El escritor suizo, de origen alemán, Herman Hesse (1877-1962) tiene una obra notable, galardonada en 1946 con el Premio Nobel de Literatura. Entre sus novelas más destacadas se cuentan El juego de los abalorios, Demian, Siddharta o Peter Camenzind, entre otras muchas.
En un pasaje avanzado de El lobo estepario, otra de sus grandes novelas, de tipo existencial, hay referencias al ajedrez, en una especie de teatro onírico, con puertas y compartimientos que anuncian lo que el visitante puede esperar si entra:
La serie de inscripciones continuaba ilimitada. Una decía:
Instrucciones para la reconstrucción de la personalidad.
Resultado garantizado.
Esto se me antojó interesante y entré en aquella puerta.
Me acogió una estancia a media luz y en silencio; allí estaba sentado en el suelo, sin silla, al uso oriental, un hombre que tenía ante sí una cosa parecida a un tablero grande de ajedrez. En el primer momento me pareció que era el amigo Pablo, por lo menos llevaba el hombre un batín de seda multicolor por el estilo y tenía los mismos ojos radiantes oscuros.
–¿Es usted Pablo? –pregunté.
–No soy nadie –declaró amablemente–. Aquí no tenemos nombres, aquí no somos personas. Yo soy un jugador de ajedrez. ¿Desea usted una lección acerca de la reconstrucción de la personalidad?
–Sí, se lo suplico.
–Entonces tenga la bondad de poner a mi disposición un par de docenas de sus figuras.
–¿De mis figuras…?
–Las figuras en las que ha visto usted descomponerse su llamada personalidad. Sin figuras no me es posible jugar.
Me puso un espejo delante de la cara, otra vez vi allí la unidad de mi persona descompuesta en muchos yos, su número parecía haber aumentado más. Pero las figuras eran ahora muy pequeñas, aproximadamente como figuras manejables de ajedrez, y el jugador, con sus dedos silenciosos y seguros, cogió unas docenas de ellas y las puso en el suelo junto al tablero. Lueego habló con monotonía, como el hombre que repite un discurso o una lección dichos muchas veces.
(Páginas 209-210)
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