Las blancas lanzaron sus peones en el flanco de rey, abrieron la columna de torre y, sin prestar demasiada atención a las temáticas reacciones centrales de su rival, llevaron sin miramientos su dama a la autopista fatídica (con la descarada maniobra rectilínea Dd1-d3-g3-h4), y, sacrificándola brillantemente en g6 dieron mate al rey negro. Una humillante miniatura para el experimentado ajedrecista.
Siguió:
16 Dxg6+!! Rxg6 17 Ah5+ Rh7 18 Af7+ Ah6 19 g6+ Rg7
Si 19 … Rh8, 20 Txh6+ Rg7 21 Th7++.
20 Axh6+
Las negras se rindieron.
Si 20 … Rh8, 21 Axf8+ y mate a la siguiente.
La sorpresa era mayúscula. A las preguntas de rigor de compañeros de equipo y periodistas, el gran maestro, aún desconcertado y abatido, tiene, no obstante, la suficiente presencia de ánimo para decir: «Bueno, supongo que cuando organicen un torneo internacional en Pekín, yo seré el primer invitado.»
Ese Jan Hein Donner no era el rey, majestad simbólica que le otorgaron sus amigos Tim Krabbé y Max Pam, al titular así un libro con sus mejores artículos y reflexiones. Si acaso, era entonces un rey de capa caída, casi destronado. No estaba ya en su mejor momento, pero la partida con Liu Wenche no deja de ser un accidente de ruta. pura anécdota. Sería su última Olimpiada, la duodécima muesca en su revólver, desde 1950.
¿Pero era «realmente» un rey? Su nombre completo sin duda es majestuoso y Johannes Hendrikus I podría pasar por «real». En cierto modo, lo era: ¿quién, si no, era el rey del ajedrez en Holanda, después de Euwe? Su imponente estatura (cerca de dos metros), su desdén elegante, su ironía, su alto nivel cultural y desenvoltura, la mala compañía permanente de los cigarrillos Chestefield… En 1954 fue el primer jugador que consiguió ganar el Campeonato de Holanda, participando Euwe. Luego volvería a ganarlo en 1957 y 1958.
Donner consiguió el título de gran maestro en 1959. Entonces sólo había 57 en el mundo, 20 de los cuales eran soviéticos, y sólo 8 europeos occidentales.
En el plano internacional no es que destaque especialmente, aunque algunos resultados suyos bien los querría para sí más de uno. Por ejemplo: primer puesto (compartido con Euwe) en Beverwijk, 1958 (antecedente de Wijk aan Zee); primeros puestos en solitario en Reykjavik 1963 (delante de Bronstein), Ámsterdam 1965 y Venecia 1967 (delante de Petrosian). Escribió entonces: «Ganar un torneo por pura suerte reporta mayor satisfacción que ganar merecidamente y con un juego correcto.»
En 1966 fue invitado al gran torneo Piatigorsky de Santa Mónica, y aunque tuvo el dudoso honor de concluirlo como farolillo rojo, el solo hecho de luchar con los Spassky, Fischer, Larsen, Petrosian y demás significaba encontrarse entre los mejores. En 1970 participó en el cuadrangular de Leiden, que ganó Spassky. Pero él fue segundo, superando a Botvinnik y Larsen.
Del amor inequívoco que Donner sentía por el ajedrez da fe esta declaración de principios: «Me gustan todas las posiciones. Denme una difícil partida posicional y la jugaré. Denme una mala posición y la defenderé. Aperturas, medios juegos, finales, posiciones complicadas y mortecinas, posiciones de tablas: todas me gustan y me enfrentaré a ellas con mis mejores esfuerzos. Pero las posiciones totalmente ganadas no las soporto.»
Su lengua era temible, por su mordacidad. Pero peor (o mejor, según se mire) era aún su pluma. Porque, además de jugar al ajedrez, Donner escribía sobre ajedrez y los ajedrecistas. ¡Y vaya sí sabía hacerlo! Su estilo irónico, mordaz, vitriólico incluso, no se basaba sólo en la burla o en un instinto paródico natural: era certero y agudo, ingenioso y sagaz. Revelaba una fuerte y original personalidad.
¿Alguien recuerda la fecha exacta en que aprendió a jugar al ajedrez? Donner, lamentablemente, sí la recordaba: el 22 de agosto de 1941. Un día feliz y, a la vez, nefasto. Un profesor les había enseñado a él y sus compañeros las reglas del ajedrez, descubrimiento que marcaría su vida y que convertiría en su profesión. Pero ese mismo día, al regresar a casa, se encontró con la dramática sorpresa de que su padre, un prestigioso juez, miembro del Consejo Supremo, había sido detenido por los nazis y deportado a Alemania.
¡Qué carácter, Majestad!
En 1965, Lodewijk Prins tuvo la desgracia de ganar el Campeonato de Holanda. Y digo desgracia porque pocas veces habrá sido nadie tan denostado por ganar un campeonato nacional o cualquier otro torneo.
Donner se ensañó con él. Primero se lamentó públicamente de que el campeonato se hubiese celebrado en fechas coincidentes con el Memorial Capablanca (lo que le había privado de participar, puesto que se había comprometido un año antes con los cubanos). Luego atacó a Prins irónicamente. Después, sin ironía: un ataque frontal, sin la menor ambigüedad. Toda una serie de artículos implacables que provocaron la airada reacción de muchos lectores. El 15 de diciembre Donner contesta así en su columna a algunas de esas cartas:
Sr. A.S., de B.: Su impresión de que envidio a Lodewijk Prins por haber ganado el Campeonato de Holanda es correcta: lo envidio.
Sr. W.P., de L.: Lo ha adivinado. Estaba furioso y sigo estándolo.
Sr. S.T., de H.: También usted ha leído bien. Estoy poseído por la envidia.
Sr. M.K.B., de A.: Gracias. ¿Así que estoy en un pedestal? ¡Y no me había enterado hasta ahora!
Sin embargo, también fue reprendido por Euwe en carta abierta. Y eso requería una respuesta más problemática, toda vez que Euwe era uno de los escasos maestros que Donner respetaba muy sinceramente, y a quien siempre había tratado con deferencia e incluso con afecto. El artículo de Euwe se titulaba La reacción de Donner es incomprensible, y su principal argumento era: «Lodewijk Prins ha estado, durante años, entre los jugadores más prominentes de Holanda y lo sorprendente es que no haya conseguido antes el título de campeón.»
Ante argumento tan sencillo e inobjetable, la réplica era difícil. ¿Difícil? Veamos qué respondió Donner:
«No es cierto, grand maître, (Prins) no tiene ni idea. Es el peor jugador del mundo. En un match a diez partidas puedo darle cuatro puntos de ventaja.»
Y en el mismo artículo remacha, dirigiéndose directamente al interesado:
«Querido Lodewijk:
Tú no tienes la culpa de haberte proclamado campeón de Holanda. Dicen que he sido injusto contigo. Has ganado el título y te felicito. Pero creo sinceramente que no sabes distinguir un alfil de un caballo y estoy dispuesto a demostrarlo.
Te desafío a un match, cuyas condiciones puedes establecer tú mismo.»
¿Es necesario decir que Prins no aceptó el desafío?
(continuará)
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