“EL AJEDREZ ES MUY FÁCIL”
Pero acaso la mayor aportación suya al ajedrez haya sido su imaginación, su ingenio, su capacidad reflexiva. Una búsqueda constante en todas las fases de la partida. Creatividad y autoexigencia artística contra el buscavidismo supuestamente deportivo. Le irrita que todo el mundo le recuerde su match con Botvinnik y su gran libro, El ajedrez de torneo.
Me irrita porque parece que es lo único que hubiera hecho en mi carrera. ¿Y del resto qué? Por otra parte, la lectura es: sí, usted ha sido muy fuerte, pero ni siquiera ha ganado el campeonado del mundo…
Llega del abierto de Córdoba, el 14 de diciembre, con su amable compañero López de Turiso, un fuerte jugador madrileño. Inmediatamente, sienta las bases de nuestra relación: Perdóneme, pero usted no sabe nada de mi vida. Algo que no se puede contradecir: así es, no sé nada de su vida. ¿Sabía usted que, a finales de los cuarenta, cuando ya era un jugador conocido en la URSS, todos los días debía buscar dónde dormir? No, no lo sabía.
¿PARA QUÉ NECESITAMOS CAMPEONES?
El maestro tiene muchas ideas y todas claras. Nos muestra algunas partidas del torneo de Oviedo. Los fuegos de artificio con la jovencita Hoang Trang, partida que finalizó en tablas, aunque produce la impresión de que Bronstein podría haber rematado de mil maneras, su partida con Judit Polgár.
¿Ve usted esta posición? No hay que ser muy listo para comprender que cualquiera que se encuentre en ella, con negras, se sentiría muy incómodo. Yo me retorcería los sesos pensando en cómo sacudirme la presión… Judit, no. No se inmuta y juega con un ademán enérgico: plac, plac. Te presiona hasta con sus gestos. Algo parecido hace Anand. Mire esta posición de la Francesa. ¿Qué se puede conseguir en ella? Yo se lo diré: nada, yo no puedo hacer nada… Juega un peoncito, espera, maniobra hasta que… ¡ya tiene algo! Judit y él siempre te miran así (pone ojos de hurón y la cabeza tiesa, adelantada). Te presionan… no tienen complejos, no tienen problemas, no sufren.
Ideas claras. ¿Para qué necesitamos campeones? Si un jugador gana un torneo, incluso el campeonato del mundo, muy bien, aplausos, usted ha jugado mejor que nadie, el premio y mañana será otro día. Campeón del mundo, de su país, por qué no. Pero yo me refiero al actual status de campeón (oh, el campeoóon), que se comporta como un superhombre o un dios en la tierra y que pretende acaparar todas las prebendas del ajedrez.
Está dolido por la situación actual, con la organización deportiva del ajedrez, que ha hecho que prácticamente no le veamos en escena desde hace treinta años…
¿Cómo no habría de estar dolido? Lo estoy. Han querido aniquilar a mi generación y todavía debemos darles las gracias porque sólo hayan sido capaces de arrinconarnos…
Nació el 19 de febrero de 1924, en Bielaia Tserkov (Ucrania), cerca de Kiev. Ha cumplido 69 años. Lleva boina para proteger del frío a su cabeza, su más preciado bien (el sombrero resultaría demasiado señorial para su gusto). Un hombre sencillo, cordial. Le gusta hablar con la gente de a pie. El panadero, el kiosquero, el carnicero de su barrio de Moscú lo conocen bien. Extrovertido al máximo, no se reserva, aunque lleva puesta una sutil máscara de tipo intelectual que le protege de la indiscreción excesiva. Apenas sabemos nada de su vida. Camino del hotel, le dice a López de Turiso: Yo era muy fuerte en rápidas[i] . Interrumpo: Averbaj dice que usted era el jugador más fuerte que jamás vio en Blitz y que era capaz de encontrar sorprendentes combinaciones. (Bronstein se vuelve hacia su amigo): ¿Lo ve usted? Averbaj lo ha dicho: ahora ya tiene la evidencia.
GUERRA A LOS CHIPS
El duelo que Bronstein mantiene con los cerebros electrónicos es harto conocido. Ya en su libro 200 partidas abiertas incluye una partida de 1963 contra la computadora M-20. Posteriormente, ha participado en innumerables matches y torneos con programas y maquinitas diversas. Hace unos meses fue invitado a disputar un encuentro de exhibición con la temible Deep Thought, en Nueva York. Nos muestra un diploma concedido por la firma Hewlett Packard, por su contribución al desarrollo de la ciencia y la tecnología. Al día siguiente, en nuestra redacción y en presencia de algunos aficionados, juega rápidas contra la Diablo de Novag. Gana una, varias partidas. La máquina jugará Af5. La máquina lo juega. Ahora jugará el caballo. Lo juega. Ahora la máquina tiene ventaja. La Diablo se anota una valiosa victoria. Bronstein se divierte: ¿Comprende usted ahora por qué los americanos quieren que juegue contra sus programas? Saben que yo entiendo el mecanismo reflexivo que les han inculcado, porque he jugado contra muchos de ellos.
En Nueva York le pidieron que grabase sus reflexiones, a medida que transcurría el juego, a fin de poder extraer la oportuna lección magistral. Esa idea le ha gustado: Organicen ustedes un match con alguna máquina. Yo puedo comentar el juego para el público. Todos nos divertiremos.
EL MATCH CON BOTVINNIK. EL GRAN LIBRO
¿Qué me dice del match con Botvinnik? ¿Le presionaron para que usted perdiera?
No hubo presión directa, naturalmente. Pero existían circunstancias, como mi padre, un manifiesto opositor al régimen, que había estado varios años en prisión, mi condición de judío, la marcada preferencia institucional por Botvinnik, a quien se veía como un modelo soviético de campeón… Había la presión psicológica del entorno, y a mí me parecía que ganar podría perjudicarme seriamente, lo cual no significa que yo perdiera de forma deliberada.
Vuelve a su padre:
Mi padre era gerente de un molino industrial. Era inquieto, sabe, rebelde. Defendía la democracia. De él yo heredé ese talante: cuando se me prohíbe algo, me rebelo.
También el fantasma del primer Mundial FIDE le ronda. Tiene conexión con el tema.
Se dieron buena prisa en poner en marcha el Mundial del 48. ¿Alguna vez se ha preguntado usted por qué, tratándose del primer Interzonal de la FIDE, que se celebraría poco después, no podía haberse esperado a su desenlace, antes de organizar el match-torneo? Las cosas podían haber cambiado mucho, después de la guerra ¿no? Hay quien no las tenía todas consigo y conste que no lo digo sólo por mí, sino también por el fantástico jugador que por entonces era Boleslavsky.[ii]
Hablemos de un tema desagradable para usted. El ajedrez de torneo (Zurich 1953) es una obra capital de la bibliografía ajedrecística. Una reciente encuesta entre expertos y profesionales lo señaló como el libro más instructivo jamás escrito y cuenta con la admiración de muchos millares de ajedrecistas por haber sido su brillante autor…
Voy a decirle algo. La mayoría de las palabras bonitas, las expresiones rebuscadas del libro son obra, en su mayor parte, de Vainstein, que escribe muy bien. Por supuesto, los análisis y los conceptos técnicos son míos, así como los juicios sobre mis rivales, pero puede decirse que gran parte del texto es de Vainstein. Por otra parte, es un libro al que no le tengo especial cariño, porque me evoca un torneo muy especial en sentido negativo. Pasaron allí cosas que quisiera olvidar.
¿Qué cosas?
Lo comentaremos en otra ocasión. No quiero precisarlo en este momento.
“EL AJEDREZ ES MUY FÁCIL”
“El ajedrez es muy fácil”, repite Bronstein sin cesar. Si retiramos damas y reyes del tablero, junto con sus correspondientes peones, tenemos cuatro bloques de piezas idénticos, compuestos por una torre, un caballo, un alfil y tres peones. Considerando la sencillez de sus movimientos, jugar a esto no puede ser difícil.
Vuelve a decirlo ante unos canapés y un Rioja rosado. Un amigo ajedrecista no acepta esa teoría de la sencillez de nuestro juego. Le aseguro que es muy fácil, insiste Bronstein. Sólo tienen que seguirse los caminos lógicos, olvidándonos de la rutina y de los conceptos estereotipados. “Diga usted lo que diga, es un juego complejo”, insiste nuestro amigo. Bueno, zanja Bronstein, quizá sea difícil para usted.
Vuelve a la carga el gran maestro: Nosotros somos quienes hacemos complicado el ajedrez. Mis colegas creen que les conviene decirlo. Lo mismo pasa con su supuesta trascendencia. Esto tiene que ver con la velocidad de juego. Yo he propuesto a menudo que debe jugarse mucho más rápido, pero ellos dicen que si se juega más rápido, el público no entenderá lo que está pasando. Y yo les pregunto: ¿o sea que el público, entre el que se cuentan estudiantes, abogados, médicos, ingenieros, no entiende que yo avance un peón (mueve en el tablero …b7-b6)? Por otra parte, si no entienden lo que pasa en el ajedrez semirrápido, ¿por qué habrían de entender nuestras profundísimas concepciones en el ajedrez de cinco o seis horas?
Secuelas de esta charla. Día siguiente. Plaza del Ángel. Mozos descargando un camión. Señora que cruza un paso de peatones con un cochecito de bebé. Trasiego de gente, semáforos, fruteros afanados. Mire esto, Antonio. ¿Qué puede preocuparle a esta gente el ajedrez? ¿Es posible que alguien piense que el ajedrez es importante para el mundo? El ajedrez puede ser importante para nosotros, pero nada más.
PASEO POR MADRID
Bronstein quiere visitar el Museo del Prado. Sólo quiero ver los cuadros de Velázquez y Rembrandt.
Mientras caminamos hacia Las Meninas, me dice: Yo ya he visto este cuadro, sabe, pero Velázquez me fascina. Una vez Smyslov me dijo que prefería Goya, pero yo siempre pensé que había something wrong (algo equivocado) con Goya… quizá sus siniestros ambientes tienen un rebuscamiento excesivo. Prefiero a Velázquez.
De Rembrandt sólo hay dos cuadros en El Prado. Se detiene varios inutos ante su autorretrato. Increíble.
A la salida compra postales en la tienda de recepción. Quieren cobrarle catorce. Bronstein dice que deben ser más. Resultan ser veinte. Soy muy meticuloso en estas cosas. No me gusta aprovecharme de gente tan simpática como esta chica.
Fuera del museo, Bronstein desea caminar por Madrid. Está en plena forma. Llegamos hasta la Plaza Mayor. Se para en todos los tenderetes navideños y mira al desgaire la sobria arquitectura. Siempre hemos hablado en español e inglés, que el gran jugador maneja con soltura, pasando del uno al otro en cualquier momento. Pero ahora, al cruzarnos con otro grupo de jóvenes estudiantes, tiene un repentino capricho: Déjeme decirle algo en francés… Siempre he lamentado que la guerra nos quitase la posibilidad de estudiar en la Universidad. Lo poco que sé he tenido que aprenderlo por mi cuenta.
Vamos a parar a la plazuela de San Miguel. Bronstein se entusiasma cuando ve el mercado. Me encantan los mercados. Siempre me gusta mirar los puestos, sobre todo los de queso y fruta. En París recorría todas las fruterías… Incluso tuve la suerte de conocer aquel extraordinario mercado que ya no existe… ¿Cómo se llamaba? Les Halles. Les Halles y su fabulosa sopa de cebolla, que podías tomar de madrugada.
ACERCA DE PAUL KERES
Keres era un buen amigo mío. Un hombre tranquilo, de buenos modales. Le gustaba la vida apacible, muy en la línea del modelo alemán, que tanto ha influido en Estonia. Yo creo que ahora hay mucha gente injusta con él, que le acusa poco menos que de nazi, o simpatizante de los nazis. Es cierto que jugó torneos en Alemania y la Europa ocupada, sí, que confraternizó con oficiales alemanes… pero quién puede ser tan riguroso que pueda arrojar la primera piedra… Hay que comprender los tiempos que se vivían. Conmigo siempre se portó muy bien. Me invitó a todos los torneos que se celebraron en Tallinn y siempre iba a recoger a la estación y cuidaba de que estuviese bien atendido. Recuerdo una anécdota, que permite comprender la precaria situación en que vivíamos. Cuando Euwe subió a la presidencia de la FIDE, Keres me dijo, ilusionado: David, si tenemos suerte, Euwe nos conseguirá al menos un torneo internacional al año. ¿Qué le parece? Se conformaba con un solo torneo ¡y era nada menos que Keres! Por cierto, casi un héroe nacional para los estonianos, aunque tampoco ellos lo entendían bien. Por eso yo le dediqué mi libro Chess in the Eighties[iii] con estas palabras: A Paul Petrovich Keres, deportista, artista y ciudadano, en ese orden.
LA SEGUNDA CARRERA DE BRONSTEIN
En Petrópolis (1973, Interzonal) jugó Bronstein algunas partidas muy brillantes, como la que le ganó a Ljubojevic, distinguida con el premio a la mejor por el jurado de Informator…
No tenía ninguna gana de viajar a Brasil. Cambio climático radical, un océano de por medio… Se lo comenté a mi mujer y ella me preguntó de qué tenía miedo. Nunca se sabe, le dije, me preocupa la salud, hasta a alguien tan fuerte como Stein podría pasarle algo… Mencioné a Stein, porque era el más fuerte de todos nosotros… y aún hoy tengo remordimientos por haber dicho algo que resultó tan involuntariamente profético porque, como usted sabe, Stein murió poco después, antes de coger el avión para Bath.[iv]
Usted jugó muy buenos torneos en los setenta y aun ochenta, pero también estuvo largas temporadas sin jugar…
Porque no me invitaban. Y es una situación muy penosa para un profesional, créame. También se dio el caso de que alguien me invitase, en muy malas condiciones, a jugar un modesto torneo en algún remoto rincón de Rusia, y cuando rehusé, se sorprendieron muchísimo. Ah, es que nos dijeron en la Federación que no tenía nada qué hacer en este momento. Y lo cierto es que escribía libros y mi columna diaria para Izvestia. Pero ¿por qué no me pregunta usted por qué no jugué el Zonal del 78?
Se lo pregunto.
Primero, porque la Federación Soviética decidió que participarían dieciocho jugadores, y que se designarían por la lista Elo. Como yo era, por entonces, el 15º o 16º de la URSS, me sobraban plazas. De hecho, entre 1976 y 1978 había ganado varios torneos y me encontraba en muy buena forma. Entonces convocaron una reunión, en la que se decidió que jugarían dieciséis, luego catorce y que, por tanto, había que dejar fuera a varios. Baturinsky preguntó entonces (yo no acudí a la reunión) quién era el mayor. De la esquina salió una vocecita: “Yo”, dijo Smyslov. Pero todo el mundo estuvo de acuerdo en que puesto que era Smyslov (y que además estaba presente), no era cuestión de excluirle. Resumiendo, a mí me tocó la china y le encargaron a Averbaj que me lo comunicara. Entonces yo le pregunté: “¿Y por qué me lo dices tú?” “Porque así me lo encargó el coronel Baturinsky” “¿Y por qué el coronel Baturkinsky no me lo dice personalmente?” “No lo sé”. Unos días después, me encontré por la calle con una importante dama del Comité de Deportes. Ni corto ni perezoso, le pregunté abiertamente por qué razón me habían dejado fuera. Ella me contestó que “porque al parecer usted se había comprometido con Israel para dar allí unos cursos”. “¿Quién lo dijo?” “No lo recuerdo”.[v]
Ciertamente, el castillo kafkiano, al que nunca se llega. Bronstein aclararía que si bien existía aquella propuesta de la federación israelí, nunca había tenido la menor intención de ir.
LA BOURDONNAIS, LA ACADEMIA Y EL TERCER MILENIO
¿Quién es su jugador preferido del pasado?
Tartakower, pero, sobre todo, la Bourdonnais.
Quiere fundar un centro de discusión y debate sobre el ajedrez como fenómeno cultural, l’Académie des Échecs. Pero sus ideas, siempre en el sentido de promover espectáculo, son múltiples.
Organicen un cuadrangular. Jugaremos partidas de quince o treinta minutos. Daremos espectáculo. Ya lo verá. Nada que ver con el ajedrez monótono y cansino que se juega hoy en los torneos… También podría ser un match a cuatro partidas simultáneas con el mismo jugador. El público estría así muy entretenido, analizando cómo se distribuye el tiempo, en una modalidad de ajedrez que no ha visto nunca.
Bronstein siempre está cerca del tablero. Algo anda mal, porque busca por todas partes. Falta una pieza.
Usted tiene la impresión de que soy modesto. No lo soy. Sé que soy bueno, incluso muy bueno. ¿Sabe por qué me gusta Leonardo da Vinci? Porque creía que para él nada era imposible. Yo también creo que para mí no hay nada imposible en ajedrez, así que ya ve que no soy tan modesto como usted cree.
El cielo del ajedrez es suyo. La alfombra arlequinada se tiende a su paso. Bronstein está contratado por la Universidad de Oviedo para impartir allí su magisterio único. Quizá consiga forjar ajedrecistas de fuste, nada parecidos a otros seres clónicos del presente. El día 17 nos encaminos a la emblemática estación de Atocha, donde Bronstein tomará el talgo para Oviedo. Son las dos y media de la tarde. Volveremos a vernos.
Bronstein y Smolyan, en su libro Ajedrez en los ochenta, aseguran que en el tercer milenio el ajedrez formará parte ineludible de las necesidades vitales del hombre, lo mismo que la lectura de los clásicos y el disfrute de la música. Un fragmento de su introducción nos servirá aquí de epílogo. Tras una larga enumeración de las facetas que presenta el ajedrez, los autores concluyen: “…todo eso es el ajedrez. Un juego popular acerca del cual todo el mundo parece saberlo todo, pero del que nadie sabe nada.”
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Publicado en Revista Internacional de Ajedrez nº 66, marzo 1993, páginas 38-42.
[i] Y sigue siéndolo, como lo demuestra el hecho de que haya ganado recientemente el Campeonato de Asturias de Blitz, con 17,5 puntos de 18 partidas.
[ii] El famoso match-torneo por el campeonato mundial se organizó para designar al sucesor de Alekhine, fallecido en 1946. Un jurado de expertos convocó a los, a su criterio, seis mejores ajedrecistas del mundo: Botvinnik, Keres, Smyslov, Reshevsky, Euwe y Fine. Fine declinaría participar. Bronstein alude a que, puesto que apenas había dos años de escasas referencias activas, el factor subjetivo surge de que los criterios por que se guió la FIDE se basaban sobre todo en torneos y actuaciones antes de la Segunda Guerra Mundial. El campeonato comenzó en La Haya el 2 de marzo y finalizó en Moscú el 16 de mayo. El torneo interzonal de Saltsjöbaden se disputó entre el 16 de julio y el 16 de agosto.
[iii] Ajedrez en los ochenta, por D.Bronstein y G.Smolyan, publicado en la URSS en 1978. Versión inglesa de 1982. No existe traducción castellana.
[iv] Leonid Stein murió el 4 de julio de 1973, momentos antes de que el equipo soviético se dirigiese al aeropuerto de Moscú para viajar a Bath (Inglaterra), donde se disputaría el campeonato de Europa de equipos nacionales.
[v] El zonal Europa IV tuvo lugar en Lvov, finalmente con 15 jugadores. Resultó vencedor Yuri Balashov.
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