ajedrez, junio 6, 2024

VLADIMIR NABOKOV, EL MALABARISTA DEL ESTILO

VLADIMIR NABOKOV

 

El malabarista del estilo

 

 

 

La aristocrática familia de Vladimir Nabokov (1899-1977) dejó San Petersburgo después de la Revolución de 1917, instalándose primero en Berlín, donde su padre sería asesinado por un rival político, y luego en Cambridge, donde Vladimir estudió literatura y, finalmente, en París.

Mientras vivió en Berlín y Cambridge, el principal objetivo del escritor fue preservar a toda costa, de forma incluso obsesiva y patológica, el dominio de su lengua materna, que temía ver afectado por la práctica de las nuevas lenguas, de ahí que nunca llegase a dominar ni estudiar en profundidad el alemán.

En 1940 Nabokov emigró a Estados Unidos, donde dio clases en la Universidad de Cornell, unos cursos sobre literatura rusa y europea, que fueron muy apreciados y posteriormente publicados en varios idiomas.

En su obra el ajedrez hace acto de presencia recurrente en casi todos sus libros. Además de su cuarta novela, La Defensa Luzhin (véase reseña en el capítulo 2), donde el juego rey es sujeto y objeto del libro, hay numerosas referencias en otros títulos.

En Rey, dama, valet[1]  (1928), que el editor describió como “una sátira en la que un jovencito miope, provinciano, mojigato y desprovisto de sentido del humor, irrumpe en el frío paraíso de un matrimonio de nuevos ricos berlineses. La esposa seduce al recién llegado y le convierte en su amante. Poco después le convence para intentar eliminar al marido”.

He aquí los fragmentos en que interviene el ajedrez:

 

Lo mejor iba a ser no moverse, no pensar, seguir sentado, escuchar los lejanos cláxones de los automóviles, mirar el cielo azul, un remoto balcón donde lucía una lámpara de tulipa anaranjada y dos seres inocentes y despreocupados jugaban al ajedrez, inclinados sobre el brillante oasis de su mesa feliz.

(…)

En el balcón remoto ya habían dejado de jugar al ajedrez hacía tiempo.

(…)

Los dos muchachos que había conocido ayer estaban sentados en un banco, jugando al ajedrez. Los dos tenían las piernas cruzadas. White tenía la mano metida en la rodilla de la pierna izquierda y la pantorrilla de la otra pierna y balanceaba ligeramente el pie derecho. Black tenía los brazos cruzados contra el pecho. Los dos levantaron la vista del tablero para saludar a Dreyer, que se paró un momento con ellos y advirtió jovialmente a White que el caballo de Black se estaba preparando para atacar al rey y a la reina de White con un jaque doble. Martha, que era muy aficionada a las apuestas, pero las encontraba poco serias, le había pedido que no hablase a nadie de su pequeña cita en Punta de la Roca, de modo que no dijo nada y siguió su camino.

−Viejo idiota –murmuró Black, cuya situación era desesperada.

 

Obsérvese que, en uno de sus pases habituales, el autor llama a los jugadores “Blanco” y “Negro”, encarnando así las piezas con que cada uno de ellos juega.

La dádiva[2] (1937) es, en palabras del autor, “mi mejor novela rusa”. Trata de la formación de un joven escritor en el Berlín de entreguerras, pero ni él ni Zina, la joven de quien está enamorado, son los protagonistas de la novela, honor que corresponde a la literatura rusa. El autor esgrime uno de sus firmes postulados literarios: sólo la creatividad es lo que engrandece una obra. También recrea el ambiente de los rusos emigrados y, en particular, se extiende ampliamente sobre una de las actividades más queridas de Nabokov: la composición de problemas de ajedrez.

 

Componer problemas de ajedrez no suponía ser necesariamente un buen jugador. Fiodor jugaba de manera mediocre y de mala gana. Le fatigaba y enfurecía la disonancia entre la falta de nervio de su mente en el proceso de la competición y la hipotética brillantez a que aspiraba. Para él, la construcción de un problema difería del juego casi del mismo modo que un soneto versificado difiere de las polémicas de los publicistas. La composición de uno de estos problemas se iniciaba lejos del tablero (como la composición del verso empieza lejos del papel), con el cuerpo en posición horizontal sobre el sofá (es decir, cuando el cuerpo se convierte en una distante línea azul oscuro: su propio horizonte), y de pronto, gracias a un impulso interno que no se distinguía de la inspiración poética, vislumbraba un extraño método para encarnar esta o aquella refinada idea para un problema (por ejemplo, la combinación de dos temas, el indio y el Bristol –o algo completamente nuevo). Durante un rato se recreaba con los ojos cerrados en la pureza abstracta de un plan sólo realizado en el ojo de su mente; entonces abría con premura su tablero de tafilete y la caja de pesadas piezas, las colocaba de cualquier modo, al azar, e inmediatamente se ponía de manifiesto que la idea surgida con tanta pureza en su cerebro exigiría, sobre el tablero –a fin de liberarla de su gruesa y talluda cáscara− inconcebibles esfuerzos, un máximo de tensión mental, infinitos intentos e inquietudes y, sobre todo, ese ingenio constante con el cual, en el sentido del ajedrez, se construye la verdad.

 

No sería lógico, por su extensión, incluir la totalidad del texto relacionado con la problemística, pero no está de más citar un párrafo en el que ironiza sobre Chernishevski[3] y otros intelectuales de la época:

 

Otro Kostomarov, profesor éste, dice en alguna parte que Chernishevski era un excelente jugador de ajedrez. En realidad, ni Kostomarov ni Chernshevski sabían mucho de este juego. Es cierto que Nikolai Gavrilovich compró un ajedrez en su juventud, intentó incluso estudiar un manual, logró aprender más o menos los movimientos de las piezas y se ocupó de ello durante bastante tiempo (ocupación que anotó muy detalladamente); al final, cansado de este inútil pasatiempo, regaló ajedrez y manual a un amigo. Quince años después (al recordar que Lessing había conocido a Mendelssohn ante un tablero) fundó el club de ajedrez en San Petersburgo, que se inauguró en enero de 1862, existió hasta finales de la primavera, se desintegraba gradualmente y hubiera desaparecido por sí mismo de no haber sido cerrado en relación con “los incendios de San Petersburgo”. Se trataba simplemente de un círculo literario y político situado en la llamada Casa Ruadze. Chernishevski llegaba y se sentaba ante una mesa, la golpeaba con una torre (que él llamaba “castillo”) y relataba anécdotas inocuas.

 

Su dominio de idiomas le permitía a Nabokov la autotraducción, es decir, la conversión de sus propios libros a otros idiomas, tarea en la que, con el tiempo, le ayudaría su hijo Dmitri.

En La verdadera vida de Sebastian Knight [4] (1941), su primera novela escrita en lengua inglesa (y aquí procede recordar que, según el propio Nabokov en Habla, memoria, había aprendido a leer en inglés antes que en ruso), al decir de uno de sus prologuistas[5], “…esta quest llena de espejos que reflejan a espejos, en la que al final acabamos entendiendo que lo que se buscaba no era establecer la travesía de un escritor ruso que escribió sus novelas en inglés y fue un maestro del escapismo, sino la de la conciencia de un desconocido íntimo que opone a la certidumbre de la muerte la, quizá, ficticia y soberbia certidumbre de que perduramos en otras voces, de que nuestra voz se prolonga más allá de nosotros si consigue sembrarse de los otros”.

Para empezar, y con su habitual juego con los nombres propios, hay que señalar que asigna apellidos ajedrecísticos tanto al protagonista, Knight (caballero, pero también caballo de ajedrez), como a su amada, Bishop (obispo, pero también alfil).

He aquí algunas referencias:

 

Recuerdo confusamente que los versos eran románticos, llenos de rosas oscuras y estrellas y llamadas del mar; pero un detalle se destaca nítido en mi memoria: al pie de cada poema, la firma era un caballo negro de ajedrez, dibujado con tinta china.

(…)

La puerta a que llamé fue abierta por un hombre alto y flaco, de cabeza temblorosa,en mangas de camisa y con un botón de metal en la camisa sin cuello. Tenía en la mano una pieza de ajedrez: un caballo negro. Lo saludé en ruso.

(…)

Me introdujo en un cuarto modesto: una máquina de coser en un rincón y un vago olor a ropa flotando en el aire. Un hombre fornido estaba sentado de lado a una mesa, sobre la cual se veía tendido un tablero de ajedrez de hule, con piezas demasiado grandes para los cuadrados. Los examinaba de sesgo, mientras en sus labios la boquilla vacía miraba a otro lado. Un hermoso niño de cuatro o cinco años estaba arrodillado en el suelo, rodeado de minúsculos automóviles. Pahl Páhlich depositó el caballo negro sobre una mesa, donde se le cayó la cabeza. El Negro volvió a enroscarla cuidadosamente.

−Siéntese –dijo Pal Páhlich. Éste es mi primo –agregó. El Negro saludó. Me senté en la tercera y última silla. El niño se me acercó y me mostró en silencio un lápiz nuevo, rojo y azul.

−Podría comerte la torre, si quisiera –dijo el Negro sombríamente–, pero haré una jugada mucho mejor.

Levantó su dama y delicadamente la introdujo entre un montón de peones amarillentos, uno de los cuales estaba representado por un dedal.

Pahl Páhlich dio un rápido salto y comió la dama con su alfil. Después estalló de risa.

−Y ahora –dijo el Negro tranquilamente cuando el Blanco hubo dejado de reír−, ahora estás frito. Jaque mate, palomo mío.

 

Con Lolita, que terminó de escribir en 1953,  le llegó a Nabokov la fama y su consagración definitiva como escritor. La novela fue publicada, por primera vez, en Francia (1955), tras haber sido rechazada por cinco editoriales norteamericanas. Su publicación en Estados Unidos constituyó un escándalo mayúsculo, porque vulneraba uno de los tres tabús de la sociedad (los otros dos eran la relación de una mujer blanca con un hombre negro y la descripción de un ateo feliz). El autor fue acusado de haber convertido a Humbert Humbert, el maduro profesor obsesionado con una adolescente de doce años, en un médium de sus propias fantasías, e incluso de escribir pornografía. Curiosamente, el propio Nabokov defendía la censura institucional, precisamente para proteger al público de contenidos pornográficos. El autor respondió a todas esas acusaciones con una tranquila declaración: “Ridículo. Se trata simplemente de una historia, de un cuento de hadas, como lo son todas las historias”.[6] Contra viento y marea, pese a las críticas, el libro prendió fuerte y fue un acontecimiento editorial en todo el mundo. Sin embargo, y por su causa, ese popular nombre hispano ya no volvería a aparecer en el registro civil de Norteamérica.

En la novela hay un par de escenas relacionadas con el ajedrez, pero que no vale la pena consignar aquí, y en el guión que Nabokov escribió para la película del mismo nombre de Stanley Kubrick se incluye alguna más. Cabría preguntarse si estos dos grandes aficionados al ajedrez no jugaron entre ellos partidas durante el tiempo de su colaboración.

En Habla, memoria[7] (1967), libro autobiográfico, Nabokov confiesa, como en La dádiva, su considerable dedicación al mundo del problema de ajedrez, explicando minuciosamente su proceso creativo. He aquí una muestra:

 

A lo largo de mis veinte años de exilio dediqué una prodigiosa cantidad de tiempo a la composición de problemas de ajedrez. Se fija en el tablero cierta disposición, y el problema a resolver consiste en averiguar cómo hacerles mate a las negras en un número determinado de movimientos, por lo general dos o tres. Es un arte bello, complejo y estéril que sólo está relacionado con la forma corriente de este juego en la misma medida en que, por ejemplo, tanto el malabarista que inventa un nuevo número como el tenista que gana un torneo sacan provecho de las propiedades de las esferas. La mayor parte de los jugadores de ajedrez, de hecho, tanto maestros como aficionados, sólo sienten un leve interés por estos acertijos especializadísimos, fantásticos y elegantes, y aun en el caso de que apreciasen algún problema difícil se quedarían perplejos si alguien les invitara a que ellos mismos compusieran otro.

 

 

La detallada descripción del proceso de composición es muy interesante y seguramente será apreciada por los amantes  de esta singular rama del ajedrez:

 

La invención de estas composiciones ajedrecísticas requiere una inspiración de tipo musical, casi poética, o, para ser absolutamente exacto, poético-matemática. Con frecuencia, en la amistosa mitad del día, en los márgenes de alguna ocupación trivial, en la ociosa estela de un pensamiento pasajero, sentía, sin previo aviso, una punzada de placer mental al notar que se abría en mi cerebro con un estallido la yema de un problema de ajedrez, prometiéndome así una noche de trabajo y felicidad. A veces era una manera de combinar un raro dispositivo estratégico con una rara línea defensiva; otras, un vislumbre de la configuración definitiva de las piezas que traduciría, con humor y gracia, un tema difícil que hasta entonces había desesperado de ser capaz de expresar; o podía ser un simple ademán hecho en medio de mi mente por las diversas unidades de fuerza representadas por los trebejos, algo así como una veloz pantomima, que me sugería nuevas armonías y nuevos enfrentamientos; fuera lo que fuese, pertenecía a un orden especialmente estimulante de sensaciones, y lo único que tengo en contra de todo eso hoy en día es que la maníaca manipulación de figuras esculpidas, o de sus equivalentes mentales, durante mis años más entusiastas y prolíficos, engulló una importante pare del tiempo que hubiese podido dedicar a las aventuras verbales.

 

 

Nabokov ahonda mucho más en las misteriosas tramas del problema de ajedrez, pero sería demasiado prolijo incluir aquí otras citas al respecto.

Ada o el ardor[8] (1969) tiene por subtítulo “crónica de una familia”. De una familia rusa en el siglo XIX y en Estados Unidos. En realidad, es la historia de un amour fou entre Van y Ada, una relación incestuosa entre hermanastros que se prolonga hasta el fin de sus días. En otras manos, la minuciosidad descriptiva haría insoportable el texto, pero la belleza y precisión en el detalle de Nabokov nos arrastra y deslumbra. En el libro proliferan las voces y expresiones en otros idiomas (ruso, alemán, francés), que subrayan el ambiente elegante y snob de la familia.

Las referencias al ajedrez son marginales, pero no carecen de interés:

 

Pero otros redarguyeron que las desemejanzas aducidas servían más bien para confirmar la viva realidad orgánica del “otro mundo”, mientras que, por el contrario, la semejanza perfecta sugeriría un fenómeno especular y, por tanto, especulativo; y que dos partidas de ajedrez, iniciadas y acabadas con movimientos idénticos, pueden presentar, en un mismo tablero, pero en dos cerebros, un número infinito de variaciones en cualquier fase intermedia de su desarrollo, inexorablemente convergente.

 

Con su primo, Ada practica todo tipo de juegos, pero en ajedrez no está a su

altura:

 

Van, jugador emérito (en 1887 ganaría un campeonato en Chose, derrotando a Pat Rishin, de Minsk, campeón de Underhill y Wilson, N.C.), siempre se había asombrado de que la brillante Ada fuese incapaz de elevar la calidad de su juego por encima de un nivel que podría satisfacer a una joven salida de una novela de la Biblioteca Azul o de esos anuncios de loción anticaspa que exhiben, fotografiada en Archicolor, una linda modelo (muchacha hecha para juegos que no son de ajedrez) con los ojos fijos en los hombros de su antagonista, no menos compuesto que ella, por encima de un absurdo embotellamiento de piezas rojas y blancas tan elaboradamente esculpidas que resultan irreconocibles –el ajedrez de Lalla Rokh—con las que ni un cretino accedería a jugar, aun cuando hubiera sido retribuido regiamente por el envilecimiento de la idea más simple bajo el cuero cabelludo más sarnoso.

Sin embargo, Ada llegaba a imaginar en ocasiones un sacrificio táctico, abandonando, por ejemplo, su reina (sic), y conseguía una engañosa victoria en dos o tres movimeintos; pero sólo veía un aspecto de la cuestión, y, por una extraña parálisis del pensamiento, prefería ignorar la contracombinación, sin embargo evidente, que la habría llevado inevitablemente a la derrota si el heroico sacrificio hubiese sido rechazado.

 

En 1971 publicó Poems and Problems,[9] con 18 poemas seleccionados, desde su juventud hasta su madurez. Los problemas son 7 de mate en dos y 10 de mate en tres, junto con uno de análisis retrospectivo, compuestos entre 1932 y 1970.

El autor nos introduce a los mismos así:

 

Los problemas de ajedrez exigen del compositor las mismas cualidades que caracterizan cualquier otra actividad artística: originalidad, inventiva, concisión, armonía, complejidad, y una espléndida falta de sinceridad. Componer en esta trama de ébano y marfil es un don infrecuente y una ocupación dispendiosamente estéril; pero todas las artes son inútiles, divinamente inútiles, si se las compara con buen número de ocupaciones humanas. Los problemas son la poesía del ajedrez, y esa poesía, como toda poesía, está obligada a intervenir con su florete en los diversos conflictos que enfrentan a las viejas y nuevas escuelas. En lo tocante a problemas de ajedrez, el convencionalismo moderno me repele con igual intensidad que el “realismo socialista” o la escultura “abstracta”. Hablando más claramente, detesto los llamados problemas task (ejecutados mecánicamente con el fin de facilitar un máximo stajanovista de modelos similares), y evito con todo rigor los duales posteriores a la solución (otra moda soviética), incluso cuando son conscuencia de movimientos no temáticos de las negras.

 

El que sigue es el problema nº 18 del libro.

 

 

  1. Sirin

Poslednie Novosti (1932)

XIIIIIIIIY
9-wqR+rwQ-+0
9+-tR-tr-+-0
9-+-mk-+-+0
9+-+p+K+-0
9-+-+-+-+0
9+-+-+-+-0
9-+-+-+-+0
9+-+-+-+-0
xiiiiiiiiy
Las blancas retiran su última

jugada y dan mate en una

 

Solución:

Se trata de un problema de análisis retrospectivo o retrógrado.

Las blancas han capturado con su peón de d7 un caballo en c8, promoviendo a torre (1.dxc8Î). En lugar de eso, juegan ahora 1.dxe8Ì++. No parece que el problema tenga una gran calidad técnica, pero lo publicó por primera vez Evgeni Znosko-Borovsky, de modo que habrá visto en él cierta dificultad. V. Sirin era el seudónimo que Nabokov empleaba por aquellos años, como también lo hizo en su novela La Defensa Luzhin.

 

Félix de Azúa inicia su introducción a la edición española con estas palabras: “Poco puede añadirse a esta declaración programática: en ajedrez, como en literatura, Nabokov prefiere la técnica de ocultar la técnica a la técnica de exhibir la técnica. Sus problemas son neoclásicos, pero poseen esa fuerza ligera de los gimnastas, ese dominio de sí mismo que no conduce a la momificación sino a la gracia”.[10]

La ilimitada imaginación, creatividad y profundos conocimientos literarios de Nabokov han sido plasmados en su obra para deleite de sus lectores. Irónico y burlón, de un cierto cinismo mundano, es curioso que recomendase a sus estudiantes abstenerse de los juegos de palabras de los que, sin embargo, está plagada su obra. La sátira y la parodia, alfombradas por aliteraciones, retruécanos y calambures, desfilan por sus novelas, dominadas por una preocupación estética. Otra de sus recomendaciones a los asistentes a sus clases era que debían desarrollar la pasión del científico y la precisión del artista[11], aunque podríamos pensar que la verdadera ecuación sería la inversa (pasión del artista y precisión del científico).

Es un autor absolutamente  único (detestaba las etiquetas, los movimientos, las escuelas y los grupos[12]), que declaraba no estar influido por su entorno ni la sociedad de su tiempo. Estaba convencido de que la obra del verdadero artista sólo depende de su propia imaginación y cultura, que trasciende el tiempo y el espacio, y también de que la mayor virtud de un escritor era provocar en sus lectores una emoción interna.[13] Sólo y nada menos que eso.

Transgresor incontenible de los diques literarios, el mago Nabokov nos legó un convincente credo: “El estilo y la estructura son la esencia de un libro; las grandes ideas son idioteces”. Si no grandes ideas, temas importantes habitan, sin embargo, la obra nabokoviana: la fugacidad del tiempo, la imposibilidad de rescatar el pasado, el carácter elusivo de la memoria…

Nabokov amaba la vida y sabía cómo hacerle hablar. “El mundo es un cachorro que suplica que alguien salga a jugar con él”. Sin duda supo jugar con el mundo y con quienes, como nosotros, le hemos leído con absoluta felicidad.

 

 

 

[1] Edición española: Anagrama, 1999. Traducción de Jesús Pardo.

[2] Edición española: Anagrama, 1988. Traducción de Carmen Giralt.

[3] Nikolai Gavrilovich Chernishevski (1828-1869), filósofo socialista y líder de un movimiento revolucionario en la década de 1860.

[4] Edición española: Anagrama. Traducción de Enrique Pezzoni.

[5] Jesús Bonilla. Obras Completas III, Galaxia Gutenberg.

[6] Entrevista con Martha McGregor, New York Post Weekend Magazine, 17.8.1958.

 

[7] Edición española: Anagrama, 1967. Traducción de

[8] Edición española: Anagrama, 1986. Traducción de David Molinet.

[9] Incluido en el libro Desde que te vi morir, de la edición española. Alfaguara, 1999. Traducción y prólogo de Javier Marías.

[10] Desde que te vi morir, ibid.

[11] Role of Artist. Entrevista con Gladys Kessler, The Cornell Daily Sun, 25.9.1958.

[12] Entrevista con Martha McGregor, ibid.

[13] My Child Lolita. Entrevista con Alan Nordstrom. Ivy Magazine, Febrero 1959.

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