Prólogo
Confieso que al escribir estos minicuentos me ha inspirado la figura de un personaje singular y del todo fascinante: Félix Fénéon (1861-1944), galerista y crítico de arte, a quien se considera descubridor, entre otros, de Apollinaire, Rimbaud y Georges Seurat. Durante un tiempo Fénéon tuvo a su cargo, en un importante diario parisino, la crónica de sucesos, con la particularidad de que cada noticia no debía exceder de dos líneas. Veamos algunas entradas del primer tuitero de la historia:
“El cadáver del sexagenario Dorlay se balanceaba en un árbol, en Arcueil, con esta pancarta: ‘Demasiado viejo para trabajar’.”
“Scheld, de Dunkerque, disparó tres veces a su mujer. Como no le daba, apuntó a su suegra: esta vez acertó”.
“Había apostado beberse quince copas de absenta seguidas comiendo un kilo de carne de buey. A la novena, Théophile Papin, de Ivry, se desmayó”.
“Habiendo hallado un artefacto sospechoso a la entrada de su casa, el impresor Friquet, de Aubusson, ha elevado una demanda contra ‘un desconocido’.”
“Al rascársela con un revólver de gatillo demasiado sensible, el Sr. E. B. se voló la punta de la nariz en el Comisariado Vivienne”.
“Catherine Rosello, de Toulon, madre de cuatro niños, trató de evitar un tren de mercancías. Fue atropellada por un tren de viajeros”.
“Muere, a los 106 años, la señora Arnac, de Auzon (Gard). Casada cuatro veces, tuvo 16 hijos y amamantó a 24. Su hija mayor tiene 80 años”.
En estas muestras puede apreciarse su magistral dominio de un lenguaje económico y preciso, no exento de ritmo y sutileza.
Mis cuentos (que no he querido llamar microcuentos ni microrrelatos, porque reniego de los estereotipos y las modas) son puros divertimenti, ocurrencias, pequeñas historias sin pretensiones, a veces modestos ejercicios de estilo, algunos surrealistas, otros aproximaciones a la realidad. Todos o casi todos están regidos por el humor, un humor que tiende al negro con un amplio diapasón tonal de grises. Es posible que unos cuantos rocen la incorrección política: quien se escandalice, que no se prive, por favor, de arrojar la primera piedra. Lo que no tienen es un propósito moralizador o un mensaje social. La ironía, el toque satírico o el vitriolo impregnan estas minihistorias, plagadas de personajes, a veces patéticos, entrañables otras, regidas por la idea general de que, en realidad, todos estamos desvalidos en este mundo, de ahí que el lector sagaz seguramente podrá apreciar a menudo una mirada compasiva. Su intención y su verdadero propósito es distraer por un momento de las penas de la existencia.
Algunos lectores quisquillosos me reprocharán que la mayoría de los cuentos tienen dos o tres líneas. Como eso es cierto, debería recordarles que existe algo llamado licencia poética, a la que me acojo.
Ahora, querido lector, Editora Solis y yo los sometemos a tu atinado juicio con la esperanza de que te gusten y te provoquen más de una sonrisa.
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