los felices años veinte nuestro juego dejaba de estar monopolizado por los estratos sociales decadentes, su verdadera popularización sólo se hizo tangible con los éxitos de un muchacho de Brooklyn, distante e introvertido, cada uno de cuyos gestos hacía historia a su paso.

Tras su retirada del Interzonal de Sousse (1967), Fischer fue severamente criticado por algunos sectores del mundo del ajedrez, pero también comprendido por muchos otros. Al Horowitz, en The New York Times, reflejó el sentir de la mayoría: “Creemos que (Fischer) es el mejor del mundo, que nunca ha habido nadie con su capacidad de juego y, por lo tanto, sólo podemos desear que vuelva a la competición.” La oportunidad se le presenta en el Interzonal de Mallorca, con todos los ojos de la afición mundial puestos en él. Su victoria es tan contundente que sólo el propio Fischer, con una desarmante franqueza, la cuestiona: “Estoy satisfecho con el resultado, pero no con mi juego.” Hacía poco que había derrotado claramente a Petrosian (3-1) en el Match del Siglo, ganando luego el Mundial oficioso de Blitz, con 4,5 puntos de ventaja sobre Tal y delante de grandes especialistas de la modalidad. Un año dorado que Kashdan resumiría así: “Los éxitos de Fischer en 1970 fueron los mayores jamás conseguidos por un ajedrecista de nuestra era.” Pero aún faltaban las demostraciones a costa de Taimanov y Larsen.

Cuando se aproximaba el match con Taimanov, el Comité de Deportes de la URSS convocó diversas reuniones de expertos para definir el plan de acción. En ellas, con los habituales eufemismos y la mención de los supuestos puntos flojos de Fischer, contrasta la demoledora sinceridad de Spassky: “Lo único que puedo decir es que no debemos decirle a Taimanov la verdad acerca de la auténtica fuerza de Fischer.”

En los dos matches se producen enfrentamientos muy duros en las primeras partidas, pero pronto se quiebra la resistencia de ambos grandes maestros ante las ricas armas psicológicas y técnicas que esgrime Fischer. Sovietski Sport lleva la derrota de Larsen a su primera plana, con una dolorosa constatación: “¡Se ha producido un milagro!”. El GM Robert Byrne escribe en la prensa: “No puedo explicarme cómo un gigante del tablero como Larsen puede perder seis partidas consecutivas.”

El 31 de agosto de 1972 se aplaza la 21ª partida de Reykjavik. El 1º de setiembre Spassky declara a un periodista: “Bobby es el nuevo campeón. Ahora quiero pasear y respirar aire fresco.” El estado de perplejidad en que se sumió el ajedrez soviético lo resume el GM Yuri Averbaj: “Habíamos perdido el título mundial y nos sentíamos desconcertados.”

En un 1º de setiembre se inicia también el match-revancha del Mundial cismático. Es 1992 y Fischer parece querer abolir el tiempo. A su término, las cifras del encuentro arrojan una curiosa armonía: treinta partidas, quince con definición. Diez victorias de Fischer, cinco de Spassky. “Hombre invisible”, “La Leyenda”, “Genio de Pasadena”, los medios de comunicación corean el retorno del ajedrecista más admirado de la historia. Otros pretenden pergeñar la imposible semblanza de Robert James Fischer. El misterio de esos veinte años, caso insólito, no ha sido bastante para olvidar al campeón. El público devora sus partidas y espera ansiosamente sus nuevas actuaciones. Nadie sabe qué pasará con Fischer. Pero el mito, en cualquier caso, no pasará.

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