El estímulo como senda infalible hacia el abismo.
Quizá Benny Carter, quizá otros, qué importa.
La tragedia del estímulo en forma de droga que derriba la conciencia, que quita penas momentáneas al cuerpo, pero acrecienta el dolor del alma.
Los hombres de Billie…
Hombres, qué palabra. Ya es difícil interpretarla en singular.
Los hombres de Billie: basura, escoria, almas de cloaca. En términos menos aparatosos, pero más realistas: proxenetas, chulos, explotadores de tres al cuarto.
Pero la prostitución de una adolescente puede dar lugar a fijaciones sexuales en modelos de la época: hombres autoritarios y dominadores, la falsa arrogancia de los macarras que había conocido dejaron en ella la huella indeleble de la seducción.
De Louis McKay, su adorado marido, ha quedado grabada una conversación con un amigo:
«Ésta va por ahí regalando el coño… ¿Por quién me ha tomado? ¡Yo soy un hombre de negocios!»
¿Por qué una artista genial se entregaba con tanta facilidad?
«Es que les gusto… y yo quiero tanto a quienes me quieren», dijo Billie.
Tal vez no lo dijo y sea pura licencia poética de algún biógrafo.
Pero podría haberlo dicho.
Podría haber dicho: «Los quiero. Los amo. Mis penas terminan en los brazos de quienes me aman.»
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