Uno de los lugares de «recalada» habitual del GM David Bronstein, en los últimos años de su vida, era el Club Bois-Gentil de Ginebra. Había establecido una suerte de rombo mágico en Europa, a principios de los noventa: Noruega-Islandia-Ginebra-España. También fue invitado en varias ocasiones por IBM (Nueva York y Palo Alto, California) para enfrentarse en partidas experimentales a sus computadoras, cosa que el GM hacía encantado.
Lo que sigue es una pequeña entrevista publicada en el boletín del Club Bois-Gentil, realizada el 15.10.1992.
–¿Qué representa para usted el ajedrez?
–El ajedrez es un maravilloso invento, que acerca a la gente, la hace discutir, desarrollar su imaginación, y que revela aspectos de nuestro carácter. Mucho más importante que el resultado de una partida es el placer intelectual que de ella se extrae… Con suerte podemos dar placer al espectador con nuestros hallazgos, o nuestra concepción del juego. Somos una especie de artistas o actores… Y es sabido que en el teatro el público puede influir en la representación. En mi caso, cuando alguien mira mi partida juego mejor.
–Cuál es su estilo de juego?
–He ido creando mi propio estilo, con un gran respeto por la herencia ajedrecística, intentando jugar cada partida de forma distinta. Pretendo respetar todos los aspectos del ajedrez: historia, futuro, libros, todo. Siempre procuro ser fiel a este credo, pero es duro ser un artista en una fuerte competición de ajedrez.
–Cuáles son sus mejores partidas?
–Mis partidas preferidas son aquéllas con la India de Rey. Cuando comencé a jugar se pensaba que esta apertura era mala, de ahí que yo la haya practicado. Es excelente, de hecho, para jugar a ganar. Me alegra ver que hoy esté considerada como una de las mejores, si no la mejor, contra 1 d4. Lo mismo sucede con la Defensa Francesa, contra 1 e4, con la diferencia de que ésta no ha necesitado de mi ayuda para aumentar su popularidad.
Debo decir que la mayoría de mis partidas preferidas se han perdido para la cultura ajedrecística, porque se trataba de partidas rápidas. Para mí las partidas rápidas constituyen la evolución natural del ajedrez, el resultado de la información y la experiencia a lo largo del tiempo. Me gustaría que los grandes maestros de mayor talento se entregasen decididamente a estos auténticos combates, lo que podría arrastrar a numerosos espectadores. Por supuesto, sería un ajedrez mucho más arriesgado y menos preciso que el ajedrez de competición clásica, pero cada disciplina artística debe preservar su dificultad y su cuota de misterio.
–¿Qué opina del ajedrez moderno?
–El ajedrez moderno debería ser realmente moderno, si nos atenemos a la evolución. Me parece que muchos jóvenes grandes maestros no juegan al ajedrez más que para sí mismos, o, a veces, para los sponsors, pero no para los cientos de millares o incluso millones de aficionados que existen en el mundo. Y hay que pensar que estos aficionados quizá no sean muy fuertes, desde el punto de vista competitivo, pero aman el ajedrez, tienen un buen conocimiento de la cultura ajedrecística, a menudo buenas bibliotecas, y en su tiempo libre consagran millares de horas a reproducir partidas de los grandes jugadores, extraídas de sus libros y revistas, y han adquirido así una importante comprensión del juego. No diré que prefieran una bonita combinación a un final preciso. Posiblemente se interesan por igual por todas las fases de la partida, pero lo que es importante es que la mayoría de ellos, viejos o jóvenes, tienen un buen nivel de educación y a menudo profesiones socialmente respetadas. Los profesionales del ajedrez, por lo tanto, sin duda tienen un deber contraído para con esa gente. Tenemos que respetarlos, lo que significa que los torneos de ajedrez deberían ser organizados exactamente como otros deportes: fútbol, baloncesto, tenis o hockey. No es correcto jugar una partida diaria y mostrarle al espectador apenas el grado de conocimiento de una apertura, la técnica en el medio juego y el correspondiente castigo en el final. Los espectadores estarían agradecidos, creo, si en lugar de una partida diaria pudiesen contemplar ocho, una tras otra, con quince minutos de reflexión por jugador. Seguramente así, el jugador sería un espectáculo auténtico, dinámico, y un placer para todo el mundo.
+
¿Quieres comentar algo?