Tenemos entre nosotros a numerosas celebridades. Personajes ilustres de la ciencia, las artes, las letras, la política, la historia y la música se han sumado a nuestra fiesta. La lista es inmensa, pero un recorrido por sus nombres podría sorprenderle. Veamos. Volviendo la vista un poco atrás encontramos a Carlos XII de Suecia, a Federico II el Grande (de quienes hay interesantes historias apócrifas), a Napoleón y Talleyrand, que por lo visto siempre le ganaba al corso, y también vemos al Cardenal Richelieu, casi más famoso por ser un importante personaje en Los Tres Mosqueteros que en la historia real. Se dice que Robespierre frecuentaba el mítico Café de La Régence. También era una adicta al ajedrez Catalina II de Rusia, lo mismo que el zar Iván el Terrible, si nos dejamos guiar por las imágenes del film de Sergei Eisenstein de ese título.
Y si hay que retroceder aún más, se dice que Alejandro Magno era un asiduo del tablero. Claro que eso obligaría a demostrar la existencia del ajedrez en su tiempo. Tenemos a nuestro rey Alfonso X el Sabio, que dirigió la obra histórica Libro de Ajedrez, Dados y Tablas, finalizado en el año 1283, e indirectamente también a Felipe II, puesto que en su corte se organizó, en 1575, el primer Campeonato Mundial oficioso, en el que participó Ruy López, aunque se impuso el italiano Leonardo.
Se dice que el reformista Martín Lutero era un enamorado del ajedrez y que tenía un sueño muy poco austero para alguien de tan estricta religiosidad y costumbres: llegar a poseer un juego con piezas talladas en oro y plata.
Siguiendo el curso de la historia, tenemos en la fiesta a otros estadistas, como Lenin, el búlgaro Georgi Dimitrov, el líder yugoslavo Josip Broz (Tito), Fidel Castro y el Che Guevara. Todos ellos de la órbita comunista, precedidos por los patriarcas Karl Marx y Friedrich Engels. ¿A ese punto influyó la sovietización del ajedrez? El ex primer ministro israelí Netanyahu también disfruta de lo lindo con el juego rey.
Entre los científicos se encuentran Isaac Newton y Benjamin Franklin, el físico ruso Lomonosov, el matemático francés Henri Poincaré y el químico ruso Mendeleev, creador de la tabla periódica de elementos. La casa de Mendeleev parece que era zona franca para los ajedrecistas de su tiempo, que desfilaban por allí a todas horas. También está presente en la fiesta el matemático rumano W. Pauly, uno de los más famosos y más premiados compositores de problemas del mundo.
Entre los filósofos y escritores, eran adictos Leibniz, Voltaire, Denis Diderot, Jean-Jacques Rousseau, quien habla de su iniciación al ajedrez en sus famosas Confesiones, el poeta Alfred de Musset, de quien se cuenta que tan absorto estaba en su partida que, durante una revuelta, ignoró olímpicamente las descargas de fusilería al lado de la Régence, donde se encontraba. Podemos seguir con Miguel de Unamuno y el norteamericano Edgar Allan Poe, quien se refiere al ajedrez en un par de relatos suyos, con un prólogo ya célebre (aunque sostengo que refutable) en Los crímenes de la calle Morgue, en el que reflexiona sobre los juegos y la capacidad analítica. Allan Poe se interesó lo bastante por el ajedrez como para seguir la gira del Turco de Maelzel por toda la Costa Este norteamericana, estudiando minuciosamente los detalles de las exhibiciones hasta descubrir, gracias a sus dotes de observación, el sistema en que se basaba la demostración que, en definitiva, no era sino puro fraude, porque El Turco estaba habitado por un ser humano, que además era un ajedrecista profesional. Parece que también era aficionado pertinaz el credor del movimiento dadaísta, Tristan Tzara.
León Tolstoi era un buen jugador que solía tener siempre a mano un contrincante de ajedrez, pues se dice que jugaba a diario. Nos han quedado partidas de este gran autor, algunas de las cuales se incluyen en este capítulo. También se cree que era muy aficionado Pushkin, el poeta nacional ruso, antes de cuyo duelo final habría dicho de su rival D’Anthès: «Este oficial me amenaza con un jaque mate, así que tendré que matarlo yo.» Sucedió al revés. También Alexei Peshkov, que para la literatura era Maxim Gorki, de quien se conservan varias fotos jugando al ajedrez con Lenin, a orillas del Mar Negro.
Hay varios Premios Nobel, como el búlgaro Elias Canetti (por cierto, de origen sefardí), en cuya única novela, Auto de Fe, el ajedrez está omnipresente. El norteamericano Sinclair Lewis, que en su día recibió lecciones de Al Horowitz, el polaco Henry Sienkiewicz (Quo Vadis?), y también el inglés William Golding, quien la víspera de la concesión del Nobel disputaba una partida telefónica con el crítico Anthoy Curtis, según contó éste.
Del libro LA FIESTA DEL AJEDREZ, A. Gude, Ediciones Tutor, 2001, pp. 115-116.
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