- Si están en su casa, atibórrele de whiskies o gin-tonics.
- Si a él le gusta el fútbol, hable alegremente de fútbol, como si tal cosa, sobre todo cuando le toque pensar a su rival.
- Si su vecino no es fumador, fume como un carretero, eso sí, cada cigarrillo precedido de un correcto «¿te molesta que fume?». Si a él le molesta el olor a pasteles rancios del tabaco de pipa, fume en pipa.
- Si están en casa de su vecino y sabe que no tiene una bebida determinada, pida esa bebida. Si sabe que tampoco tiene una segunda bebida, diga suavemente: «Tomaría, si no es molestia, una copa de tal licor…» Ese «tal» será equivalente a una patada directa al hígado, que automáticamente dejará a su vecino en inferioridad psicológica manifiesta.
- Halague el buen gusto de su esposa en la decoración, cuando ésta les sirva café, lo que distraerá a su adversario, preocupado por sopesar la reacción de su cónyuge, es decir, preocupado por adivinar si a ella le ha parecido un halago auténtico o hipócrita. En esta escaramuza deberá su vecino invertir no pocas energías, lo que le reportará a usted de inmediato concesiones estratégicas en la partida.
- Si su vecino es vanidoso (¿quién no lo es?), hágale hablar de sus últimos éxitos profesionales (¿quién no ha cosechado éxitos profesionales ficticios, dignos de contar?). Si los éxitos son reales, mejor que mejor. Dele cancha al ego ajeno para que pueda tenerlo el suyo cuando gane. No olvide que éste ha de ser su objetivo más importante de la jornada.
- Vuelva atrás, «discretamente», una y otra vez, las veces que haga falta, siempre añadiendo un fino «perdona», o un «¿no te importa?». Cuando la irritación de su vecino le haga reprochárselo, dígale: «Bueno, está bien. Si quieres ganar la partida por un error grosero mío, allá tú.» Si, a pesar de todo, su vecino no se inmuta, insista: «Permite, por lo menos, que analicemos esta posición, como si se tratase de una nueva partida.» Si usted ganase esa nueva partida, se preocupará muy bien de no registrar la otra como derrota.
- Pídale que le permita jugar con blancas toda la sesión. «Es que estoy estudiando un sistema casero de apertura y quiero ensayarlo contigo.» Si el resultado final es favorable, la aritmética será inapelable y a nadie se le explicará que usted jugaba con cierta ventajilla…
- Cuando haya ganado, aproveche para rematarlo con la puntilla: «Creo que cada vez juegas mejor.» No se prive nunca de ese refinado sadismo del tramposo implacable.
- Si con todas estas normas no es capaz usted de ganarle a su vecino, deje de jugar con él al ajedrez. Definitivamente es mejor que usted y ha estudiado a Bronstein. Busque otro vecino más asequible.
Del libro LA GUÍA DEL PERFECTO TRAMPOSO EN AJEDREZ, A. Gude, Ediciones Tutor
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