ajedrez, agosto 14, 2021

EL AJEDRECISTA MARCEL DUCHAMP

El Ministerio de Cultura me envía (cierto que un poco tarde) el periódico publicado con motivo de la exposición de Mabi Revuelta en Madrid, meses de junio y julio, en el que colaboré con un pequeño artículo sobre Marcel Duchamp, que a continuación transcribo.

 

EL AJEDRECISTA MARCEL DUCHAMP

 

Antonio Gude

 

Decimos: “sé” y no sabemos: creemos saber.

Marcel Duchamp

 

Marcel Duchamp, nadie lo ignora, fue uno de los mayores artistas del siglo veinte, tanto por su ingente creatividad y el valor de su obra, como por el impacto social que la misma ha tenido y sigue teniendo.

Desde que, en 1911, pintase a sus hermanos jugando al ajedrez en el jardín, un cuadro muy influido por Paul Cézanne, hay numerosos bocetos, esquemas, diseños de carteles y de piezas de ajedrez, desperdigados por todo el resto de su obra.[i]

Duchamp recorrió todos los movimientos artísticos de la época: impresionismo tardío, cubismo, dadaísmo, surrealismo… Un artista en continuo devenir, en perpetua búsqueda de sí mismo, con un marcado afán de abrir caminos al arte (siempre esa necesidad de cambio, ese deseo de no repetirme nunca[ii]) y de surcarlos y explorarlos por cuenta propia. Fue uno de los grandes artistas conceptuales (como René Magritte o Giorgio de Chirico) que no se contentaban con crear belleza, sino que aspiraban a cargarla de significado (la pintura no debe ser exclusivamente retiniana o visual. También ha de afectar a la materia gris, a nuestro apetito de comprensión).[iii]

Pintura, escultura, escritura: la inquietud del artista abarcaba todo lo pensable y lo impensable, lo moldeable y lo imaginable. Sorprendió al mundo entero con muchas de sus obras: Desnudo bajando una escalera, La fuente (un urinario, enviado a una exposición con intención provocadora), El gran vidrio (la casada desnudada por sus solteros) y sus ready-made, con asombrosas asociaciones entre objetos cotidianos.  

Más de una vez quiso arrinconar su dedicación al arte.Lo hizo y regresó en cada ocasión con el arrepentimiento del hijo pródigo, pero fue algo que no le sucedió con su afición al ajedrez, si bien nunca admitiría que éste formaba parte importante de su vida. En 1971 responde a una pregunta sobre su pasión por el ajedrez: “No es asunto serio, pero existe.” En esos diálogos con Pierre Cabanne[iv], declara luego que jugó al ajedrez durante cuarenta o cincuenta años, pero que fue “perdiendo interés”. Si alguien se dedica cincuenta años a la actividad que sea, por más que su interés haya ido decayendo, resulta evidente que tal actividad ha tenido un peso considerable en su existencia.

Pero de que se lo tomó muy en serio hay numerosas evidencias, empezando por sus propias notas y declaraciones. Y la constancia de que llegó a alcanzar un alto nivel como ajedrecista, participando en algunos torneos internacionales y formando parte del equipo de Francia en cuatro olimpiadas, en los que obtuvo algunas notables victorias sobre jugadores famosos, como Colle, Koltanowski y Feigins, entre otros, además de hacer tablas con Tartakower, Vera Menchik,  Marshall o Znosko-Borovsky. Hay que decir, sin embargo, que en ajedrez no alcanzó, ni de lejos, los éxitos de su carrera artística. Su juego se caracterizaba por un estilo ortodoxo,  estrictamente lógico, del que excluía toda posibilidad azarosa, en escasa sintonía con su exuberante imaginación. Ese cartesianismo duchampiano ante el tablero quedó ratificado, al publicar, con el compositor y teórico de finales Vitaly Halberstadt, un libro que trataba de armonizar dos figuras técnicas: La oposición y las casillas conjugadas se han reconciliado, en el que toda la tesis está gobernada por una sutil y minuciosa geometría.  

El ajedrez le fascinaba, la evolución del juego, su plasticidad sobre todo, las imágenes del baile de piezas y las formas que iba adoptando la partida. El juego de ajedrez es algo visual y plástico, y si no es geométrico en el sentido estático de la palabra, es mecánico, ya que se mueve, es un dibujo, una realidad mecánica. Las piezas no son agradables en sí mismas, como tampoco lo es la forma del juego, pero lo que es hermoso es el movimiento. No se trata del movimiento mecánico de la forma, como podría ser por ejemplo, una obra de Calder. En el ajedrez, hay cosas muy hermosas en el campo del movimiento, pero no en el campo visual. Es la imaginación del movimiento lo que produce belleza. El ajedrez es mecánico en el sentido de que las piezas se mueven, interactúan, se destruyen entre sí, y están en constante movimiento. Y eso es lo que me atrae. Figuras de ajedrez colocadas en una posición pasiva no tienen demasiado atractivo visual o estético. Son los posibles movimientos que se pueden jugar en esa posición lo que hace que sea más o menos bella.[v] Creo que el ajedrez le ayudó a cubrir determinados vacíos o fases depresivas, supliéndolos con un nuevo espacio intelectual y emocional creativo.  

¿Y qué decir de la ocurrencia del artista de hacer saltar la banca en el Casino de Montecarlo, llegando incluso  a crear un empresa y emitir acciones a tal fin? ¿Habrá existido proyecto más surrealista? La empresa resultó fallida: ni él ni sus socios obtendrían nunca beneficios y la banca no pudo ser asaltada. Ya lo había dejado dicho Stéphane Mallarmé: “una jugada de dados nunca abolirá el azar.”

 

[i] Son conocidos sus numerosos bocetos de piezas de ajedrez. También diseñó varios juegos, uno de ellos llamado Buenos Aires, en homenaje a la ciudad en que residió entre 1918 y 1919, así como el cartel anunciador de un Campeonato de Francia (Niza, 1925).

[ii] Película de 1955 para la National Broadcasting Company, dirigida por Robert D. Graff. El interlocutor de Duchamp es James Johnson Sweeney.

[iii] Id. Id.

[iv] Diálogos con Pierre Cabanne, 1971.

[v] Película para la NBC citada.

 

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